ENTRE MÁS PRIMA HERMANA MÁS LEJANA
Con una de las sobrinas de mi madre la interacción fue bien difícil. Ella había aparecido en mi vida después de diez años en los cuales no habíamos tenido ningún tipo de contacto. La última vez que nos habíamos visto me había golpeado, como era usual en ella desde que éramos niñas y cada vez que nos veíamos, había tenido que ponerle una orden de alejamiento para sentirme más tranquila cuando regresaba a Colombia. A raíz de la enfermedad de mi madre ella se había acercado de nuevo a nosotros, antes de llegar a Cali, ya sabía de su presencia en nuestras vidas de nuevo. Sepultado el pasado la recibí con mis brazos abiertos de nuevo mientras reconocía que la confianza rota es una fisura que jamás se cierra y que esa herida abierta la cargamos a cuestas por el resto de nuestras vidas, y reconociendo también que el respeto es tan frágil que una vez se quiebra es muy difícil de reparar. Pero queda el ser humano que reconoce las debilidades de los demás y que se niega a cerrarle las puertas al alma que habita en esa personalidad llena de limitaciones.
Sólo que ella quería reparar en un solo abrazo todo el daño del pasado, quería rescatar un amor que se había disuelto en medio del dolor y más aún quería forzar ese amor y obligarme a que lo experimentara a fuerza de persecución. Nada me hubiera gustado más que hacerlo, concientemente quería amarla como se supone que uno debe amar a la familia. Antes de mi madre morir ella pasó muchas horas en el hospital conmigo acompañándome. En momentos en que todo lo que necesitaba era paz ella estaba allí haciéndome reproches y escenas demandando que se le reconocieran a ella derechos de familiar y que se le quitaran derechos a Amelia, se molestaba cada vez que un doctor llamaba a Amelia en vez de llamarla a ella, de nada sirvió que le explicáramos que Amelia conocía la historia clínica de mi madre y que ese era el motivo por el cual era llamada ella y no sus sobrinas. Su irracionalidad era asombrosa, ella sólo sabía repetir que ella tenía más derechos que Amelia que sólo era una sirvienta.
Mientras yo silenciosa reflexionaba respecto a esos derechos familiares ¿es suficiente llevar la misma sangre en las venas para sentir a la familia en el alma y el corazón? De ser así ¿porque no podía amarla como estaba amando a Amelia? Incluso cuestioné el amor ¿Se produce acaso el amor a consecuencia de la conveniencia que este tiene para con nosotros? Si de verdad la había perdonado ¿porque no podía amarla como ella me lo pedía?.
Un día en que yo me sentía bien enferma ella apareció con almuerzo para nosotros, e insistía en pedir disculpas y en expresar el amor que siente por mí, sólo que su argumento más contundente y reiterativo siempre fue el lazo familiar, solía decir que teníamos que amarnos por ser familia. Y no me avergüenza confesar que no es como funciona para mí. Las personas a quienes siento mi familia no son todas las que llevan la misma sangre mía, podría decir que carezco de familia en ese sentido y que en cambio poseo una maravillosa y bonita familia cósmica integrada por gente que vibran en una bella frecuencia y de quienes siempre me he sentido bien tratada.
Ese día en medio de mi malestar físico comprendí que su carencia afectiva le impedía pensar en alguien más que no fuera ella misma y su sed afectiva, porque a pesar de lo mal que me sentía, ella estaba allí con el pretexto de ayudar pero no le importaba mucho como me sentía y si era oportuno para mi ese tipo de conversación. Había ido por algo y no pensaba salir de allí sin ese algo. Lo más que le entregué fueron cosas materiales de mi madre, como mi única muestra del afecto que ella estaba buscando. Pero sé que no fue suficiente para ella.
A pesar de que fui enérgica con ella, y a pesar de que reconocí que su limitación más grande era poder comprender la procedencia del amor y que este no es en ningún sentido algo impositivo, ella insistía en perseguirme, en espiarme. En su delirio de desamor, aparecía a casa en horarios inusuales y cuando no la hacía seguir se molestaba con el portero y se asomaba por los linderos para divisar el apartamento, para luego regresar y alegarle al portero que había alguien en casa y que por ser mi prima el tendría que dejarla pasar. Fue difícil, realmente difícil sortear la situación con alguien que tiene no sólo poco sentido de merecimiento afectivo sino que en su desesperación se asegura de que en efecto así sea.
