LA MALDICIÓN

 En estos días descubrí que un hombre mayor que pasaba mucho tiempo en la playa no era un visitante regular sino un indigente que eventualmente adopta la caseta del salvavidas como dormitorio y almacenaje de sus pertenencias. Lo hace tan bien que ha pasado desapercibido ya que es un hombre blanco, bien presentado, educado y que vela mucho por la limpieza de la playa.


A mí la indigencia me produce un malestar fuera de lo común, y es que en mi adolescencia durante una riña familiar, fui maldecida y condenada a la indigencia a manos de mi padre. La cultura en la que fui educada le otorgaba mucho peso a las maldiciones, especialmente las que provenían de los padres y de los sacerdotes.

Después de que mi padre enunciara su maldición con una investidura de autoridad moral suprema, mi madre me abrazó y mediante un refrán me consoló de aquella pena "no se preocupe mija que maldición de perro ganso no alcanza" en aquel entonces no sabía el significado de ese refrán por lo que sus esfuerzos por darme consuelo no tuvieron éxito. Crecí cargando sobre mis hombros la pesada carga de que esa maldición se convirtiera en realidad y por ende con una sobredosis de compasión por los indigentes.

Durante una amenaza de huracán en que mi familia y yo  tuvimos que evacuar y salir del estado de la Florida, me reuní con un amigo al que aprecio y admiro mucho, sobre todo porque él sabe muchas cosas de esas que no son del dominio público y que son claves para el buen vivir. Durante una caminata que dimos juntos en la ciudad donde él vive, que fue a donde nos habíamos ido huyendo del huracán, nos encontramos a un indigente pidiendo algo de comer, yo esperaba que mi amigo pusiera en práctica el respeto por ese tipo de experiencia, que al igual que todas las experiencias que vivimos son necesidades evolutivas que forman parte de ese misterioso método pedagógico que elegimos antes de nacer. A cambio mi amigo experimentó una irritación muy visible ante su presencia y le respondió con algunos argumentos que no pude escuchar porque su voz se perdió como la banda sonora de una película que se me estaba proyectando, donde mi aporte era una compasión desproporcional que por poco me saca lágrimas, solo escuché claramente el final de su ponencia
"yo no como cuento" y me quedé sin palabras, sin saber que hacer con la imagen de mi admirado amigo hecha trizas a manos de una conducta tan humana como la mía, aunque estuviéramos emocionalmente en posiciones opuestas. Cabe anotar que no fue suficiente para retirarle el afecto y la admiración a mi amigo, él solo estaba lastimando mi herida, de la que únicamente yo soy responsable.

Aquel día como siempre que me tropiezo con un indigente, se recreó en mi mente la escena de la maldición de mi padre, pero en aquella oportunidad comprendí que todos estos años he estado protegida por el refrán de mi madre y que cada día que sobrevivo sin ser una indigente quizá es porque ese refrán ha creado cierto manto protector sobre mí, después de todo esa es la función más importante que hacen la mayoría de las madres, proteger a sus hijos.


SIGNIFICADO:
MALDICIÓN DE PERRO GANSO NO ALCANZA.
Refrán popular de origen tabasqueño que explica por qué no hay que temer las amenazas de los miserables. Se atiene al tópico de que las amenazas del débil son débiles amenazas. Tiene forma sentenciosa. Variante: "maldiciones de perro cojo, no alcanzan"



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