CUANDO TUVE COVID19
Cuando me diagnosticaron con Covid19 me alegró saber
que tenía síntomas leves y que podría usar el tiempo del aislamiento para leer,
escribir, tejer y ver alguna película, nada más alejado de la realidad, pronto
me daría cuenta que síntomas leves significa que no será necesario ser
hospitalizado, no necesariamente que serán literalmente leves, al contrario
debes vivir el virus por tu propia cuenta, siendo tu único y propio cuidador, en
pro de no contagiar a los demás, lo cual me sumió en la constante preocupación
de estar sola al momento de morir por algún tipo de ataque respiratorio.
Tampoco es cierto que el covid19 sea una especie de
gripe, a mi me dio de todo menos resfriado, todo empezó con un sueño de
proporciones enormes que no me permitía estar despierta por más de media hora
así estuve durante tres días, después de los cuales, ya pude mantenerme despierta,
pero con un nivel de cansancio tan desproporcional que no me permitía tolerar
ni siquiera el sonido de la televisión, hasta hablar por teléfono significaba
una inversión enorme de energía que yo no tenía en ese momento, pensé en
aquellos largos días de cansancio infinito en que cuando me recuperara hablaría
menos porque ya sabía cuánta energía se hace necesaria para hacerlo, y como
abusamos de ese recurso tan valioso y tan costoso en términos energéticos,
sosteniendo a veces conversaciones innecesarias, chismorreos que no son
productivos y criticas que no mejoran a nadie, sino que regocijan al ego.
El dolor
muscular en mi caso se concentró en dos áreas en especial, en la caja torácica
y en mis caderas, en las caderas sobre todo era un dolor molesto y alarmante
que me hacía pensar que mis huesos se habían
partido en alguna parte, así que tuve que tomar muchos calmantes para el
dolor por aproximadamente semana y media, la disminución de la visión, la pérdida
total del gusto y del olfato, sumado a la falta de energía, el dolor muscular y
problemas digestivos que también desarrollé, me deprimieron bastante, me sentí
desesperanzada, pensando que no saldría de esa, pues el proceso se alargaba y
veía pasar los días completamente paralizada por síntomas que no me permitían
ni siquiera leer un libro, o disfrutar de una buena película. A menudo abría
los ojos por la mañana y lo único que podía hacer era llorar, porque ya sabía
que ese día sería una repetición del anterior y del anterior, me sentía
atrapada en un círculo vicioso de enfermedad que se cerraba con mi tristeza que
se estaba haciendo cada vez más profunda, eventualmente miraba las redes
sociales, por el poco tiempo que mi energía me lo permitía, veía a tanta gente
disfrutando de la naturaleza, viajando con sus seres queridos, en fiestas de
celebración, muchos de ellos fueron los mismos que después fueron cayendo no
victimas del covid, sino de su propia irresponsabilidad como lo había hecho yo.
El pronóstico era que los síntomas leves durarían tres
días durante los cuales soportaría el dolor muscular, el cansancio físico y la pérdida
del gusto y el olfato, después de esos tres días milagrosamente todo quedaría
atrás, pero yo ya estaba en el décimo día de covíd, viviendo exactamente lo mismo día
a día, la pérdida del gusto y el olfato me desesperaron a tal nivel que decidí
comerme un ajo por recomendación de alguien que me lo aconsejó, lo cual empeoró
mi condición porque estuve vomitando durante días y sin poder retener nada en
el estómago, lo cual desencadenó en una pérdida de peso significativa.
