SER PARTE DE LA MANADA JIMÉNEZ
Después de 15 años sin visitar a Medellín, 34 años sin
regresar a Yali, el pueblo donde nací y 48 años de haber salido de Vegachí el
pueblo donde viví mis primeros cinco años de edad, visitar aquellos lugares
removió no sólo recuerdos sino mis propias entrañas.
Durante 4 meses mi prima Zoe, mi primo Henry y yo
planeamos un encuentro familiar en Medellín con esa maravillosa herramienta de
convocatoria que es facebook. Un año antes había conformado en facebook un
grupo de mi familia con los dos apellidos de mis abuelos paternos para reunir el mayor número de personas de la
familia. En menos de lo que imaginé iban llegando también datos de familiares
que no usaban facebook pero si whatsapp donde creé también un grupo para
comunicarnos, muchas personas mayores de mi familia resultaron manejando esta
herramienta a la perfección y es que el internet ha tomado tanta fuerza que ya
no hay rigidez mental que se pueda sustraer a la magia de recibir noticias de
nuestros seres queridos en un pinchar de teclas.
La convocatoria fue absolutamente exitosa, casi 90
personas nos dimos cita el sábado 30 de abril en el salón Medellín del Gran
Hotel donde habíamos ordenado una cena y teníamos una programación ya
establecida. Aquel día yo tenía las emociones a flor de piel, había conseguido
que no sólo mi hija, su prometido y mis dos nietos acudieran sino también el
hombre que amo actualmente ¿Qué más le podía pedir a la vida?
Esa tarde antes de la fiesta nos reunimos un grupo
grande de la familia en casa de mi tía Gilma, una de las 2 matriarcas que hemos
tenido en la familia, sentirse parte de la manada familiar, pertenecer a una
tribu que comparte con uno mucho más que un apellido, su ADN, me brinda una
sensación de seguridad emocional muy relajante, a mí se me borra el mundo
exterior cuando estoy con mis tribus, bien sea la materna, la paterna o la
cósmica, es la sensación más parecida al enamoramiento de la que disfruto, a
menudo me pregunto por qué no propicio estos encuentros con más frecuencia,
siendo como son para mí en particular tan terapéuticos.
Todo salió de acuerdo a lo planeado, aunque yo diría
que salió mejor, llegaron invitados de última hora que no estaban en la lista, la
calidez de mi familia me transportó a mi infancia y reviví ese calor de hogar del
que gocé a manos de ellos. Eché de menos a Carlina, la esposa de mi tío Rodrigo
(hermano de mi padre) ella es la otra matriarca de la familia y quien fuera la
mujer más nutritiva no sólo de mi infancia, sino de la mayoría de sus sobrinos
políticos. Una mujer encantadora con una generosidad desbordante que disfrutaba
intensamente cocinar para esa manada de sobrinos que nos dábamos cita en su
casa (en su casa nos alojábamos los que íbamos de otros pueblos o de Medellín)
siempre con una sonrisa dibujada en su rostro, como si cocinar y cuidar de
nosotros fuera una especie de religión de la que ella era devota. Quizá de ella
me viene a mí esa misma pasión por cocinar y cuidar de mis nietos, fueron muchos
años recibiendo su ejemplo, imposible que no se grabara en mi configuración
molecular esa paciencia Zen con que hacía las cosas. Pero Carlina ya está
mayor, enferma y no se sintió capaz de ir, así que fue la primera persona que
visité cuando llegué a Medellín, se alegró de que le llevara un mantón de satín
estampado para cubrirse cuando vaya a la misa y estaba preocupada por
prepararme un chocolate con parva (así llaman en Antioquia a la variedad de
carbohidratos que acompañan al chocolate) como si su labor de matriarca
cuidadora de sus sobrinos no hubiera terminado aún, le dije que ya ella había
hecho muchos chocolates y que ahora nos tocaba a nosotros atenderla. Su espíritu
estaba intacto en su traje humano a quien el tiempo le había hecho lo propio,
la miré a los ojos por un buen rato y uno a uno emergieron todos mis mejores
recuerdos como el tráiler de una buena película con música incluida. La mujer
que una vez fui hubiera llorado con aquel desfile de recuerdos, en cambio ésta
en la que me he convertido no podía dejar de sonreír con una conciencia plena
del infinito agradecimiento y reverencia que siento por ese pasado que me llevó
hasta este momento presente.
