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Mostrando entradas de febrero, 2019

LA MUERTE.

Supe de la muerte a los 5 años, sostuve el recipiente con la espuma con que estaban afeitando a don Abel, el difunto. Él vivía a un par de calles de mi casa y era un señor mayor a quienes mis padres y la mayoría de la gente de aquel pueblo querían y respetaban mucho, tenía una enorme y larga barba color gris que la vecina recortó primero con tijeras y luego retiró por completo con una navaja de afeitar de la vieja usanza. Para mí don Abel estaba sumido en un sueño profundo del que por más que quisiera no podría despertar jamás, no al menos en éste mundo. Ese día construí mi propia versión de la muerte: nadie sabía a dónde iría el alma del difunto por más que la iglesia dijera que habían sólo tres destinos, cielo infierno y purgatorio. En una parte de mí sabía que esos tres destinos no existían, pero también sabía que no era conveniente decirlo, y quizá por ese silencio cómplice fue que implementé mi propia manera de comunicarme con los muertos. Muchos años después mi familia me conta