LA RESURRECCIÓN DE COQUITO

Hoy es el velorio de Coquito, apenas tiene cinco años y el pobre ha muerto de repente, quién sabe si su muerte constituya un alivio para sus padres que ya tienen una lista bastante grande de hijos, como juego de destornilladores de mayor a menor. Lo tienen en un cajón sobre la mesa en la sala de la casa, lo rodean los cuatro velones que no faltan en todo velorio de católico que se respete, quizás Coquito no sea católico pero en un pueblo como Yalí, a todos los habitantes les tocó ser católicos, porque el Cura es la segunda autoridad después del alcalde, aunque todos sabemos que en realidad es la primera. Las mujeres están a cargo de los rezos: “animas del purgatorio ¿quién las pudiera aliviar? Que Dios las saque de penas y las lleve a descansar”. La frase repetida hasta que la mitad de las mujeres caen rendidas del sueño ante la eterna letanía, y que se despiertan cuando de repente, Coquito se levanta del cajón, se sienta y pide agua panela con leche y un bizcocho porque tiene hambre.

Los gritos de las mujeres se hacen escuchar por toda chicha fría, la calle donde vive Coquito, hasta que el cura se hace presente para validar la resurrección de Coquito que no está muerto, pero que hace cinco minutos lo estaba, y que algo lo sacó de la otra vida y lo devolvió a ésta, algo o alguien que no lo quería en el otro mundo porque ya sabía que Coquito crecería y se convertiría en Coco. El cura levanta la mano y elabora una bendicion en el aire, pero lo sentencia: “éste niño, será un ser humano muy bueno o muy malo”.

Nadie allí, ni siquiera yo, que para entonces residía en el ADN de Coquito, pudimos imaginarnos cual sería el camino que tomaría, todos pensamos que el cura exageraba porque como podría alguien de Yalí ser malo, un lugar dónde todos eran católicos y todos estábamos en la mira del cura y el alcalde, dónde no había intimidad ni siquiera para tirarse un pedo, donde la vida germinaba no como era sino como el cura y el alcalde dictaban. Coquito por seguro sería el próximo acólito de la iglesia, el servidor más fiel de Dios después de haber visitado por nueve horas las entrañas de la muerte, no se podría esperar nada menos de Coquito.

Coco nació dos veces, una cuando nació del vientre de su madre; y otra cuando la muerte lo parió en su propio velorio vomitándolo de sus fauces,  aunque quizá la muerte no lo parió, sino que lo abortó, como fuera, nació dos veces para ser mi padre, al margen de haberme engendrado, él ha tenido una excitante vida fuera de la ley que lo ha mantenido distraído de la responsabilidad propia de todo adulto. Siguió fielmente un destino indeseado, como si su misión le hubiera sido revelada en esa corta visita a la muerte. Coco, como siempre lo han llamado nunca cuestionó su incomprensible rol en éste mundo, el se bebía cada segundo como si fuera la última copa de su vida, los fines siempre justificaron sus medios, el mundo era el campo de guerra perfecto donde él era el observador y el protagonista mientras los demás luchaban.

Me despierta tanta curiosidad la vida de Coco, como la de la madre Teresa de Calcuta, quizá por lo opuestos que fueron los principios que los rigieron. Me pregunto si en esos extremos opuestos sus vidas se tocaron en algún punto. Si en el punto máximo de crueldad de Coco, se tropezaría en algún momento con su más grande cualidad altruista, y si en el punto máximo de bondad de Teresa de Calcuta, se tropezaría alguna vez con su más cruel desatino.

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