PREMONICIONES.


Aquel viernes del mes de julio del 2003 fui asaltada de pronto por una idea que me pedía urgentemente ser escrita, estaba viendo una película y tuve que pararla por un momento para escribir la historia que se estaba apoderando de mí, la escribí de principio a fin, sin una sola pausa, cuando regresé a terminar de ver la película comprendí que acababa de escribir sobre la muerte, un escalofrío me recorrió de pies a cabeza y la leve sospecha de que alguien iba a morir en los próximos días se aventuró por mi mente.

Dos días después, el domingo en la mañana me desperté con un hueco enorme en mi pecho y con la certeza de que mi adorado gato Afrodito, estaba muy mal de salud, aunque hasta la noche anterior habíamos estado jugando y era un gato muy joven, apenas si tenía un poco más de un año. Desperté a mi esposo con la noticia de que teníamos que llevar al gato por urgencias, pero no lo noté interesado en el tema, porque desde toda lógica eso no tenía sentido. Recuerdo que conduje cerca de 20 minutos hasta la casa de mi suegra a recoger la caja para llevar al gato al hospital y que lloré durante todo el recorrido que hice en ambos sentidos. Lloraba como si el gato ya se hubiera muerto, con un dolor tan agudo que me era apenas soportable.

A mi regreso a casa y ante mi determinación de llevar a Afrodito al hospital mi esposo me acompañó. La doctora que lo recibió le hizo varios exámenes para concluir que tenía líquido en la pleura y que había que extraerla por punción, para lo cual había que dejarlo hospitalizado. Llegué a casa abatida  y poseída por el pesimismo, en una parte de mí sabía que Afrodito se iba a morir. Me sentí  presa de un apego infinito por aquel gato que era mi compañero durante los viajes de mi esposo y con quien mitigaba mis momentos de soledad, nos habíamos hecho tan buenos amigos y habíamos construido una relación tan simbiótica que parecía que no podíamos vivir el uno sin el otro. Había sido amor a primera vista, a pesar de ser un gato rescatado de la calle que llegó a casa con sus ojos tímidos y completamente sucio me había conquistado con sus enormes ojos disparejos  uno de un verde marino y el otro de un azul profundo como el firmamento en invierno, después se había apoderado de mi corazón con su carácter dulce y con la química que teníamos para jugar. Cuando me iba de viaje solía meterme en la maleta algún juguete suyo, era su manera de asegurarse un lugar en mis recuerdos, para que no me olvidara de él.

Zeus


Al día siguiente la doctora nos llamó a eso del medio día para pedirnos que fuéramos al consultorio, nos tenía malas noticias, Afrodito no tenía líquido en la pleura sino leucemia, y aunque era un misterio como yo había detectado su mal justo unos días antes de que se tornara terminal y a pesar de no haber presentado síntomas, ya estaba en la recta final, nos quedaban dos caminos: llevarlo a casa y esperar que muriera lentamente, o inyectarlo para que se fuera y ahorrarle el dolor de una muerte dolorosamente lenta.

Optamos por la segunda opción, la doctora me advirtió del proceso tan doloroso por el que Afrodito pasaría luego de ser inyectado, pero aún así no quise dejarlo solo, quería estar a su lado hasta el último momento de su maravillosa vida. Todavía tengo ese recuerdo vivo en mi memoria, cuando le tomé sus manos con las mías y él accedió a ello como solía hacerlo cuando nos quedábamos dormidos en la cama vencidos por el cansancio tras una jornada de juegos, la doctora lo inyectó y nada de lo que ella predijo que pasaría sucedió. Él sólo me miró con una mirada lánguida como jurándome que me había amado cada uno de los días compartidos; y yo con mis ojos llenos de lágrimas le dije que lo amaba, cerró sus ojos y se fue para siempre.

Ese fue el primer ser amado que me dejó en este mundo sumergida en un dolor insoportable, a mi regreso a casa, nada era igual, el vacío de Afrodito se hacía inmenso, aunque Zeus, nuestro otro gato estuviera allí. Recuerdo que puse la fotografía de Afrodito en la mesa de centro en la sala y encendí una vela blanca, y Zeus que siempre fue un gato maduro y equilibrado, se sentó frente a la foto a mirarla y se quedó allí acurrucado mirando la foto durante toda la noche, era la manera que tenía de decirnos que él también lamentaba la ausencia de Afrodito.

Así ha sido siempre de generosa conmigo la muerte, que me anuncia siempre con prudente anticipación cuando se llevará a cualquiera de los míos.

Mi amado Afrodito

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