LAS MUJER EN EL ESPEJO.
No era la
primera vez que recibía la llamada de la amiga de alguien que había asistido a
alguna conferencia mía para decirme que quería conocerme "como usted ya no da conferencias,
sólo me gustaría hablar con usted, es que me dice mi amiga, que uno habla con
usted y le cambia la perspectiva de la vida" dijo ésta vez la voz al otro
lado del teléfono, accedí quizá por inercia
o por verme a mí misma reflejada en ella, y saber que independientemente de que una
mujer se sienta más hermosa, más poderosa, mas adinerada o más afortunada con
el sexo opuesto que otra, todas tenemos las mismas debilidades y limitaciones
en el ruedo de la falda, solo que a veces se nos suelta el ruedo y otras lo
llevamos bien cocido y no lo podemos ver.
Cuando me bajé
del auto frente al edificio donde ella vivía, me percaté que el valet parking
costaba 25 dólares más la propina, más de lo que yo gano por hora y recordé en
ese momento porque los pobres no se pueden juntar con los ricos, no se trata de
un tipo de discriminación, es porque nosotros no podemos correr con los gastos
que implica acceder a sus espacios para socializar con ellos.
Entrar a su
apartamento fue toda una odisea de seguridad que me recordó como era entrar a las
prisiones de máxima seguridad, la única diferencia era el lujo en donde me
encontraba en ese momento. subí hasta el último piso del edificio donde se
desplegó ante mis ojos un lujoso pent-house de tres niveles con una vista
privilegiada de un mar que no prometía fin y que me recordó el apartamento de Virginia
Vallejo, algunos años atrás cuando también la visité. Ella salió enfundada en
un vestido de casa de diseñador, joven y agraciada, mejorada por un buen
maquillador y un buen cirujano plástico, a sabiendas que la madre naturaleza no
había sido nada generosa con ella. Su voz tenía un matiz que me sacudía un poco
los nervios, y su risa era monótona y nerviosa con estruendosas carcajadas que
iban dejando caer al piso la clase que había comprado, entonces quedaba al
desnudo una mujer nada fina con muchas frustraciones que al igual que su nada
agraciada figura habían quedado sepultadas bajo el poder económico, hasta casi
convencerla de que era feliz. Al contrario de mí que siempre he sido
escandalosa con los accesorios ella cargaba pocos pero cada uno de un costo
considerable. Un anillo de bodas enorme con un diamante cuyo tamaño dejaba en
evidencia la riqueza de quién lo había comprado, resplandecía en su mano
izquierda, una pulsera de diamantes y esmeraldas de tejido muy fino en su
muñeca derecha y un reloj rolex de muchos miles de dólares en su muñeca
izquierda, sus aretes haciendo juego con su delgada cadena de oro blanco le
hubieran dado un toque fino y clásico a cualquier mujer que no fuera ella.
En los primeros
10 minutos de conversación supe que no estaba interesada en escucharme, sino en
ser escuchada, en poderme dar una declaración detallada de sus bienes
materiales y en poder autenticar frente a mí que era una mujer feliz, quizá
porque estaba enfrentando dificultades para creérselo ella misma. Cuando tomé
la palabra, ella no cesaba de mirar su diamante, jugar con su cabello,
interrumpir para ofrecerme algo de beber o simplemente mirar su teléfono
celular, cualquier cosa que no la dejara prestarme atención estaba bien para
ella. Por lo que la dejé que siguiera hablando el resto de la noche y me dediqué
a escucharla, a buscar en ella esas partes de mí que debían estar bien escondidas
para mí misma y que serían mi única ganancia de la noche, además de la gama de
quesos y el vino que ella había destapado.
Una atención
sostenida y una buena disposición para escuchar me permitieron empezar a
detectar su compulsión por la mentira y la falta de buena memoria de la que
ella padecía y que le es obligado a todo
buen mentiroso, por lo que sus anécdotas solo eran un libreto de ciencia ficción
mal redactado y opinar ya no se hacía necesario, después de todo no había nada
real sobre lo cual decir algo.
Llegué a la
conclusión que la mujer estaba muy sola y necesitaba público, de preferencia alguien
que no la conociera, para quién ella pudiera actuar una vida más bonita que la
que seguramente llevaba. Llegué a casa sintiéndome cansada de recibir llamadas
de mujeres como aquella y de socializar con ellas, porque lo único que a ellas
les hacía falta era lo que yo tenía, y ellas pensaban que sólo posando en las
fotos de facebook para sus amistades conmigo proyectarían que eran un poco como
yo, sólo que a lo mejor también proyectarían que yo era un poco como ellas, y
quién sabe a lo mejor y así era, por lo que esa noche me sentí como si muchas
desconocidas coexistieran en mí, a mis espaldas, y la única manera de
reconocerlas era a través de las mujeres que me llamaban y que se empeñaban en
que asistiera a sus eventos sociales y posara con ellas en fotos. Me puse mi
propio código de sincronía al respecto y decidí que si la vida las sacaba de mi
vida, no me empeñaría (como lo hacía antes) en conservar su compañía, ésta vez
entendería que estaban siendo removidas de mi vida porque la parte de ellas que
residía dentro de mí, había mutado. Desde entonces cada vez que alguien me saca
de su vida, busco esas sombras que teníamos en común y celebro que haya llegado
un poco de luz a iluminar esas sombres que hacen que nuestro encuentro ya no
sea necesario, y en una especie de rito de pasaje, celebro y brindo, por
aquellas personas que me han mostrado sus entrañas sólo para mostrarme esas
partes oscuras dentro de mí que necesitan luz, el agradecimiento por lo vivido
siempre será eterno.
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