LAS COSAS QUE EL TIEMPO NO CAMBIA.
Regresar a ese trozo de tierra donde vi la luz por
primera vez es para mí como adentrarme en el túnel del tiempo, donde a través
de ese contacto con el pasado queda perfectamente explicado mi presente y casi
que puedo predecir mi futuro.
Yo llegué al mundo en Yali, pero mis padres vivían en
otra población a sólo 30 minutos que se llama Vegachí, donde no había hospital
por aquel entonces, como la familia de mi padre vivía en Yali, puedo decir que
nací en ambas poblaciones, porque en ambos se quedaron recuerdos muy preciados
de mi niñez.
Hace un año cuando conocí de la existencia de mi prima
Vanessa y luego la conocí en persona aquí en Estados Unidos jamás me imaginé
que ésta joven mujer me fuera a dar tantas lecciones de vida en mi corto viaje
a Colombia. A pesar de que me había registrado en un hotel en el centro de
Medellín, ella me ofreció su casa para quedarme si necesitaba, y aunque no lo
necesité acepté su invitación, algo que hizo la diferencia para mí en este
viaje, porque durante mi convivencia con ella descubrí aquellos valores que no
alcancé a conocer hace un año, como su paciencia y esa disposición al servicio
con un amor impresionante que me hizo pensar que ella realmente practica el
amor del que tanto hablamos y al que la mayoría no conseguimos apuntarle. Y no
lo digo sólo por su impecable hospitalidad conmigo, sino porque la vi haciendo
lo mismo con otras personas muchas de ella ni siquiera de su familia. Con ella
pasé más tiempo que con nadie más y fue de una generosidad tan asombrosa que
organizó todo el desplazamiento mío y de otros familiares a Yali y a Vegacchí
para que fuera no sólo cómodo para mí, sino inolvidable. Vi en ella una mujer
organizada y ordenada que cuida de su casa como lo hacemos las mujeres de la
vieja data, rescatando así la imagen tan pobre que tengo al respecto de las
nuevas generaciones de mujeres. Su madre Martha Mira debe estar orgullosa de
ella, porque durante mi estancia en Yali en su casa, verifiqué que todo eso le había
sido enseñado por ella con su poderoso ejemplo.
Mi bien amada Vanessa
La tecnología ha penetrado en Yali con todo su
esplendor, hasta los octogenarios no pudieron dejar de sucumbir ante los teléfonos
celulares modernos y muchos de ellos incluso usan Whattsapp con una maestría
envidiable, como único contacto con sus hijos, nietos y hasta tataranietos. No
obstante Yali conserva muchas cosas que el tiempo no ha conseguido tocar, la
arquitectura ha sido una de ellas, Muchas viviendas conservan esa magia de principios
del siglo XX con su grandes ventanales en madera y sus puertas de dos alas que
al pararse dentro de la casa, y abrirlas es inevitable quedarse con los dos
brazos abiertos, como esperando abrazar al que llegue, como dándole una cálida
bienvenida al que llama a la puerta. Quizá por eso en aquella época un
visitante era tan bienvenido en una casa, tanto, que hasta en el almuerzo se
incluían varias porciones extras para "el peregrino" un término acuñado
a quienes pasaban caminando a ofrendar al Cristo de Zaragoza a cambio de un
favor largamente pedido y por supuesto ya cumplido. Pero el peregrino, era también
cualquier visitante que por algún motivo debía pasar la noche en el pueblo y
aunque no se le conociera se le ofrecía dormida porque era de buena educación y
porque era cosa de buen católico hacerlo.
Me encontré en Yali a personas que conservan esa
costumbre, que ni sus brazos ni sus puertas se cierran para los visitantes, que
cocinan con un amor y entusiasmo impresionante para complacer el paladar de sus
huéspedes, como mi prima Martha Mira y Jeimy, la esposa de Oscar Mira, quien ha
sido alcalde de Yali durante 2 periodos. Jeimy es una bella y joven mujer
silenciosa que cocina como los dioses. Ser recibida así me hacía sentir en una
dimensión desconocida, me hacía sentir importante, no por lo que yo pueda
ofrecer, sino simplemente por ser huésped y ser parte de aquella interacción
cultural que ellos no se han dejado arrebatar ni siquiera porque a través de
sus teléfonos celulares, tienen acceso a un mundo más moderno donde estas
costumbres han quedado en desuso. En las grandes ciudades y en otros países, la
gente tiene casas más grandes pero corazones más pequeños, tienen espacios
donde cabrían una docena de huéspedes, pero en cambio tienen el corazón
amurallado por el temor, la desconfianza y un sistema de creencias basado en la
propiedad privada, algo utópico que nos brinda un falso sentido de seguridad.
Mi bien amada Martha Mira, madre de Vanessa
A pesar de que Yali es un pueblo tan pequeño y con una
profunda influencia religiosa donde el catolicismo más que una religión es un
estilo de vida, hay cabida para los transgéneros, mi prima Martha ha empleado en el servicio
doméstico a Candela, a quien encontré enfundada en un sugestivo traje que
dejaba en evidencia una feminidad exquisita que ya se quisieran muchas mujeres
de nacimiento, admiré la maestría y elegancia con que dominaba la escoba y el
trapeador parada sobre unos cuantos centímetros de tacón alto. Candela es mucho
más que una empleada, es considerada de la familia, tratada con respeto, con el
amor y camaradería de todos en la casa. Cuando mi prima viaja la deja en casa
de su hermano y a pesar de que él tiene niños, eso no ha sido considerado un obstáculo
para la convivencia, me maravilló saber que mi familia no considera que tiene
que esconder a sus hijos la realidad del mundo; y que tienen indudablemente la
mente tan abierta como las puertas de sus casas, me sentí orgullosa de ser
parte de aquella tribu que mira hacia adelante sin dejar de reconocer su pasado
y sus raíces.
