EL FINO ARTE DE NO HACER NADA.
Durante mi niñez había poco que hacer, el ocio era obligado, al menos en los pueblos en donde solía vivir y que ni parques de recreación para niños tenían. Uno mismo se ingeniaba el "Mataculín" poniendo una tabla incrustada en el tallo de un árbol que había cortado en el patio de la casa, se ponían un par de cojines a lado y lado de la tabla, se sentaba uno en un extremo y el invitado en el otro extremo, mientras el uno volaba alto el otro aterrizaba, así aprendimos a compartir y a tener que vivir las dos experiencias en pro de la diversión. No solía tener muchos invitados en casa, por lo que el tiempo a solas sin nada que hacer, convertía los días en interminables horas que me hacían dudar de que en efecto solo fueran 24 y no más. Pero en el ocio aprendí a observar los hormigueros, y el movimiento de sus habitantes, imaginaba que estaban organizadas como nosotros en el pueblo, que tenían un alcalde, un cura y profesores, me divertía pensando cual sería la directora...