ZONAS ERÓGENAS
Él ha sido
el único hombre que pudo conectar mis dos zonas erógenas: el clítoris físico
con el cerebral, como dos puntos cardinales en los cuales se habla el mismo
idioma, supo cual era la pulsión exacta con su lengua para activarlos al mismo
tiempo, pues nunca he tenido un mejor amante oral en todo el sentido de la
palabra, que él. También me amó con ese amor infinito que sólo promete la
temporalidad de este plano. Fuimos llevados involuntariamente a un encuentro
que ya estaba condenado al exilio y la derrota, y cumplimos puntualmente con el
destino como dos condenados a muerte que saben que se van a morir después de
haber degustado los más exquisitos manjares. Nuestro manjar lo servimos en la
cama, y lo degustamos a sabiendas que no se acabaría al día siguiente, pero si
antes del próximo año, nos dimos el lujo de idealizarnos sabiendo en el fondo
que no éramos dioses sino demonios jugando al poder de la santidad.
Nos separamos
con la madurez del espíritu y así
ensayamos a morir sin dramas. Nunca prometí no buscarlo, pero lo cumplí, quizá
porque en el fondo sabía que él jamás me buscaría de nuevo y que ese adiós nos
podría separar más que la misma muerte. Pero él regresó y volvió a regresar
vestido de otros desconocidos, y yo le dejé creer que no lo reconocía en su
nuevo cuerpo, aunque lo reconociera en aquellos ojos que se hacían pequeños
cuando mi cuerpo quedaba enmarcado en ellos y en todo su contenido literario
que siempre me pareció un libro cuyas páginas él escribía siempre en mi
presencia mientras me amaba.
Ésta semana
recibí una carta suya, y su nombre que estaba escrito en mis diarios y que
parecía un personaje mitológico del que no podía estar segura de su existencia,
cobró vida en el primer párrafo, en la medida en que leía sus letras se fue
despertando mi cuerpo, con la misma habilidad que solía hacerlo con sus manos
lentas pero seguras y con su voz que sentenciaba la prisión de mis deseos y el
aniquilamiento de mi férrea voluntad.
Era una carta
escrita para alguien, quién sabe si lo sea para mí, o lo sea para todas sus
mujeres, o para su diario personal, o un ensayo literario de esos que él suele
hacer para recordarse que es un excelente escritor. Reconocí los laberintos de
su mente en cada letra, y la belleza de su prosa iluminó mis ojos y despertó
todos los deseos que creía sepultados en el cementerio de mis pasiones. No
podía dejar de sonreír mientras lo leía, incluso cuando en sus líneas reconocía
la presencia de otras mujeres en su vida…de repente aparecí, o al menos creí
reconocerme en esa segunda persona a la que se estaba dirigiendo en su texto,
en carne viva me alimenté con aquellas palabras y las dejé hacer lo propio
en mí, sin permitirle a mi mente racional recriminación alguna, sin
arrepentimiento posible, dejándome ser, fluyendo con las emociones que de igual
forma jamás combatí en su presencia, sin temor a lo que llegara después.
Cuando
terminé de leer la carta, me sentí feliz de sobrevivir a tantos muertos en su
mente y de seguir con vida en algún lugar de aquel cerebro prodigioso. ÉL sabe
alimentarme con palabras, y no es que me las crea, sólo las uso y después las
metabolizo, así es como he aprendido a ser feliz, metabolizando todo en vez de
retener.
Fotografía por Jaime Rosas
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