LA ÚLTIMA CANCIÓN

A Sebastian le rasgaron el velo de la ilusión maya, de un solo trazo, por detrás, en la cabeza para que no quedara duda que su alma emprendía vuelo de retorno a casa. Voló en la nota de una de sus canciones favoritas, quién sabe si pensó que el impacto que lo obligó a saltar a otra dimensión era un efecto de una versión nueva de aquella canción, porque uno si piensa en ese umbral en donde uno no sabe dónde está, pero si sabe hacia dónde va. Si lo sabré yo que ya he visitado ese umbral varias veces.


Bret llevaba varias semanas viviendo en las calles, su familia lo sacó de la casa cuando las drogas se le salieron de control y vendía cuanto había de valor en la casa para proveerse su consumo. Estaba cansado de dormir en las bancas del parque o sobre papel debajo de un puente, a veces bajo la inclemencia de la lluvia. Se prostituyó por una dosis y un arma para robarse un auto y poder descansar unos días durmiendo en la comodidad de un auto con aire acondicionado.

El cuerpo de sebastian fue encontrado en el baúl de su propio auto donde Bret lo había metido luego de matarlo. No quería hacerlo pero no tuvo otra opción si es que quería de verdad un auto para descansar. Durante tres semanas el cuerpo de sebastian se fue descomponiendo en la maletera de su auto hasta que la policía lo encontró y capturó a Bret que tampoco opuso resistencia porque ya estaba vencido por el cansancio y el hastío, pensó incluso, que la cárcel sería mejor destino para él que la calle.

En su defensa y en un acto misericordioso con la Familia de Sebastian, Bret aceptó los cargos por homicidio y dijo que si servía de algo, la víctima no había sufrido, había elegido muy bien a su presa, una que no alcanzara a oponer resistencia porque no advertía siquiera el peligro que se avecinaba, llevaba sus audífonos puestos y eso indudablemente facilita mucho las cosas. 



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