EL INMORTAL

 

El día que mi madre le regaló a mi primo Antonio el “agnus Dei” pensamos que le había entregado la clave de la inmortalidad. A muy pocas personas mi madre les daba un regalo de tal magnitud. El “Agnus Dei” era una medalla muy bonita que se cargaba de manera secreta en la billetera o en su defecto amarrado con un gancho por dentro de la ropa como un símbolo de protección, y  las cosas que tenían que ver con las creencias religiosas de mi madre, no se ponían en duda, eran para mí una de esas verdades absolutas que ella se había ganado el día que se había titulado de madre, porque la maternidad parece adornar con ciertos dones y atributos a las mujeres.

No había pasado mucho tiempo desde que mi primo recibió aquel regalo, cuando él vino de visita a la casa y nos contó una historia que hizo que la inmortalidad de él ya no fuera una creencia sino una certeza. Mi primo, cuyo negocio principal era ser surtidor de las bebidas de Postobon en los departamentos de Cauca y Nariño había sido vacunado por la guerrilla, debía pagar una cantidad sustanciosa mensual para que la guerrilla le siguiera permitiendo el paso de sus camiones a ciertas poblaciones del Cauca y de Nariño. Después de eso, durante un viaje en su camioneta particular fue detenido por un retén de la guerrilla, lo hicieron bajar de la camioneta y todo estaba dispuesto para ser secuestrado, al mismo tiempo que el sujeto a cargo dio la orden de prenderle fuego al vehículo, para lo cual hicieron un camino de gasolina alrededor de la camioneta y le prendieron fuego, pero no pasó nada, el fuego brillaba por su ausencia, entonces decidieron lanzarle directamente la gasolina y volvieron a encenderle fuego, sin éxito alguno. Durante un buen rato los guerrilleros lucharon en vano por incendiar el auto de mi primo, sin conseguirlo, ante un acto tan inexplicable para ellos, lo único que se les ocurrió decir fue que mi primo tenía un pacto con el diablo y con esa idea en mente desistieron de secuestrarlo y se marcharon dejándolo con su auto fantasma. Después de escuchar esa historia a mi madre y a mí, no nos quedó duda de que mi primo se había ganado la inmortalidad gracias al “Agnus Dei” que ella le había regalado, pues hasta el mismo Antonio le concedió los créditos a la medalla.

Por eso el día que mi primo murió a los 79 años de edad, yo me sentí estafada por la divinidad, una cosa es que mi primo si fuera mortal como todos y que esa supuesta inmortalidad fuera sólo producto de nuestra imaginación, pero otra muy distinta era que el bendito “Agnus Dei” no lo hubiera protegido al menos hasta los cien años, o que le hubiera dado licencia para sepultarnos a todos los de la familia hasta que él mismo le pasara una carta de renuncia a Dios, se metiera a voluntad en un ataúd y partiera de éste mundo. Y es que decir que mi primo era buena persona, no era una frase más de cajón de las que se usa para convertir en buenos a los muertos, es que mi primo de verdad era un ser humano muy bonito, tanto que a veces se abusó de su buena fe y de su generosidad. Yo sólo he conocido un ser humano en la tierra del que nunca escuché ni un chisme , ni un mal rumor, y ese fue mi primo, poder mantener una buena reputación por setenta y nueve años no debe ser fácil, pero para Antonio era apenas natural, ser buena gente era su estilo de vida. Parecía tener una sabiduría que nos es ajena al resto, pues su sentido de la justicia le proporcionaba el don de saber la justa medida del dar, sabía cuando dejar de meterle abono a la gente, en aras de que su propio potencial de cosecha se viera atrofiado por exceso de abono. Pero eso sí, era incapaz de negarle ayuda al que lo necesitaba. Era un líder natural, al que todos amábamos, si hubo alguien de la familia que no lo quiso y que se portó mal con él, debe vivir con un peso muy grande en su conciencia porque a toda luz era imposible portarse mal con Antonio. Él se había ganado no sólo el afecto de todos, sino también el respeto. Mi primo se merecía vivir unos cien años y el mundo se merecía cien años de un ser humano como él.

Por eso nos quedamos sin palabras, con esa sensación de una muerte prematura, aún ahora un año después de su muerte, cuesta creer que él ya no esté aquí en éste plano alegrándonos la vida con sus ocurrencias y con ese buen humor que derrochaba todo el tiempo. Cuesta creer que le hayan arrebatado la inmortalidad que por muchos años pensamos que tenía.



Comentarios

claudia liliana Mesa ha dicho que…
Maravilloso escrito, amo este tipo de narración, me llevó a Colombia, a pensar en todas las historias que mi madre y mi padre tienen compiladas en sus memorias.

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