LA VOZ INTERIOR
Hace poco durante una conversación hablábamos de la
economía actual y de cómo estamos manejando nuestras finanzas, me sorprendí pensando
en voz alta que soy una mujer sin aspiraciones, y lo dije orgullosa de serlo, inmediatamente
pensé en lo mal visto que es socialmente hablando que uno no tenga
aspiraciones, eso es casi como auto condenarse al fracaso. Ésta conversación me dejó reflexionando sobre muchas cosas, como por ejemplo, he simplificado mi
vida material de tal manera que eso me permite mayor capacidad de disfrutar lo
que tengo, tengo menos cuentas que pagar, y eso ha sido porque en verdad ya no
aspiro a tener tanto como antes. Demasiados objetos en el lugar donde vivo me
roban energía y me confunden. Estoy entrando en esa fase de la edad en donde
olvido con facilidad donde guardé las cosas, así que pensando en eso, he decidido
tener menos en aras de optimizar los espacios donde guardo lo que tengo. Se
siente un aire de libertad teniendo poco, incluso mantener el orden y la casa
limpia se facilita mientras menos cosas tengamos. También pensé en el porqué no me gustan las tarjetas de crédito, muchas personas usan las
tarjetas para comprar cosas que en realidad no necesitan, pero que llenan
el vacío existencial que no consiguen llenar por sí mismos. Una tarjeta de crédito
nos permite gastarnos el dinero que aún no hemos trabajado, es como dejar en
una casa de empeño nuestro tiempo, nuestra energía vital y nuestra fuerza
laboral, la gran pregunta es, si, ese objeto que estamos comprando vale tanto como
para pagar una cifra tan alta que en realidad supera el costo que tiene en el
mercado.
Durante ésta pandemia he reflexionado mucho sobre mi
vida, debe ser porque la muerte ronda y uno quiere al menos irse sabiendo que
su lugar en éste mundo fue bien ocupado y que el tiempo que se nos dio, fue
bien invertido. Yo tengo un buen balance, he viajado mucho, he tenido una
familia no convencional, pero la he disfrutado y valorado, he tenido grandes
amigos, y reconozco en los ojos de mis enemigos su aporte a mi vida, lo que me
permite reciclar la experiencia. He tenido una perspectiva de la vida que me
enorgullece mucho de mí misma, porque no me ha permitido tener talento para el
rencor. He podido mirar con lupa las relaciones de pareja hasta conseguir un
grado de objetividad que me permite comprender para que sirven, porque son
necesarias en su momento y por qué no son más necesarias para mí en particular.
He respondido a mis hormonas con la misma lealtad que exige la fidelidad
matrimonial, he seguido mi intuición como si fuera el mapa de mi destino y
siempre, absolutamente siempre, me ha llevado por donde mi alma necesita, a
pesar de la resistencia de mi ego. He recogido la historia de mis ancestros y
la he puesto por escrito, lo que me ha permitido comprender mejor la dinámica
de mi existencia. He cultivado el amor por mi misma con más esmero y
disciplina, reconozco, que el que le he puesto al amor por los demás,
consciente que el primero me facilitará el segundo.
Mirando mi vida desde la perspectiva actual, puedo
decir que soy un milagro andante, he sobrevivido de puro milagro, es como si
viviera en un eterno trampolín cósmico del cual salto con regularidad a un
vacío en el que tengo pocas probabilidades de sobrevivir, pero termino
aterrizando en un mejor lugar que el anterior, he visto como la vida me ha
concedido esas cosas con las que he soñado pero por las cuales no es que haya
hecho mayor esfuerzo por conseguirlas. Si mi madre existiera diría que soy como
los gatos, siempre caigo parada, y es que si describiera minuciosamente las
dificultades que he tenido en mi vida y como he salido de ellas, nadie me
creería, a veces a mi misma me cuesta creerlo porque mis problemas se han
resuelto de manera tan inverosímil que me parece estar inmersa en la mente de
un libretista de ciencia ficción. No me puedo quejar, y no tengo derecho a
mirar el futuro en éste momento con tanta desesperanza como lo he hecho a veces
durante estos meses de confinamiento, no lo tengo, porque incluso durante ésta época
he vivido milagros diariamente ante los cuales sólo puedo estar asombrada y
agradecida, porque mientras muchos están sufriendo por lo que no tienen, yo me
despierto cada día agradeciendo todo lo que tengo, y reconociendo que si no
tengo más es porque no quiero, no porque no pueda. Mi renuncia no es altruista, es
una renuncia egoísta, básicamente he renunciado a vivir para satisfacer a mi
entorno, y he aceptado el reto de servirle a la esencia que vive en este
capullo que ha adoptado el sincrónico nombre de Luz.
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