UN SACERDOTE EN LA FAMILIA.
Mis dos
familias, la materna y la paterna, coincidieron en algo, ambas son practicantes
de la religión católica, y aunque crecí en medio de misas, primeras comuniones,
bautizos, confirmaciones, bodas y los rituales de navidad que sigo adorando, desde
temprana edad me distancié de la institución más no de las creencias, algunas
las adapté a mi nuevo sistema de creencias, con lo cual dejé de asistir a las
iglesias y las misas quedaron reducidas a ocasiones especiales con las que
complacía a mi madre.
La noticia de
que mi primo Gustavo, sobrino en segundo grado de mi madre, había elegido el
sacerdocio, causó gran emoción en la familia, mi madre no perdía oportunidad para contarle a quien se
le atravesaba que tendría un sobrino sacerdote, y seguramente pensó que estaría
con nosotros para verlo, tendría 91 años de haber sido así, pero la muerte se
paseó por nuestra familia y se llevó no sólo a mi madre, sino a la última de
sus hermanas que quedaba con vida y posteriormente al padre de mi primo, el
futuro sacerdote.
Todas estas
fueron las principales motivaciones para viajar a Colombia a la ordenación sacerdotal
de mi primo. Mi madre y yo habíamos sido acogidas por su familia en el año 1979
antes de que él naciera, cuando tuvimos que emigrar de Antioquia al Valle, no teníamos
mucho dinero y empezábamos de cero por segunda vez en nuestra vida, por lo que
además del lazo familiar, nos unen lazos de convivencia y de esa complicidad
que otorga el compartir la adversidad. Además de estas razones me acudía otra,
mi deseo ferviente de expresar mi profundo respeto por una institución con la
que no estoy de acuerdo, y la única manera de sentir respeto por algo es
acercarse, conocer cómo funciona y silenciar la voz del juicio considerando la
posibilidad de que el equivocado sea uno y no los demás.
Nuestra familia
es numerosa y acudió un 90% de ella, era la segunda vez que nos uníamos en
torno a un acontecimiento, la primera vez fue cuando mi madre murió. Había un
maremoto de emociones flotando en el ambiente durante la ordenación sacerdotal,
me venció la vanidad y reprimí el llanto para que mi maquillaje no se moviera más
de lo que se había movido con la inclemencia del clima. Los rituales de esta
ceremonia son muy emotivos, me sorprendí a mi misma dejando mis prejuicios
respecto a la institución en casa y sintiendo la ceremonia con toda su solemnidad,
sentí el mismo orgullo de mi primo que hubiera sentido mi madre, puedo decir
que mi madre estuvo prendida de mi mano todo el tiempo, lo cual me producía una
eterna sonrisa de felicidad en mi rostro que nunca desapareció.
Al día siguiente
mi primo oficiaría su primera misa en el barrio donde él nació y creció y donde
también nació mi hija quien sólo es una año mayor que él. Regresar a aquel
barrio removió muchos recuerdos, lo que hace inevitable que se pare frente a
uno ese universo paralelo donde uno sigue viviendo en el mismo lugar que dejó. ¿Cómo
hubieran sido nuestras vidas si nos hubiéramos quedado allí? y recordé que salimos
de allí en circunstancias adversas y como fue de doloroso dejar aquella casa
que era propia, pensando que habíamos "perdido" ignorando que el
universo nos estaba despojando de algo que nosotros mismos no nos atrevíamos a
dejar por elección propia, para cumplir perfectamente con un destino que nos
estaba esperando, sonreí cuando pasé por la casa donde nació mi hija y recordé
lo feliz que fui mirando su rostro días enteros, maravillada con el milagro de
la vida entre mis manos. Me sentí feliz de saberme feliz en ese pasado que para
muchos debió ser sombrío.
La iglesia
estaba llena, constatando así la simpatía y el afecto que le tienen los
habitantes del barrio a mi primo, y verificando que es un líder comunitario
cuya principal inspiración es la gente. Colapsé durante la bendición de su
madre y para entonces dejó de importarme el maquillaje y me permití llorar todo
lo que tenía que llorar, estaba presa de infinitas emociones, en las que
primaba una alegría indescriptible, de esas que sólo el llanto puede expresar,
de repente el pasado y el presente eran una pareja danzando ante mis ojos esta
experiencia llamada vida, todo tiempo pasado por desagradable que haya sido
estaba justificado con este momento, había tal toque de perfección en aquel
momento que verifiqué aquello que siempre dicen los gurús de la nueva era
"todo pasa por algo".
Pocos días
después me reuní con mi primo, quería escucharlo, quería vivirlo, y tener
respuestas al porqué de su vocación, quería saber si él era como mi madre
concebía a los sacerdotes o era como yo los concebía, para descubrir que cada
experiencia sacerdotal es única, ignoro las profundidades de la motivación de
mi primo, lo que si supe es que tiene un compromiso férreo con su comunidad y
con la educación de la misma, encontré en él un ser humano tranquilo, pacifico
que no se expresa mal de las personas y que sabe expresar asertivamente lo que
no le gusta de la gente, no como algo que haya que reparar, sino como algo que
nos permite ejercitar respeto y tolerancia.
De alguna manera
me vi en un espejo interactuando con mi primo, escogimos caminos diferentes
para caminar hacia la misma meta, pero el hecho de que sean diferentes no
significa que uno de ellos esté equivocado, y aplica para todas las personas
que están en este mundo trabajando por "algo" ese día reconocí que el
respeto, la tolerancia y la aceptación son los talones de Aquiles de la humanidad,
son el péndulo entre el bien y el mal que habita dentro de nosotros.
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