DE ARPÍAS Y DOMINATRICES
Siempre recibo cartas muy simpáticas de los lectores pero ésta no sólo lo es, sino que deja al desnudo nuestra naturaleza femenina.
“Mi muy apreciada señora Jiménez: Permítame que me presente. Soy el marido de la señora RR. He leído en su magnifico blog que se ha desecho de mi mujer sin cometer acto delictivo alguno, lo cual conociéndola (a mi señora) parece mas obra divina que humana. Por ello y abusando de su bondad (la de usted) quisiera pedirle encarecidamente (suplicar mas bien) que, si no es mucha molestia, me diga la formula para conseguir tamaña proeza. Llevo años intentándolo, no solo con nulo éxito, sino con efectos secundarios claramente perniciosos. Cuando conocí a la Señora RR (un mal día lo tiene cualquiera) el que esto escribe era una persona amable, educada y con una hermosa mata de pelo negro en la cabeza. En esos momentos todo ello ha mudado en un carácter ácido, desconfiado, y una cobarde huida del susodicho pelo. Todo ello ha sido sustituido por una incipiente redondez en la zona abdominal, producto sin duda de las cantidades de chocolate nada desdeñables que debo ingerir para endulzar lo que la señora RR se encarga de agriar.
Por ello, tómelo como una obra de caridad y hágame este favor por el que le estaré eternamente agradecido. Cuénteme el secreto”.
Aún ahora cuando la vuelvo a leer me produce mucha risa. Tanto como me la produce escuchar a mis amigos casados rehusar una invitación si su esposa no puede atenderla porque no pueden ir (léase bien “no pueden” no es “no quieren”) solos a ninguna parte. Me llama la atención el sentido de propiedad con que las mujeres hablan de sus esposos y como los esposos terminan consintiendo con ello. Me he dado cuenta que el tiempo que un hombre tarda en dejarse “atrapar” por una arpía (en palabras de ellos) es directamente proporcional al nivel de sometimiento que la dominatríz ejercerá en el recalcitrado machista que se mantuvo en la soltería mucho tiempo por temor a caer en manos de quien inevitablemente cayó.
Pero ¿qué fué primero el huevo o la gallina? Fuímos primero las mujeres arpías o fueron primero ellos sumisos, esa danza entre el sometido y la arpía me resulta indescifrable, porque hasta el macho de mas carácter termina alguna vez en manos de una mujer dominante que comulga en la iglesia donde los celos y la posesividad son amor.
¿En que momento las mujeres pasamos de ser sus princesas a ocupar la silla de la bruja arpía a quien nuestra pareja le teme más que amarla y de quien hace humor negro fuera de casa?
Por otra parte cuando uno habla con una mujer que está en categoría arpía, ella siempre tiene argumentos convincentes que lo seducen a uno no sólo a detestar a su pareja, sino a militar en la base de las arpías y las dominatrices. Algunas tienen estrategias que según ellas les funcionan y entregan los secretos en las conversaciones femeninas, y cuando uno sufre porque un “canalla” no respondió a nuestras expectativas, ellas, las arpías siempre están ahí para recordarnos “¡te lo dije! Eso fue por no seguir mis consejos”.
Ya no sé con cual bando simpatizar si con los pobres hombres dominados por una arpía que se ven obligados a buscar aventuras para sobrellevar tan dura cruz, o si solidarizarme con mi género y terminar de convencerme de una buena vez que, los hombres todos, escuchen bien todos, son unos ¡viles canallas! A quienes adoramos, a quienes necesitamos, sin los cuales técnicamnete podemos vivir pero sexualmente no, y que hay que aprender ciertos trucos de supervivencia si es que queremos ser “respetadas” por ellos, aunque sea a las malas. Y es que el respeto coercitivo parece hacer ¡tan feliz a las mujeres!.
