INTELECTUALES Y ERUDITOS

Desde mucho antes de la pandemia mi sueño era tomar clases de escritura con un reconocido escritor colombiano al que admiro hace un tiempo. En el 2022 me regalé ese sueño y me embarqué en un diplomado de literatura con él. Las primeras clases no fueron fáciles, como siempre que me enfrento a la educación académica formal, me encontré con la intelectualidad y la erudición en todo su esplendor.


Los intelectuales son fáciles de detectar, están perfectamente caracterizados, suelen ser ateos, han construido su sistema de creencias con retazos de todos los libros que han leído, tienen posiciones políticas radicales, detestan la autosuperación, desconfían de la felicidad aunque la persiguen con vehemencia, cargan una buena dosis de amargura que administran con mesura para estimular su creatividad. Padecen de un pesimismo patológico que exhiben con un tono de superioridad, al punto que sus lectores podrían pensar que el pesimismo es una puerta a la intelectualidad.

Los eruditos son más predecibles, con su memoria prodigiosa han memorizado cuanto término extraño existe y lo han incorporado a su léxico cotidiano, por lo que hablar con ellos implica tener una libreta a mano para apuntar dichos términos y luego buscarlos en el diccionario, de esa manera es difícil, por no decir que imposible, captar sus mensajes. Su comunicación es unilateral, es decir, ellos hablan y uno no se atreve a decir una sola palabra. Su buena memoria les permite citar todas las fuentes de donde han extraído lo que saben y  que ahora exhiben, porque además para ellos es vital validar de donde les viene tanto conocimiento. Se saben los nombres de todos los autores que han leído desde su temprana edad e incluso pueden saber datos biográficos de esos autores y títulos de sus libros más destacados. Te dirán los nombres de los premios nobel no sólo de literatura sino de muchas otras modalidades. Escucharlos puede ser desgastante aunque admirable pues es lo más parecido a ver el disco duro de una computadora exhibiendo toda la información que puede almacenar.

Así me sentía al principio en el diplomado, embriagada a manos de un cóctel de intelectualidad y erudición que dejaba en evidencia mi ignorancia, luchando contra las olas de mi pésima memoria para no naufragar en ese mar de conocimiento. Y supongo que fue eso lo que le pasó a los que nunca dejaron escuchar su voz durante los meses que duró el diplomado. A veces me asaltaba la duda de si callaron por ignorancia (como yo) o de pronto callaron porque realmente sabían y no querían perturbar a los que creían que sabían. Yo me lancé al ruedo porque soy valiente por naturaleza, la vida me puso en una posición en la que correr riesgos es mi forma de  sobrevivir.

El profesor llenó todas mis expectativas académicas, porque además de saber mucho de su materia tiene un discurso poético fascinante que hace que uno desee estar frente a él infinitamente. Al final del taller menguó su nivel de desempeño y posteriormente se disculpó por ello. Se dejó dominar por adversidades personales y eso es algo que jamás debe suceder. Porque al margen de sus clases él tiene mucho tiempo para gestionar sus emociones y no permitir que afecten su trabajo. En eso yo podría darle un diplomado a él y a quién lo necesite.

El módulo de Poesía me fue imposible de seguir, la profesora carecía de capacidad de síntesis, se le iba la mano en sus discursos que si bien eran interesantes lo hubieran sido más si fueran breves. Las primeras clases fueron tediosas, le hizo falta metodología y organización del temario. Más ejercicios cortos de escritura poética habrían sido muy productivos para que los pequeños resultados nos incentivaran. A cambio hizo un solo ejercicio con el que trabajamos todo el tiempo. Su ponencia sobre la Etimología de las palabras fue magistral y muy reveladora, en mi caso particular ese segmento rescató el módulo de poesía.

En términos generales mi gran expectativa del diplomado era escribir mucho, pero en realidad fue más lo que leí. El profesor luchó infructuosamente porque sus alumnos leyeran, en especial que los participantes nos leyeramos mutuamente, pero en estos tiempos de redes sociales, donde la competencia por ser protagonistas es prioridad, todos esperan recibir mucha atención y muy pocos están dispuestos a darla, y cuando de leer se trata la dificultad es mayor.

También Hubiera sido muy bueno que el profesor revisara cada texto, para lo cual se necesitan grupos más pequeños, máximo 15 personas, quizá incrementar el costo para que sea rentable tanto para él como para los estudiantes.
En las últimas semanas del diplomado nos alcanzó una crisis de "convivencia" con lo que verifiqué lo que siempre he pensado, que la intelectualidad y la erudición están más basadas en la buena memoria y que es poco o nada lo que pueden hacer para rescatarnos de nosotros mismos. ¿Pueden ambas ayudarnos a vivir mejor? tuvimos a nuestra disposición un capital literario plagado de diversidad que pudo ser aprovechado creativamente, pero faltó perspectiva y sobre todo, sabiduría, patrimonio del que no gozan mucho los intelectuales y los eruditos.
En el diplomado hablamos mucho del " que hacer" y muy poco " del ser" y ¿qué es un escritor sin el saber ser? Es la suma de su conocimiento y la resta de su auto conocimiento, queda entonces ese vacío existencial que ha sido la musa de tantos escritores, pero estamos llamados a encontrar nuevas formas de escribir desde perspectivas más integrales, porque sólo conociendo la naturaleza de nuestra luz y de nuestra oscuridad podemos danzar con las luces y las sombras de nuestros personajes.




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