El día de Acción de gracias no prometía grandes planes
para mí, sería una copia de los días anteriores con su consabido aburrimiento,
pesimismo, y un toque, porque no decirlo, de rabia. No obstante me sentí menos
cansada y decidí caminar hasta la arena y ver el mar (yo vivo frente al mar)
tomé una fotografía para inmortalizar el momento de mi primera toma de energía
que no debió durar más de media hora y que me dejó tan cansada que dormí cuatro
horas para recuperarme. En la tarde mis vecinas Rosita y Eunice que fueron mis más
fieles cuidadoras y que me pusieron comida en la puerta del apartamento
puntualmente cada día, me trajeron la cena de acción de gracias, y ese día por
primera vez tuve una leve sensación de sabor en alguno de los alimentos que me
trajeron, fue tanta mi emoción, con ese acontecimiento que monté la mesa del
balcón y decidí cenar en el balcón con los ojos cerrados, pues era de la única
manera que podía conquistar un poco el sentido del gusto y percibir mejor los
alimentos, aunque no todos, solo los sabores fuertes, los sabores más leves
pasaban desapercibidos para mí, por más que cerrara los ojos.
El gusto y el olfato tardó aproximadamente cinco semanas
en regresar, durante ese tiempo, todas mis comidas las hacía en el balcón con
los ojos cerrados, ambos sentidos viajaban por mi existencia de una manera
caprichosa, había días en que no conseguía conquistar el sabor de nada,
mientras habían días que muchas cosas tenían sabor, para el olfato olía romero
y café durante varias veces al día y nunca imaginé que deseara tanto percibir
el olor de mis propias heces como en aquellas semanas en donde la neutralidad
olfativa me estaba enloqueciendo, pues para mí el olfato es mi motor, a mí no
me despierta el café sino el aroma del jabón que uso para ducharme, yo disfruto
más haciendo el desayuno por la mezcla exquisita de los olores, que
consumiéndolo, el olor a café en la mañana me motiva, el olor del los huevos en
el fogón, del pan en la tostadora, y hasta mi propio olor corporal.
Cuando finalmente llegó el resultado de mis dos
exámenes de covid negativos, pensé que estaba lista para regresar a trabajar,
pero la realidad fue otra, durante dos semanas sólo conseguía trabajar entre cuatro y
cinco horas porque de nuevo el cansancio infinito me vencía, eventualmente
experimentaba de nuevo disminución en la visión y cuando creía que nada podría
ir peor, me asaltaron unas taquicardias insoportables que me hacían temer por
un infarto. Pero todo formaba parte de la nueva “normalidad” de algunos pacientes
“recuperados” de covid. Le llaman secuelas y es algo con lo que tendremos que
lidiar por aproximadamente tres meses, a veces más, por suerte las taquicardias
solo duraron cuatro días, aunque aquellos días los viví como si fueran semanas.
A pesar de que casi nadie sabía de mi condición no
faltaron las llamadas con noticias nada gratas sobre mi condición que para
entonces ya era lo suficientemente desalentadora, curiosamente, me decían
que algún amigo de la amiga de otra
amiga “La recuerdas? Pues ella murió ésta madrugada y tenía exactamente los
mismos síntomas tuyos, que dizque leves, que no debía ir al hospital y mira
amaneció muerta” Y mientras tanto yo recreaba en mi mente la escena descrita
pero en mi propio cuerpo y entraba en pánico. Fueron esas las llamadas que me
mantuvieron como tres noches en vela, cuidando de no morir mientras dormía, era un
cuadro tan patético que sólo a mí se me ocurriría, no dejarme dormir para que
la muerte no me asaltara por sorpresa, como si verle la cara a la muerte me
fuera a servir de algo.
Decidí entonces que era mejor mantener mi enfermedad
en el anonimato durante aquel tiempo para evitar más comentarios nefastos que
no ayudaban a mi condición emocional, pues si hay algo destacable de mi
condición fue el nivel de estrés permanente que sufría con cada síntoma que
aparecía y el temor constante a que las cosas empeoraran y muriera.
Ahora ya me siento bien, pero cada nuevo síntoma de
salud que aparece es atribuido a las secuelas del covid, la buena noticia es
que al menos ya no es atribuida a la edad, lo cual me ha dejado descansar un
poco de la tiranía de la vejez y sus consabidas consecuencias.
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