Mientras escribo estas líneas y me escucho a mí misma lo que estoy pensando sé que cuando tenga que releerlas, no me reconoceré y pensare ¿que clase de mujer soy? Pero lo peor si es que corro el riesgo de perder audiencia femenina, por más que ellas saben que en el fondo, muy en el fondo hay algo de cierto.
Pero hay algo en el dorso de ésa moneda de dominación y es que el modelo de relaciones de posesividad asegura la pérdida total del respeto mútuo, y garantiza archivar el suficiente malestar y resentimiento para que las mentiras tengan cabida en aras de defender lo que nos es innato: nuestra libertad.
Hay otras opciones que son la excepción de la regla, aquellas asociaciones de pareja que están basadas en el respeto no sólo del otro como individuo sino del espacio, el tiempo, las elecciones y las preferencias del otro. Son asociaciones donde la supervivencia emocional y material de cada uno no depende del otro, sino del aprendizaje que se obtiene a través del otro, son relaciones de una escuela permanente, donde elegir al otro es una tarea diaria no un acuerdo previamente establecido y por lo tanto obligado. Son aquellas que saben que la felicidad es propia y no el trofeo que nos ofrece el otro como recompensa a nuestro afecto, también son aquellas parejas que danzan en la oscuridad de su alma y saben cuando el silencio es mejor sonido que una frase de desaprobación y de desánimo. Es cuidar del otro no solo física sino mental y emocionalmente.
Estas parejas tienen un férreo compromiso más que con el otro con su propia alma y por ende con el alma de su compañero(a), saben que las relaciones son el territorio donde el alma más crece y donde se pone a prueba todo lo que el alma ha aprendido, son el mejor laboratorio para procesar todos aquellos hermosos conceptos que reposan en los libros de los pensadores. Pero sobre todo las relaciones son el mejor lugar donde el amor se mira en el espejo del desamor propio y aun así elige seguir amando.
“Mi muy apreciada señora Jiménez: Permítame que me presente. Soy el marido de la señora RR. He leído en su magnifico blog que se ha desecho de mi mujer sin cometer acto delictivo alguno, lo cual conociéndola (a mi señora) parece mas obra divina que humana. Por ello y abusando de su bondad (la de usted) quisiera pedirle encarecidamente (suplicar mas bien) que, si no es mucha molestia, me diga la formula para conseguir tamaña proeza. Llevo años intentándolo, no solo con nulo éxito, sino con efectos secundarios claramente perniciosos. Cuando conocí a la Señora RR (un mal día lo tiene cualquiera) el que esto escribe era una persona amable, educada y con una hermosa mata de pelo negro en la cabeza. En esos momentos todo ello ha mudado en un carácter ácido, desconfiado, y una cobarde huida del susodicho pelo. Todo ello ha sido sustituido por una incipiente redondez en la zona abdominal, producto sin duda de las cantidades de chocolate nada desdeñables que debo ingerir para endulzar lo que la señora RR se encarga de agriar.
Por ello, tómelo como una obra de caridad y hágame este favor por el que le estaré eternamente agradecido. Cuénteme el secreto”.
Aún ahora cuando la vuelvo a leer me produce mucha risa. Tanto como me la produce escuchar a mis amigos casados rehusar una invitación si su esposa no puede atenderla porque no pueden ir (léase bien “no pueden” no es “no quieren”) solos a ninguna parte. Me llama la atención el sentido de propiedad con que las mujeres hablan de sus esposos y como los esposos terminan consintiendo con ello. Me he dado cuenta que el tiempo que un hombre tarda en dejarse “atrapar” por una arpía (en palabras de ellos) es directamente proporcional al nivel de sometimiento que la dominatríz ejercerá en el recalcitrado machista que se mantuvo en la soltería mucho tiempo por temor a caer en manos de quien inevitablemente cayó.
Pero ¿qué fué primero el huevo o la gallina? Fuímos primero las mujeres arpías o fueron primero ellos sumisos, esa danza entre el sometido y la arpía me resulta indescifrable, porque hasta el macho de mas carácter termina alguna vez en manos de una mujer dominante que comulga en la iglesia donde los celos y la posesividad son amor.
