MI CAMA DE AGUA

 Siendo una niña me gustaba que mi madre me llevara sentada en su regazo cuando viajábamos. Recostaba mi cabeza sobre su pecho, siempre del lado izquierdo de mi cuerpo. El movimiento del vehículo y el contacto de mi oído izquierdo con el voluptuoso pecho de mi madre producía un sonido hipnótico  y tranquilizador que ondeaba en la separación se los senos de mi madre. Todavía hoy lo recuerdo con absoluta nitidez.

A mis ocho años de edad tuve un accidente y me tuvieron que transportar durante 4 horas hasta un hospital en Medellin, porque el del pueblo donde vivíamos no podía hacer nada por mí, mi madre instintivamente me llevó en su regazo todo el viaje. Para entonces yo ya estaba en coma, a pesar de eso, de ese episodio sólo recuerdo perfectamente aquel sonido, parecía ser en aquel momento la única conexión que tenía con la vida, y supongo que misteriosamente lo que me mantuvo en éste plano hasta que recibí la atención adecuada y salvaron mi vida.
Muchos años después en mi constante búsqueda de respuestas, comprendí que ese sonido es el más parecido al del líquido sobre el cual descansa nuestro cuerpo en espera del nacimiento. Esa cama de agua que asegura la llegada a un mundo prometedor. Comprendí también la razón por la que conciliar el sueño, es más fácil para mí cuando me acuesto sobre el lado izquierdo de mi cuerpo. Somos un manojo de recuerdos registrados en el cuerpo y en el inconsciente, eso explica porqué algunas dificultades emocionales son tan difíciles de sobrellevar. 
Supe entonces que aquel día mi madre sin saberlo, me dio la vida por segunda vez con sólo llevarme en su regazo y producirse aquel sonido de esa cama de agua que en algún nivel de conciencia me mantuvo con la certeza de un regreso a éste plano.
El mundo no fue para las dos tan prometedor como hubiéramos esperado pero algo si supo hacer ella, y fue cumplir con su destino letra a letra sin protestar, sin quejarse, sin pedir ayuda a nadie, con la dignidad de alguien que parece haber descifrado el misterio de la vida y de la muerte. Y pues yo no lo puedo hacer distinto, tuve la mejor profesora al respecto, por eso cada vez que me rompo en mil pedazos voy a la playa, y si estoy de suerte, las olas rompen de manera lenta y cuidadosa contra la arena y entonan ese sonido que me devuelve a esa cama de agua que abandoné hace casi sesenta años.




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