La cena tuvo un factor sorpresa, que yo había
saboreado con una semana de anticipación, pero que no por ello me había
arrebatado el gusanito que nos perfora el estómago cuando sabemos que algo
desconocido está por ocurrir. Unos meses antes uno de mis contactos de facebook
había tenido una especie de discusión en una publicación de mi muro con una de
mis primas a quien por supuesto tampoco conocía físicamente, a raíz de esa
discusión ellos terminaron construyendo una amistad cibernética, una semana
antes del evento él me escribió pidiéndome autorización para asistir a la fiesta
de familia de la que le había hablado mi prima, argumentó que no sólo quería
sorprender a mi prima, sino conocerme porque le parecía interesante y tener una
experiencia como era la de viajar de una ciudad a otra para reunirse con gente
que no conoce. A mí por supuesto me pareció una experiencia interesante por lo
que lo consulté con los miembros del comité organizador y todos estuvimos de
acuerdo en que sería bienvenido. Así fue como Cesar apareció en la fiesta, dándonos
una perspectiva muy interesante de las nuevas formas de interacción social que
nos ofrece este mundo virtual y como se puede pasar con facilidad de lo virtual
a lo real, si sólo dejamos a un lado nuestros temores y aprehensiones, creo que
el aplauso que la familia le dio además de la cálida bienvenida constataron que
en momentos como esos la mente es capaz de expandirse y dejar de lado el miedo.
Cesar el invitado sorpresa con la prima Leidy a quien conoció por facebook
Una de las cosas maravillosas que me quedó de la
fiesta fue también experimentar respeto por la decisión de quienes simplemente
no quisieron ir, y trasmitir ese respeto a quienes me hablaron del tema,
poderme ver con ellos en otros escenarios sin reproche alguno y sintiendo que
el amor que me une a ellos no se ha menguado porque no llenaron una expectativa
mía, pues si bien me hubiera gustado que fueran, que no lo hicieran no cambia
mis sentimientos por ellos.
Unos días después visitando a una de mis familiares en
su casa reviví un momento muy especial de mi niñez. La anfitriona me condujo a su habitación
y una vez allí me entregó los regalos que tenía para mí y para mis nietos, después sacó de un bolso que parecía estar destinado a guardar solo dinero, algunos billetes de alta denominación y
me dijo "tome mija pa´l fresco"
si no hubiera pronunciado esa legendaria frase de familia, no hubiera
comprendido el porqué ella me regalaba dinero que no estaba pidiendo y que por suerte
tampoco estaba necesitando, fue entonces cuando recordé que en mi niñez era casi un
ritual recibir dinero en cuanta casa familiar uno visitaba, a veces le decían a
uno que era para la alcancía, otras veces que era para el fresco (así llaman a
las bebidas gaseosas en Antioquia) pero
en realidad el uso que le quisiéramos dar al dinero importaba poco, pues sólo
era un pretexto para compartir con nosotros esa energía creativa que es el
dinero y de paso brindarnos esa sensación de apoyo y seguridad que ahora
comprendo nunca me faltó a manos de mi familia paterna.
Salí tan renovada de aquella visita como de la fiesta
que me reunió con tantas personas y en cuyos
ojos pude reconocer mis genes y los de mi padre, antes de regresar a
Estados Unidos les pregunté cada cuanto querían que hiciéramos estos reencuentros,
unos dijeron que cada año, otros que cada 2 años y otros que cada 5 años. Pero
la respuesta definitiva me la dio Ricardo Mira, esposo de una prima de mi padre, cuando regresando de Yali en el auto que
veníamos le pregunté por qué no acompañaría a su esposa en un viaje que ella
estaba por hacer a Alemania, y él con la sabiduría que sólo se consigue después
de muchos latidos en el corazón me respondió "no conozco todavía mi propio
país, que me voy a ir a conocer otros" entonces recordé que alguien de la
familia que había votado por vernos cada 5 años dijo que se le hacía suficiente
tiempo porque antes de eso quería ir a otros países, en ese momento se pusieron en mi balanza mi espíritu aventurero y mi deseo de experimentar todo este derroche
de afecto que indudablemente se despliega cada vez que comparto con mi familia, ya veremos cual de los dos pesa más...continuará.
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