DE LAS MENTIRAS Y SUS SECUACES.
Desde muy niña aprendí que resguardar nuestros propios intereses estaba por encima de la verdad, incluso de la aceptación de la realidad. La verdad sigue siendo un liquido que se acomoda al recipiente que mejor le convenga a la gente, la verdad es maleable, tiene la propiedad de convertirse en lo que el sostenedor desee, es por eso que conocer a los demás se hace tan difícil, porque hay que navegar por los sinuosos caminos de sus verdades inventadas y por lo laberintos de mentiras que protegen la verdad desgarradora que no desean mostrar a los demás.
La mentira no debería escandalizarnos tanto como de hecho lo sigue haciendo, y
quizá nos afecta tanto porque quedamos al descubierto frente a nosotros mismos,
porque nos reflejamos en los que mienten, nos re descubrimos como mentirosos
cuando lo hemos hecho, pero nuestro instinto nos lleva a condenar las mentiras
de los demás a falta de no podernos condenar a nosotros mismos.
La mentira tampoco debería lastimarnos tanto, quizá la parte luminosa de la
mentira es que nos permite una mirada más compasiva del mentiroso al comprender
la desolación que debe padecer para inventar
una realidad más “bonita” para sí mismo y para el otro, mentir es en definitiva
una limitación no una ventaja que el otro ha tomado sobre nosotros. Las famosas
mentiras piadosas quizá sólo estén impulsadas
por un ego fortalecido que cree que puede tener control sobre nuestra capacidad
o incapacidad para aceptar la realidad, no parece existir mucho de altruista en
las mentiras piadosas, porque sólo es cargar con la aceptación objetiva de una
verdad que creemos que otro no puede cargar subjetivamente, la verdad que no me
pertenece es fácil de aceptar, pero al mentir, aunque sea con la mejor intención,
le estamos robando al otro la oportunidad de medir su fuerza interior y su
capacidad para enfrentar la vida como viene.
Si existe
una verdad difícil de aceptar es la maestría que hemos adquirido frente a la mentira, esa misma maestría que solo se
adquiere con la práctica, con la vergonzosa experiencia de haberla practicado como
medio de supervivencia. Quizá actualmente la más grande proeza sea no tanto
conocer al otro, como descubrir su verdad oculta detrás de las mentiras que ha
dicho para encajar en un mundo tan difícil de habitar porque la expectativa
social crece cada día más. A veces siento que el mundo es un mar profundo de
verdades donde somos con frecuencia embestidos por enormes olas de mentiras que
nos hunden y de cuyo ahogo sólo se salvan los más diestros en mentir. Quizá el
camino sea abrazar la mentira, darle ese reconocimiento social y necesario para
la supervivencia de la especie, quizá la mentira sea una herramienta más de
evolución y nuestro único trabajo sea aprender a prescindir de ella, en vez de
combatirla, como lo hacen los diabéticos con el dulce, comprender finalmente
que la mentira proporciona un falso sentido de seguridad que nos adentra en un
largo rito de pasaje que es obligado recorrer para encontrarnos con la amorosa comprensión
y aceptación de la verdad.
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