LA VECINA DEL MESSI
Vengo de una niñez iluminada solo con mi nombre y un par de velas. después celebramos el progreso cuando pudimos traer con un cable muy delgado el primer bombillo a la sala de nuestra casa, tuvimos nuestro propio algibe en el patio de dónde podíamos sacar agua, y las vacinillas se convirtieron en un artefacto de uso ocasional porque fueron reemplazadas por una letrina anclada en el piso que nos fue útil por un par de años.
Después, dimos un salto cuántico enorme, mi padre construyó una casa Hermosa con un patio grande dónde sembramos hortalizas y algunos árboles frutales. Tuvimos una sirvienta alta y obesa de piel muy oscura que se llamaba Agripina y que solía disciplinarme pellizcándome los brazos, y cuyas cicatrices la inmortalizaron en mi cuerpo.
Un día, todo se derrumbó y regresamos a la misma precariedad con que habíamos nacido marcadas mi madre y yo. Las velas, el bombillo traído con una cuerda eléctrica diminuta, el algibe y la letrina se repitieron con una exactitud tan asombrosa que parecía que lo de la casita con Agripina incluida había sido sólo producto de nuestra imaginación.
Quizás por esos cambios tan bruscos que tenía mi vida y en los que sentía que si había un Dios, estaba jugando yoyo con mi madre y yo, es que nunca me permití soñar con un mundo mejor o más grande que el que tenía.
Entonces llegó la primera grabadora a mi casa, gracias a la generosidad de mi tía política paterna Angela. Esa fue la primera vez que me sentí rica de verdad porque no se habían engendrado nuevos deseos, estaba completa. El televisor llegó a mis 17 años de edad y aunque seguíamos viviendo en cuartos de alquiler, yo sentía que seguíamos progresando.
El teléfono en casa fue una conquista que nos tomó muchos años más, fue cuando ya tenía más de 21 años. En adelante seguimos en ascenso, mi madre vivió 36 años de sus dos pensiones de jubilación, mucho más de lo que trabajó, que fueron 25 años. Y puedo decir que su vida empezó cuando se jubiló y se divorció de mi padre. Tuvo una vejez tranquila y cómoda.
Ahora soy presa del asombro al verme en el lugar donde estoy, usando un telefono celular, escribiendo desde una computadora, con dos televisores que nunca compré porque los dos me los regalaron, con el mar tendido a mis pies y viviendo en el mismo vecindario del Messi, si, vivimos en la misma avenida, solo nos separa una milla y media, un estrato social y por supuesto su casa vale mucho más que dónde vivo porque él vive literalmente muy alto, en un penthouse.
Mirar hacia atrás y ver de donde vengo, me permite reverenciar cada paso que me ha conducido a éste presente maravilloso. Es posible que todo ésto corresponda al plano de los milagros, aunque confieso que ha sido el resultado más de un trabajo interior que exterior. Nadie, sobre todo ningún hombre, me ha dado jamás nada, todo es mi propia cosecha.
La pobreza ha sido una constante en mi vida, sin importar donde me esconda hasta allá ella ha llegado a buscarme, yo le hago el quite a veces, otras le guiño el ojo y me acuesto con ella, en conclusión la he aceptado, lo cual me ha permitido vivir cada día como si mañana ya no fuera a disfrutar lo que puedo usar hoy.
No tengo sentido de pertenencia con nada. Estoy consciente que el auto que conduzco es del banco y que las cosas que me permiten vivir cómodamente podrían desaparecer a manos de un desastre natural o simplemente si dejo de trabajar. Posiblemente nadie tiene tan clara la temporalidad de las cosas y las circunstancias como yo, pero esa consciencia de temporalidad es la que me permite disfrutar tan intensamente cada segundo de mi vida.
La pobreza ha sido una constante en mi vida, sin importar donde me esconda hasta allá ella ha llegado a buscarme, yo le hago el quite a veces, otras le guiño el ojo y me acuesto con ella, en conclusión la he aceptado, lo cual me ha permitido vivir cada día como si mañana ya no fuera a disfrutar lo que puedo usar hoy.
No tengo sentido de pertenencia con nada. Estoy consciente que el auto que conduzco es del banco y que las cosas que me permiten vivir cómodamente podrían desaparecer a manos de un desastre natural o simplemente si dejo de trabajar. Posiblemente nadie tiene tan clara la temporalidad de las cosas y las circunstancias como yo, pero esa consciencia de temporalidad es la que me permite disfrutar tan intensamente cada segundo de mi vida.
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