ESCRITORA

 Los intelectuales y los eruditos que gozan de un elitismo cultural exagerado, tienen una larga lista de exigencias para etiquetar a un escritor como tal.


Pero yo que no como cuento (de ahí que no subo de peso) supe que era escritora cuando me di cuenta de la compulsiva manía que sentía por exagerar, idealizar, dramatizar y escribir con cierto morbo. Cualidades éstas del escritor por más que muchos lo nieguen. La verdad no es una palabra muy bien entendida en nuestro diccionario personal, necesitamos embellecer o dramatizar los hechos como si fuéramos pequeños dioses inventando mundos más habitables o más temibles. 

Yo supe que mi vida estaba destinada a escribir desde que aprendí a leer y a escribir, entonces un mundo se abrió a mis pies. La vida no era concebida para mí sino era en términos de frases que se iban convirtiendo en historias, fantaseaba con las múltiples maneras de contar una misma historia. Me recuerdo con mi cuaderno y lápiz escribiendo una misma escena en varias versiones hasta quedarme con la versión que más me gustaba leer, aunque no correspondiera con la realidad o la verdad de lo que había sucedido.

Me enamoré de "cien años de soledad" porque vi desplegadas en esa forma de escribir mi propia ambición hecha realidad. Esa exageración cuidadosa con que se construyó el personaje de Remedios la Bella y el hecho de que Amaranta tejiera su mortaja y le hiciera trampa a la muerte deshaciendo el tejido para terminar de tejerla cuando le diera la gana a ella y no cuando la muerte decidiera, me hacían admirar a Garcia Marquez que se convirtió para mí en un dios pagano capaz de quitarle el poder a la muerte aunque solo fuera en el recinto de su imaginación. Su escritura me resultaba tan familiar, como si cosas parecidas se hubieran ya alojado en mi prodigiosa imaginación. Bien dicen que las ideas no son de nadie, que están en un campo de infinitas posibilidades y uno solo las alcanza desde allí y las baja a la mente, como quien baja un programa de computadora para ser ejecutado en esa maquina maravillosa que es nuestra mente. Ésto para mí no es una creencia sino una convicción.

Cuando leí la biografía de Faludy caí presa de una admiración sobrenatural por él y por su conexión tan profunda con la escritura, me pasó igual con el Marques de Sade y con Elfriede Jelinek, como si fueran  réplicas de mi mente en universos paralelos.

Eso si. No me pregunten por clásicos porque no he leído ni uno, por eso para intelectuales y eruditos nunca seré una escritora, pero en el filo de mis sesenta me ha dejado de importar como soy vista o bajo cual etiqueta es juzgada mi escritura.
He vivido una vida entera por escrito. Documento cuanto sucede en mi imaginación y a veces en mi vida con una devoción que me ha permitido desarrollar una excelente auto disciplina. Vivo en la piel de la escritura 24 horas de mis infinitos días, semanas, meses y años y eso es lo que cuenta para mí.

Me siento afortunda e infinitamente agradecida de poder gozar del privilegio de saber combinar las palabras para expresar mi manera de ver el mundo. En tiempos en que nadie lee, ésto es un privilegio en vía de extinción. Algún día mis futuras generaciones ostentaran con orgullo a una abuela, bisabuela, tatarabuela que escribía porque aunque no era lo único que sabía hacer bien, era una especie de comezón que la persiguió toda la vida.

Acepté hace mucho tiempo que no seré una escritora académica con reconocimiento social, con la misma serenidad que he aceptado mi destino y le he cumplido incluso cuando no estoy de acuerdo con algunos pasajes de ese destino.

Escribir sin visibilidad y tener una vida tan exquisita como la que tengo, también sin visibilidad, me ha permitido sentir respeto por mi propio plan de vida y por el de los demás. Con ésta y muchas satisfacciones más llego a mi sexta década de vida.

 

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