LA OTRA EN MI
La semana pasada estaba la playa llena de “snowbirds” como le llaman en la Florida a los turistas que llegan del norte durante el otoño y el invierno, nombre inspirado en los pájaros migratorios que salen del norte en busca de mejor temperatura.
Mientras tendía mis cosas y acomodaba mi silla, un hombre de mediana edad acompañado de una mujer se aproximó a preguntarme si mi vestido de baño era legal en este país... Si, me quedé como usted querido lector en este momento, con un enorme signo de interrogación sobre mi cabeza, pensando que la única ilegalidad de la que padecíamos en Estados Unidos era a manos del estatus migratorio de un buen fragmento de la población. Le respondí que justamente una de las primeras cosas que había hecho el presidente Obama en consideración con la crisis, era aprobar una ley que nos permite llevar este tipo de traje de baño por el alto costo de las telas y por las altas temperaturas que hemos tenido este año, a lo cual el hombre bastante molesto respondió mientras miraba a la mujer con la que estaba, que este hombre (refiriéndose a Obama) no solo estaba pactando con la guerra sino con la Inmoralidad.
Inmoralidad, si, esa fue la palabra que le escuché.
Así que me senté en mi silla mientras veía alejarse al hombre que seguia discutiendo con la mujer y busqué por todas partes a la otra en mí que se hubiera avergonzado por lo que acababa de escuchar, a la que se hubiera cubierto con el pareo y hubiera salido corriendo a buscar un traje de baño de una sola pieza para que no hablaran mal de ella, a la que hubiera alcanzado a aquel hombre para disculparse por su “inmoralidad” o para justificar el porque entré accidentalmente en el clan de las inmorales, a la que se hubiera metido al mar y no hubiera salido hasta que la playa estuviera desierta, o en últimas a la que se hubiera refugiado detras de un enorme libro para que nadie le volviera a ver la cara durante la tarde.
Pero no la encontré, la otra en mí se había marchado, sonreí para mi misma mientras tomaba un coctel de naranja que me habían regalado y mientras seguía esperando por su aparición. Después decidí que como no aparecía, saldría sola a dar un paseo de inmoralidad ilegal por toda la playa, sin temor alguno de encontrarme con la otra en mí, que ahora vive a varios años de mi vida.
Mientras tendía mis cosas y acomodaba mi silla, un hombre de mediana edad acompañado de una mujer se aproximó a preguntarme si mi vestido de baño era legal en este país... Si, me quedé como usted querido lector en este momento, con un enorme signo de interrogación sobre mi cabeza, pensando que la única ilegalidad de la que padecíamos en Estados Unidos era a manos del estatus migratorio de un buen fragmento de la población. Le respondí que justamente una de las primeras cosas que había hecho el presidente Obama en consideración con la crisis, era aprobar una ley que nos permite llevar este tipo de traje de baño por el alto costo de las telas y por las altas temperaturas que hemos tenido este año, a lo cual el hombre bastante molesto respondió mientras miraba a la mujer con la que estaba, que este hombre (refiriéndose a Obama) no solo estaba pactando con la guerra sino con la Inmoralidad.
Inmoralidad, si, esa fue la palabra que le escuché.
Así que me senté en mi silla mientras veía alejarse al hombre que seguia discutiendo con la mujer y busqué por todas partes a la otra en mí que se hubiera avergonzado por lo que acababa de escuchar, a la que se hubiera cubierto con el pareo y hubiera salido corriendo a buscar un traje de baño de una sola pieza para que no hablaran mal de ella, a la que hubiera alcanzado a aquel hombre para disculparse por su “inmoralidad” o para justificar el porque entré accidentalmente en el clan de las inmorales, a la que se hubiera metido al mar y no hubiera salido hasta que la playa estuviera desierta, o en últimas a la que se hubiera refugiado detras de un enorme libro para que nadie le volviera a ver la cara durante la tarde.
Pero no la encontré, la otra en mí se había marchado, sonreí para mi misma mientras tomaba un coctel de naranja que me habían regalado y mientras seguía esperando por su aparición. Después decidí que como no aparecía, saldría sola a dar un paseo de inmoralidad ilegal por toda la playa, sin temor alguno de encontrarme con la otra en mí, que ahora vive a varios años de mi vida.
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