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LA CHICA DEL NOVENO PISO.

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Desde hace ocho años asisto a un grupo de superación personal una vez al mes, no siempre pero con frecuencia ella asiste, la chica del noveno piso. Patricia llega enfundada en su mejor traje de acuerdo a la estación del año, si es en invierno ella viste un lujoso abrigo negro y si es verano un vaporoso vestido. Lleva puestas sus joyas que elije de manera sobria y su maquillaje delicado e intacto que siempre capturan mi atención, no pierdo un solo detalle de ella, a veces memoriza poemas que comparte con nosotros y otras veces me sorprende con una participación brillante sobre el tema que estamos tratando. Confieso que quiero ser como ella, de pronto no en este momento, pero si cuando yo también haya llegado al noveno piso. Y es que a Patricia ya le hemos celebrado los noventa años de edad, y tiene su mente intacta, y su vitalidad es envidiable. No le teme a los colores vivos, ni le teme a los temas de salón atrevidos. No mengua halagos y reconocimiento alguno para quienes la acompañamo

TEMA TABÚ

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El sexo, la muerte y la religión son los temas tabú de cualquier conversación. Con marcada frecuencia soy silenciada en conversaciones cuando estos temas salen a flote, debido a mi manera atípica de abordarlos. Durante una reunión de un grupo de apoyo para cuidadores de pacientes que padecen Alzheimer, uno de los cuidadores preguntó si era posible diligenciar un documento de eutanasia durante la época de habilidad mental para que si uno llegaba a padecer de dicha enfermedad no encadenar a la familia por tanto tiempo al cuidado de uno. La sicóloga que presidía la reunión, se molestó visiblemente con la mención de la palabra eutanasia; y nos dijo que ése no era un espacio donde era procedente mencionar esa palabra, de hecho fue absolutamente reactiva. Intervine tratando de mediar y explicando que nadie estaba hablando de practicar eutanasia a los pacientes cuya enfermedad ya estaba en curso, y que mas bien pensaba que la inquietud del cuidador era personal, y que obedecía a que él er

LA CÁRCEL DEL HASTÍO

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Cuando supe que Cindy se había liberado del cuerpo en el que no quería vivir más, me alegré, en contra del desconcierto de las personas que me anunciaron su muerte. Y es que hay tanto mito con la muerte, y está considerada tanto un castigo, o lo peor que nos puede pasar, que es considerado socialmente malévolo que uno se alegre por la muerte de alguien, o que uno hable de los defectos de los muertos, es que no hay camino mas rápido para ganarse la simpatía del público que morirse. Me alegré de que Cindy se hubiera marchado porque eso era lo que ella mas quería, y de lo que siempre hablaba conmigo durante los cinco años que fuímos amigas. Supongo que la única persona con quien podría hablar de su muerte sin sentirse juzgada y con la misma comodidad con que me hablaba de su vida era yo, eso explicaba porque me pedía que le hiciera el manicure y el pedicure con tanta frecuencia, a veces incluso sin necesitarlo. Ella tenía ochenta y siete años, era una inmigrante europea y esperó durante m