MENTIRAS PIADOSAS
Todos mentimos, y lo hacemos más de lo que queremos admitirlo, incluso
lo hacemos inconscientemente. La vehemencia con que defendemos la sinceridad es
directamente proporcional con nuestro talento para mentir, no lo hacemos con la
intención de lastimar a nadie por supuesto, salvo algunas excepciones, pero si
no me cree, sólo tiene que pedirle a alguien de confianza que interrogue a una
persona que tuvo una experiencia (buena o mala, no importa) con usted y que la
grabe, se sorprenderá al ver que la manera como reposa esa experiencia en la
memoria de esa persona, dista mucho de cómo reposa en la suya, y seguramente
usted pensará que es un mentiroso, me aventuro a decir que si bien es la manera
que tenemos para nombrar la distorsión de la “realidad” la verdad es que la
manera como todos percibimos una experiencia es tan intima y personal que es
imposible que dos personas la vivan exactamente igual.
Mentimos por instinto de supervivencia, y aunque pensamos que la
supervivencia sólo se debe defender cuando nuestra integridad física está en
peligro, la verdad es que está constantemente amenazada, ya que existen muchas
fases de supervivencia: la física, emocional,
mental, social, laboral y familiar.
Ante cualquier adversidad en uno de estos aspectos podemos sentirnos amenazados,
y siempre que eso pasa, será más importante para nosotros “sobrevivir” que resguardar
nuestros valores y nuestra ética personal, es por eso que mentir se nos
facilita. Para ello incluso existe la figura de “mentiras piadosas” que son
aquellas en las que se evita a toda costa que alguien sufra al enfrentar una situación
especial de su vida. Las mentiras piadosas no son funcionales básicamente
porque asumimos que lo que el otro no puede soportar, es lo mismo que nosotros
no podríamos soportar, de esa manera estamos subvalorando las capacidades del
otro, una persona podría tener más capacidad de enfrentar una mala noticia
sobre un hijo de la que uno mismo tiene, simplemente porque sus creencias y su
historia personal es diferente de la nuestra. De esa manera con las mentiras
piadosas sólo estamos interfiriendo en el destino de alguien que necesita esa
“mala noticia” para hacerse más fuerte o para trascender alguna limitación.
Una de las razones por las que más le mentimos a los demás es para facilitar
mentirnos a nosotros mismos, La repetición de una premisa falsa se convierte en
esa realidad deseable para nosotros, ya que nuestra realidad está basada
fundamentalmente en lo que piensan los demás de nosotros. Los otros nos definen
de alguna manera. Nos enamoramos de aquel hombre que percibe en nosotros lo que
desconocemos de nosotros, el otro nos descubre o nos inventa y eso es lo
suficientemente mágico para generar procesos químicos que terminan como
enamoramiento. Las redes sociales en
esto han sido muy convenientes, en la medida en que construimos una identidad
ideal en las redes sociales, terminamos convencidos, y de paso más satisfechos
con nuestra vida, así ésta sea construida o manipulada, así esa falsa identidad
se pare frente a la real cada noche antes de dormir, durante ese momento en que
la verdad de quienes somos emerge y nos permite dormir o nos mantiene
despiertos.
La mentira se ha convertido en un modus operandi con el que la sociedad
es cada vez más laxa, adopta tantas formas que es muy difícil separarla de la
verdad, mentimos cuando subimos la foto editada y retocada a redes sociales sin
una presentación escrita para dejar que la imaginación del espectador vuele y se
imagine lo que le conviene a nuestro deseo de grandiosidad. Mentimos cuando
subimos la foto y le agregamos emociones que no corresponden con las que
realmente experimentamos en el momento de la toma. Mentimos porque las nuevas
tendencias dictan que debemos responder que estamos bien, así estemos muriendo
de dolor emocional por dentro. En eso
han sido muy útiles los motivadores, los positivistas, los cuánticos y todos
los auto nombrados gurús de la época, han sido grandes patrocinadores de la
mentira social en la que estamos inmersos. Nos han convencido que debemos
afirmar sólo aspectos positivos y de prosperidad para de esa manera atraer lo
mismo a nuestras vidas, nos han vendido esa idea como una fórmula mágica para
obtener lo que en condiciones normales y en realidad cuesta mucho conseguir,
nos han ofrecido métodos exprés de evolución de consciencia en el que nos
saltamos los procesos personales que son mucho más dispendiosos de hacer, esos
en lo que tenemos que desarticular sistemas de creencias rancios y obsoletos
que nos bloquean. De esa manera nos aseguramos de ocultar nuestras pequeñas y grandes
tragedias porque ellas sólo reflejan que no estamos siguiendo la fórmula mágica
del éxito, y pues ya sabemos el éxito, la fama y la prosperidad son las grandes
metas sociales de éste siglo, no tenerlas de alguna forma, nos produce
culpabilidad y minusvalía.
En estos tiempos es muy difícil separar nuestra realidad de la ideal,
porque estamos fragmentados entre lo que realmente vivimos en la intimidad de
nuestro verdadero yo y lo que necesitamos proyectar en un mundo que nos permite
existir de alguna forma, sin la valoración y la aprobación social, nos sentimos
a la deriva de nosotros mismos, a merced de nuestros valores, de esos que
dejamos de trabajar para convertirnos en alguien deseable para los demás,
entonces comprendemos que estamos presos de una interminable cadena de mentiras
o de un sistema de edición personal que nos permite ser muchos para cada
aspecto de nuestra vida, pero nadie para nosotros mismos. No me extraña que
quien tenga ésta revelación decida continuar mintiéndose a sí mismo, al fin y
al cabo ¿quién más lo podría saber? Ese es quizá el único secreto que esté a
salvo con nosotros, después de todo se trata de supervivencia, y ya sabemos el juego de la vida es como el amor, todo es
válido.
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