DOÑA MARINA

 Doña Marina era la esposa del director de la escuela de varones en el Salto de Guadalupe. Una población a unas cuatro horas de Medellin.

Entre ella y su esposo parecía que había una brecha cultural grande, pero a lo mejor no era así.
Ella era la única mujer lugareña que conducía su propio auto. El corregimiento del Salto, porque ni siquiera llegaba a municipio, sólo tenía una calle alrededor de la cual había un tendido de casas que conformaban el pueblo. Un quiebrapatas nos separaba de la central hidroeléctrica, conformada por dos calles antes de llegar a donde estaba el teleférico y el malacate, dos vehículos que a mí me parecían suicidas y que bajaban una enorme montaña hasta "El Plan" donde estaba la central hidroeléctrica.
A la salida para Medellin estaba el barrio las brisas, ese si, conformado por varias calles con casas de lujo, muchas de ellas con piscina pese a que en el Salto el sol no salía mucho y cuando lo hacía no conseguía calentar las frías temperaturas que enfrentabamos. Allí sólo  podían vivir los trabajadores de alto rango de la central hidroeléctrica, otro quiebrapatas los mantenía a salvo de la visita indeseada de los lugareños.
Doña Marina conducía por la enorme calle del pueblo y la que conducía al teleférico, pero decían las malas lenguas que hacía  viajes largos hasta Carolina del Príncipe que estaba a media hora del Salto, y que cuando eso sucedía, en las curvas que eran muy pronunciadas, ella estacionaba y caminaba para asegurarse que no viniera otro carro y la estrellara. Esa anécdota era el hazme reír del pueblo y supongo que ella lo sabía.
Para mi Doña Marina era lo que ahora llamaríamos una mujer empoderada, yo quería ser como ella. Sin el parecido físico, claro está.  Ella era bien redondita con más carne y grasa de la que su estatura podría soportar, porque era bastante bajita y con el genoma indígena distribuido perfectamente en todas sus facciones. Estaba montada en sus cincuenta y era de armas tomar, trabajaba todo el día, o al menos era lo que yo pensaba al verla en su automóvil negro parecido a un saab 92 1950  entregando la mercancía que dejaba el cacharrero que vestía a todo el pueblo y que debía tener negocios con ella. Cuando su auto se dañaba ella misma se encargaba de arreglarlo, solía verla llena de grasa montada en un banco y con la cabeza perdida en el capó del carro moviendo cables, mientras algún desocupado del pueblo trataba de encender el motor. La jornada del parqueo era mi favorita, el grado de dificultad era enorme, no obstante lo conseguía, quizá por todo ésto decidí que doña Marina era una mujer fuerte e incomprendida por los que se burlaban de ella, que ni siquiera eran capaces de conducir, y yo quería ser fuerte como ella.
Pero yo era una niña de siete años sin futuro, no porque no lo tuviera, sino porque yo jamás pensaba en el futuro, ni pensaba como sería grande, ni lo que quería hacer cuando creciera, la verdad era que yo pensaba que nunca iba a crecer, que la adversidad que me circundaba era tan enorme y la lucha por la supervivencia era tan dispendiosa que no veía grandes probabilidades de sobrevivir a la infancia. Por eso yo quería ser como doña Marina, pero en ese presente, tener ese carro y manejarlo para perderme de esa vida que me había tocado en suerte.
Se podrán imaginar lo que significa en éste  momento para mí haber trasmutado mi destino y poder conducir, aunque sea un auto que en realidad es del banco y que cuando termine de pagar ya no servirá porque habrán salido mejores. A menudo cuando conduzco evoco a doña Marina y a veces me identifico con sus temores ante una enorme curva o un " flyover" a veces quisiera poderme bajar y cerciorarme que el peligro no acecha, pero el verdadero peligro sería bajarme.
Quienes crecieron teniéndolo todo y acostumbrados a movilizarse en un auto familiar nunca podrán comprender la libertad que se experimenta al dar el Salto cuántico del caballo, a la chiva, de la chiva al bus, del bus al avión y del avión a tener un auto parqueado en tu casa que te puede llevar hasta donde tu imaginación y la gasolina te alcance. 
Celebro que la familiaridad con el modernismo no me haya producido esa amnesia paralizante que produce una mezcla de indiferencia y vergüenza por mi pasado.



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