LA MUERTE.


Supe de la muerte a los 5 años, sostuve el recipiente con la espuma con que estaban afeitando a don Abel, el difunto. Él vivía a un par de calles de mi casa y era un señor mayor a quienes mis padres y la mayoría de la gente de aquel pueblo querían y respetaban mucho, tenía una enorme y larga barba color gris que la vecina recortó primero con tijeras y luego retiró por completo con una navaja de afeitar de la vieja usanza. Para mí don Abel estaba sumido en un sueño profundo del que por más que quisiera no podría despertar jamás, no al menos en éste mundo. Ese día construí mi propia versión de la muerte: nadie sabía a dónde iría el alma del difunto por más que la iglesia dijera que habían sólo tres destinos, cielo infierno y purgatorio. En una parte de mí sabía que esos tres destinos no existían, pero también sabía que no era conveniente decirlo, y quizá por ese silencio cómplice fue que implementé mi propia manera de comunicarme con los muertos. Muchos años después mi familia me contaba cómo me encontraban en la habitación sosteniendo largas conversaciones con mi abuelo paterno quien murió cuando yo era niña y con quien había tenido un profunda y buena relación.
Los rituales funerales que me tocaron en la niñez distan mucho de los rituales de ahora, eran rituales donde el dolor era expuesto en todo su esplendor en público, sin filtro y sin vergüenza alguna, las entrañas de los dolientes eran expuestas tanto en el velorio como en el entierro, lo cual le daba a uno una idea de cuán grande era el amor que se sentía por el muerto, aunque uno también sabía cuando el llanto de alguien era sólo culpabilidad por lo mal que se había portado con el finado. Después de un entierro la familia en cuestión permanecía en la boca de muchas salas de visita donde se comentaba y se analizaba su comportamiento durante el entierro. Las cosas no terminaban ahí, porque existían las obligadas visitas de pésame, que la buena educación y la urbanidad nos enseñaron, donde el doliente podía desahogarse contando cómo fueron los últimos minutos del muerto y cuál había sido su última voluntad, habían ciertos detalles que guardaban relación en todas éstas visitas. Una de ellas era que la mayoría de los dolientes afirmaban que el muerto había presentido su muerte y que había expresado ideas que así lo demostraban aunque no habían sido entendidas hasta después de fallecido. Otro detalle era que el muerto se había comunicado en su último momento con quienes vivían lejos "espantándolos" porque en aquella época se hablaba de "espantar" cuando los muertos se comunicaban de alguna forma. Los dolientes además guardaban luto vistiendo de negro por un determinado tiempo que variaba dependiendo del parentesco que se tuviera con el difunto.
Ahora la muerte ha perdido solemnidad y respeto entre su público tanto cercano como lejano, no sé si sea por la familiaridad que se ha conseguido con ella, pues a raíz de que ahora vivimos en lugares con más gente, asistimos a más velorios que antes, cuando vivíamos en pueblos con poca población donde la muerte aparecía muy de vez en cuando, o al menos así es como lo recuerdo de los pueblos de mi niñez.
Los niños de ahora no parecen tener idea de qué es la muerte, pero peor aún no parecen interesados en indagar más sobre este fenómeno, hay un desapego por el fallecido que no procede de un elevado nivel de consciencia, sino más bien de una apatía aplastante en un mundo donde los valores están cifrados en las cosas materiales y el afecto parece limitado a la conveniencia del lazo afectivo más que al afecto en si por la persona. La muerte para ellos pasa en los videojuegos y además no parece tener consecuencias, por lo que no parecen tener sentimientos al respecto, no sé si eso sea positivo o negativo, pero si es desconcertante, es como si estuviéramos frente a una generación gélida para quien la vida es un juego y la muerte es el final de ese juego, así que solo importa quién será el siguiente jugador.
Nuestra historia en este momento de la humanidad parece destinada a perderse en la indiferencia de éstas nuevas generaciones a quienes lo último que les parece interesante es su propia historia familiar y como fue la vida de sus antepasados ahora muertos, conocerán poco de sí mismos entonces porque uno sabe más de sí mismo cuando construye su propia historia a través de las generaciones que nos antecedieron.


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