LUTO

 Dos personas muy cercanas a mí han tenido pérdidas de seres queridos. Son personas en quienes confío y pensé que yo también era de su entera confianza. Durante el duelo me acerqué a ambos para ayudar de alguna forma, pero ambos me enviaron mensajes tácitos,  que en realidad gritaban más fuerte que un mensaje verbal, que yo estaba por fuera de su proceso de duelo.

Ese comportamiento, se salió de mi comprensión, egocéntricamente hablando, porque he sido de mucha ayuda para otras personas menos cercanas durante procesos de duelo. Además lo resentí, porque el lazo de amistad queda a medio anudar y me invade la incertidumbre si hice algo que no me hayan dicho para ya no ser digna de su confianza.
Cuando he tenido duelos, abro las puertas de mi vida para todo aquel que me quiera brindar consuelo, incluso para aquellos que tienen filosofías de la vida y la muerte diferentes a la mía, y lo hago porque soy consciente de lo sanador que es poder hablar de lo sucedido y expresar nuestros sentimientos, no porque esperemos un alivio repentino, sino porque hablar en voz alta con alguien que nos escuche, nos permite escucharnos a nosotros mismos de manera diferente a como escuchamos nuestro diálogo interior.
El duelo es un fardo muy pesado para cargarlo uno solo, al igual que se necesita una tribu para educar un hijo, se necesita una tribu para ayudarnos a cargar el peso de una pérdida.
Pero estoy consciente que cada cual elabora su duelo a su manera y yo expreso mi respeto por su forma de hacerlo, guardando la misma distancia que ellos imponen. Pero me he dado cuenta que mientras ellos elaboran los duelos de sus seres queridos, yo elaboro mi propio duelo de la idea que tenía de nuestra amistad. Una nueva forma de relacionarnos emergerá, después de todo el cambio, al igual que la muerte, es lo único seguro que tenemos.



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