PASIÓN MORTAL
Ir a terapia es un viaje con rumbo desconocido, hay que hacer muchas paradas y rescatar paquetes emocionales que dejamos perdidos en el cajón del tiempo, o paquetes que ignorabamos qué existían y que estaban marcados con nuestro nombre. En ese largo camino descubrimos cosas muy desgarradoras de nosotros mismos. Pero quizás el más trágico descubrimiento es darnos cuenta del largo camino que tenemos que recorrer para solamente conseguir la sinceridad con nosotros mismos y empezar a abrirnos paso por ese triste camino de verdad y realidad personal. Yo me había convencido a mi misma que había tenido suerte en el amor, pero la realidad superó a mi fantasía.
PASIÓN MORTAL
Como dinamita pura actuaba Jorge en mi cuerpo de 16 años de inexperiencia, a su paso por mi casa dejaba un estrago de enormes proporcionas en todo mi sistema hormonal, era como una ducha de testosterona a la que yo quería sucumbir a toda costa. Y no es porque fuera el más guapo, era porque estrenar hormonas pesa, y la inexperiencia al respecto le hace ver a uno príncipes donde solo hay renacuajos.
Viéndolo en retrospectiva era un hombre común y corriente que pasaría desapercibido para cualquier mujer que tuviera un poco más de mundo del que yo tenía entonces, no se ejercitaba por lo que su cuerpo era un retoño de su niñez con más pelos en donde los debía tener, era estudiado eso sí, cursaba una carrera de esas populares en los ochentas, alguna ingeniería si mal no recuerdo, en la universidad del Valle de Cali. Vivía en un barrio apenas un estrato social mayor que donde yo vivía, pero claro a mis hormonas le parecía que era muy adinerado, porque aunque la mayoría de las mujeres lo nieguen, el estatus económico pesa mucho cuando uno se inicia en las lides del amor. Escuchar durante toda la infancia a los adultos dominantes hablar de los buenos partidos y los hombres que le “convienen” a una, termina siendo un proceso muy exitoso de adoctrinamiento al respecto.
Jorge visitaba a su tía que tenía una tienda pequeña separada por dos casas de donde yo vivía en el barrio Alfonso Lopez, y donde mi madre y yo por cierto comprábamos el mecato y los víveres de emergencia. Me parecía además un santo por ir a ayudar a su tía en la tienda.
Él no sentía por mí la menor atracción, pero sabía que yo si me sentía muy atraída por él, así que se jugaba muy bien sus cartas, yo era en lenguaje coloquial una vaquita amarrada para un caso de emergencia. Por eso el día que me pidió que le guardara unas cositas en mi habitación porque se estaba mudando de la casa de sus padres para vivir independiente, yo me sentí incluida de alguna forma en su futuro, sobre todo si accedía a ayudarle, esa petición constituyó para mí un honor. Sus cositas resultaron ser unos 8 costales de tamaño mediano y estarían en casa unos tres días que se fueron convirtiendo en semanas, pero yo no estaba muy interesada en que salieran de mi habitación porque tenerlas era de alguna forma tenerlo a él. Facilitó las cosas que mi cuarto tenía una entrada independiente por lo que mi madre nunca se enteró de lo que había entrado en casa.
Fue cuando un misterioso olor empezó a invadir mi habitación sobre todo en las noches, que me asaltó la idea de que era hora que se llevara sus “cositas” pero coincidencialmente por esos días no había regresado al barrio. Le pregunté a su tía por él y me dijo que se había ido de viaje pero que no tardaría mucho. Ante la larga desaparición de mi amor platónico, decidí llamar a un amigo para que me ayudara a abrir los costales y averiguar de dónde procedía el olor que estaba invadiendo mi habitación. Descubrimos con desagradable sorpresa que estaban llenos de dinamita, no de la que él producía en mi sistema hormonal, pues esa era intangible e inofensiva. Se trataba de dinamita pura y tangible, mi susto fue tan enorme que aquella noche padeci un ataque de persecución, casi podía escuchar los pasos de la policía que venía para arrestarme.
Visiblemente molesta decidí hablar con la tía y le dije “dígale a Jorge, donde quiera que esté que recoja sus costales de mi casa inmediatamente o llamo a la policía” y esa misma tarde apareció con tres hombres más de su mismo rango de edad y se llevaron los costales. Esa fue la última vez que lo vi, nunca más regresó por el barrio. Luego supe que pertenecía a una célula del entonces M19 y el muy desgraciado solía utilizar el magnetismo que tenía con mujeres jóvenes e ingenuas como yo, para guardar no solo dinamita sino armas y otras “cositas”
Por eso cuando ahora me preguntan como me ha ido con los hombres siempre digo, que entré por la puerta de atrás con ellos, y que me parecen dinamita pura, son mas los estragos que provocan que los beneficios que me han proporcionado.
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