¿En que momento las mujeres pasamos de ser sus princesas a ocupar la silla de la bruja arpía a quien nuestra pareja le teme más que amarla y de quien hace humor negro fuera de casa?
Por otra parte cuando uno habla con una mujer que está en categoría arpía, ella siempre tiene argumentos convincentes que lo seducen a uno no sólo a detestar a su pareja, sino a militar en la base de las arpías y las dominatrices. Algunas tienen estrategias que según ellas les funcionan y entregan los secretos en las conversaciones femeninas, y cuando uno sufre porque un “canalla” no respondió a nuestras expectativas, ellas, las arpías siempre están ahí para recordarnos “¡te lo dije! Eso fue por no seguir mis consejos”.
Ya no sé con cual bando simpatizar si con los pobres hombres dominados por una arpía que se ven obligados a buscar aventuras para sobrellevar tan dura cruz, o si solidarizarme con mi género y terminar de convencerme de una buena vez que, los hombres todos, escuchen bien todos, son unos ¡viles canallas! A quienes adoramos, a quienes necesitamos, sin los cuales técnicamnete podemos vivir pero sexualmente no, y que hay que aprender ciertos trucos de supervivencia si es que queremos ser “respetadas” por ellos, aunque sea a las malas. Y es que el respeto coercitivo parece hacer ¡tan feliz a las mujeres!.
Mientras escribo estas líneas y me escucho a mí misma lo que estoy pensando sé que cuando tenga que releerlas, no me reconoceré y pensare ¿que clase de mujer soy? Pero lo peor si es que corro el riesgo de perder audiencia femenina, por más que ellas saben que en el fondo, muy en el fondo hay algo de cierto.
Pero hay algo en el dorso de ésa moneda de dominación y es que el modelo de relaciones de posesividad asegura la pérdida total del respeto mútuo, y garantiza archivar el suficiente malestar y resentimiento para que las mentiras tengan cabida en aras de defender lo que nos es innato: nuestra libertad.
Hay otras opciones que son la excepción de la regla, aquellas asociaciones de pareja que están basadas en el respeto no sólo del otro como individuo sino del espacio, el tiempo, las elecciones y las preferencias del otro. Son asociaciones donde la supervivencia emocional y material de cada uno no depende del otro, sino del aprendizaje que se obtiene a través del otro, son relaciones de una escuela permanente, donde elegir al otro es una tarea diaria no un acuerdo previamente establecido y por lo tanto obligado. Son aquellas que saben que la felicidad es propia y no el trofeo que nos ofrece el otro como recompensa a nuestro afecto, también son aquellas parejas que danzan en la oscuridad de su alma y saben cuando el silencio es mejor sonido que una frase de desaprobación y de desánimo. Es cuidar del otro no solo física sino mental y emocionalmente.
Estas parejas tienen un férreo compromiso más que con el otro con su propia alma y por ende con el alma de su compañero(a), saben que las relaciones son el territorio donde el alma más crece y donde se pone a prueba todo lo que el alma ha aprendido, son el mejor laboratorio para procesar todos aquellos hermosos conceptos que reposan en los libros de los pensadores. Pero sobre todo las relaciones son el mejor lugar donde el amor se mira en el espejo del desamor propio y aun así elige seguir amando.
Comentarios
Por lo menos el esposo de RR todavía tiene buen sentido del humor :)
A mi me llama la atencion parejas que permanecen juntas apesar de no existir NADA que los una. Puede ser por creencias religiosas o una decision autoimpuesta de no separarse no lo se. Lo que si se es que muchas veces uno permanece en la misma situacion porque ES ALGO CONOCIDO nos sentimos SEGUROS. Muchas personas prefieren quejarse, amargarse la vida, seguir en lo mismo en vez de probar algo diferente, desconocido y quien sabe, ser realmente felices...los dejo con la inquietud!!!!
Clemencia Huertas