Dediqué un día a visitar a Vegachí, a pesar de estar más
al norte de Antioquia, el modernismo ha penetrado en el pueblo y lo ha cambiado
todo, las casas casi todas son construcciones modernas, y ha crecido tanto que
me costó identificar lo que había dejado 48 años atrás. Busqué con un nudito
apretando mi garganta la casa que fuera de mis padres, la que con sus propias
manos construyó mi padre y que nunca le debieron a ningún banco, y que recuerdo
con cada una de sus habitaciones y con muchas de las experiencias vividas
dentro de ella, no la pude reconocer, pero si la calle. El papá de mi prima
Vanessa que nos acompañaba, llamó a la puerta de una vecina en la que pensábamos
era la casa más cercana a la de mis padres, de allí emergieron dos mujeres, una
más mayor que la otra, el padre de mi prima le preguntó a la más joven si conocía
a mis padres, como respuesta ella se
acercó a mí y me preguntó "usted es Julieta?" la abracé por impulso mientras
ahogaba un llanto inminente para no dejarlo salir. Julieta fue el nombre que mi madre siempre quiso para
mí, y que mis padrinos decidieron cambiar sin su consentimiento en el momento
del bautizo, en rebeldía mi madre me llamó los primeros años de vida con el
nombre de Julieta, por eso al escucharlo, no cabía duda de que la mujer sabía
de lo que hablaba, que me conocía y que por lo tanto sabía cuál era la casa de
mis padres. En efecto la separaba una sola casa de la ellas, estaba convertida
en una oficina de teléfonos, aunque la edificación se conservaba, pues reconocí
sus ventanas y su puerta, habían derrumbado el muro del antejardín y no quedaba
casi nada del jardín hermoso y abundante que mi madre había tenido.
Las vecinas que reconocieron a Julieta en mi
Caminé el centro de Vegachí y me tomé fotografías en
el famoso puente colgante al que tanto le temía siendo una niña, porque debajo
pasaba un enorme y caudaloso rio del que ahora queda poco, pero que se
caracteriza por su color café de aguas pantanosas, era el puente obligado para
subir a la casa de la loma, una elegante casa de los más acaudalados de Vegachí
en donde existía el único televisor del pueblo, allí la mayoría de sus
habitantes se daba cita a las 4: 00 pm para ver "simplemente María"
la primera telenovela de la que tengo memoria y que mantenía a todos paralizados.
Yo subía atraída por la vista que podía obtener del pueblo desde esa altura y
por el "algo" termino que se usa en Antioquia para la merienda de la
tarde, y que la dueña de casa, nos
ofrecía después de la novela, un delicioso chocolate con parva (Parva, es el
termino que se le da a los carbohidratos que acompañan al chocolate) Yo pasaba
de la mano de mi madre aquel puente, porque cuando ella me tomaba de la mano
nada malo me podía pasar, así de grande era la seguridad que ella siempre me
proporcionaba. Esta vez experimenté casi el mismo temor al cruzar el puente, lo
tuve que hacer sola, prendida de la mano espiritual de mi madre, sonreí
mientras lo hacía y experimenté una sensación de libertad, no sólo por no
necesitar la mano física de mi madre, sino por ver que mi nieta teniendo la
misma edad que yo podría tener 48 años atrás pasaba el puente sola y corriendo,
indudablemente las nuevas generaciones
se van fortaleciendo.
Vegachi y el puente colgante
Me encontré también un Yali donde muchos niños no han
sido alcanzados por la tecnología por lo que juegan en la calle y se
desaparecen sin que los padres tengan de que preocuparse porque tienen la
certeza de que regresarán cuando tengan hambre, muchas casas permanecen con las
puertas y ventanas abiertas de par en par aunque estén haciendo la siesta, los
vecinos aunque no sean de la familia, se tratan como si lo fueran, aunque a
decir verdad es difícil no ser de la familia en un pueblo que ha estado
dominado por las mismas familias desde siempre. En Yalí se disfruta de un bien
en vía de extinción LIBERTAD
En conclusión en este viaje, me reuní con mi niñez,
con las figuras que la marcaron para siempre, y me di cuenta que aquella
Julieta que una vez fui, estuvo bien cuidada y bien amada por un grupo familiar
que estaba nutriendo mi alma, posiblemente sin darse cuenta, y que toda la
adversidad que los demás vieron en mi niñez fue algo natural para mí de acuerdo
a mis circunstancias, enfrenté el miedo de la misma manera que lo sigo haciendo
ahora, sólo que con la edad los miedos son otros, lo que me hace dudar de que
los niños realmente sufran por el entorno que les corresponde, después de todo lo
único que le interesa a un niño es poder jugar y tener protección, y aunque
estemos en circunstancias hostiles los niños siempre nos las ingeniamos para
hacer de la vida un juego, y tenemos una habilidad impresionante para conseguir
aunque sea la idea de protección si es que no la tenemos, lo digo porque muchas
veces pensando en mi niñez siento dolor y compasión por las cosas que tuve que
vivir, pero ese dolor lo siente la mujer adulta que soy, porque cada vez que
confronto a esa niña, ella me llena de pruebas de lo infinitamente feliz que
fue siendo simplemente una niña.
La casa de mis padres en el antes y el hoy
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