MEMORIAS CORPORALES

 El otro día me tocó en suerte un masajista del sexo masculino, cuando conscientemente me sentía relajada y dispuesta a recibir el masaje, el hombre me anunció que estaba demasiado tensa para masajear mi espalda, me pareció que exageraba, por lo que tomé tres respiraciones abdominales para relajarme y le dije que ya podía empezar, pero fue inútil, por más que hice todo lo que sé hacer para relajarme no lo conseguía, según él. Finalmente el hombre me dijo "usted se relaja, pero en cuanto me acerco a su espalda su cuerpo se contrae, es como si en otra vida la hubieran apuñalado por la espalda" empecé a llorar sin explicación alguna, sus palabras habían detonado el despertar de una memoria corporal.


Las siguientes dos semanas las invertí en trabajar con ayuda terapéutica en memorias corporales, acompañándome de mucha meditación, hasta aquel día a eso de las 6 de la mañana que me despertó el recuerdo nítido de lo sucedido.

Fue a los 6 años de edad, recién habían detenido a mi padre, y mi madre y yo viajábamos cada ocho días desde Vegachi hasta Medellín a visitarlo. Tomábamos la "escalera" una especie de bus con las bancas formadas horizontalmente. Lo hacíamos a la madrugada para llegar a tiempo y alcanzar la visita en la cárcel de la ladera del barrio Enciso de Medellín.

El ayudante del bus, un hombre joven, aprovechando la complicidad de la oscuridad antes del amanecer se sentó justo detrás de mi asiento, y fingió dormir con la cabeza apoyada sobre sus brazos que descansaban sobre el respaldar de mi asiento, y lentamente deslizó su mano dentro de mi blusa hasta llegar a mis nalgas e introdujo su dedo indice por mi ano.

Me recuerdo congelada literalmente, presa de una sensación de impotencia que me produjo un dolor físico y emocional indescriptible, yo sólo era una niña y se supone que los adultos están para cuidarnos y protegernos, no para lastimarnos. No quise contarle a mi madre porque para entonces ella tenía suficientes problemas con la situación de mi padre para agregarle uno más,  además era la única escalera que hacía ese viaje, y temía que si hablaba no nos dejaran subir nunca más, después de todo, y parafraseando a mi madre, "éramos dos mujeres solas, sin la protección de un hombre"

No permití que pasara una vez más,  una brillante idea para liberarme del acosador surgió de mi mente prodigiosa. Aprovechando que siempre, sin importar a qué hora me levante, mi primera deposición es luego de salir de la cama, aquel día que viajábamos de nuevo, decidí no sólo no limpiarme luego de la deposición, sino esparcir materia fecal alrededor de todo mi ano y vestirme así. Llegado el momento el hombre se entregó a su rutina, introdujo su mano y en algún momento de su habitual recorrido se encontró con una materia fangosa que le hizo sacar la mano con rapidez. La huella de mi liberación quedó marcada en mi espalda con una línea de materia fecal. Supongo que el hombre aprendió la lección que quien pretende acostarse con niñas, cagado amanece, porque nunca más lo hizo.

Durante la terapia de memorias corporales descubrí que, como consecuencia de aquella experiencia mi espacio personal ha sido más amplio que el del común de la gente, siempre me ha molestado que las personas se acerquen mucho a mí, a menos que yo misma propicie esa cercanía.

El mecanismo de protección que adopta la mente es asombroso, somos capaces de sepultar experiencias dolorosas en el sótano de nuestro inconsciente, y reaccionamos negativamente a estimulos inofensivos ignorando el porqué lo hacemos, pero la naturaleza es tan sabia que sigue guardando el respectivo archivo en las memorias del cuerpo, depende de nosotros que hacemos con ese archivo.

 

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