Me quedé pensando en que el sentido de no merecimiento en líneas generales nos hace esta mala jugada, si no tengo sentido de merecimiento con el dinero, me aseguraré la forma de no conseguirlo, pasa lo mismo con el afecto, con la atención, con el empleo, etc.
Creo que mi prima vino a enseñarme esta gran lección, y que su presencia por intensa que me haya parecido fue determinante para demostrarme como operan de articuladamente nuestros más grandes temores para boicotearnos nuestros procesos y como nos cuesta ver que el verdadero responsable de lo que no obtenemos somos nosotros mismos, por más que luzca que son los demás.
Sólo que ella quería reparar en un solo abrazo todo el daño del pasado, quería rescatar un amor que se había disuelto en medio del dolor y más aún quería forzar ese amor y obligarme a que lo experimentara a fuerza de persecución. Nada me hubiera gustado más que hacerlo, concientemente quería amarla como se supone que uno debe amar a la familia. Antes de mi madre morir ella pasó muchas horas en el hospital conmigo acompañándome. En momentos en que todo lo que necesitaba era paz ella estaba allí haciéndome reproches y escenas demandando que se le reconocieran a ella derechos de familiar y que se le quitaran derechos a Amelia, se molestaba cada vez que un doctor llamaba a Amelia en vez de llamarla a ella, de nada sirvió que le explicáramos que Amelia conocía la historia clínica de mi madre y que ese era el motivo por el cual era llamada ella y no sus sobrinas. Su irracionalidad era asombrosa, ella sólo sabía repetir que ella tenía más derechos que Amelia que sólo era una sirvienta.
Mientras yo silenciosa reflexionaba respecto a esos derechos familiares ¿es suficiente llevar la misma sangre en las venas para sentir a la familia en el alma y el corazón? De ser así ¿porque no podía amarla como estaba amando a Amelia? Incluso cuestioné el amor ¿Se produce acaso el amor a consecuencia de la conveniencia que este tiene para con nosotros? Si de verdad la había perdonado ¿porque no podía amarla como ella me lo pedía?.
Un día en que yo me sentía bien enferma ella apareció con almuerzo para nosotros, e insistía en pedir disculpas y en expresar el amor que siente por mí, sólo que su argumento más contundente y reiterativo siempre fue el lazo familiar, solía decir que teníamos que amarnos por ser familia. Y no me avergüenza confesar que no es como funciona para mí. Las personas a quienes siento mi familia no son todas las que llevan la misma sangre mía, podría decir que carezco de familia en ese sentido y que en cambio poseo una maravillosa y bonita familia cósmica integrada por gente que vibran en una bella frecuencia y de quienes siempre me he sentido bien tratada.
Ese día en medio de mi malestar físico comprendí que su carencia afectiva le impedía pensar en alguien más que no fuera ella misma y su sed afectiva, porque a pesar de lo mal que me sentía, ella estaba allí con el pretexto de ayudar pero no le importaba mucho como me sentía y si era oportuno para mi ese tipo de conversación. Había ido por algo y no pensaba salir de allí sin ese algo. Lo más que le entregué fueron cosas materiales de mi madre, como mi única muestra del afecto que ella estaba buscando. Pero sé que no fue suficiente para ella.
A pesar de que fui enérgica con ella, y a pesar de que reconocí que su limitación más grande era poder comprender la procedencia del amor y que este no es en ningún sentido algo impositivo, ella insistía en perseguirme, en espiarme. En su delirio de desamor, aparecía a casa en horarios inusuales y cuando no la hacía seguir se molestaba con el portero y se asomaba por los linderos para divisar el apartamento, para luego regresar y alegarle al portero que había alguien en casa y que por ser mi prima el tendría que dejarla pasar. Fue difícil, realmente difícil sortear la situación con alguien que tiene no sólo poco sentido de merecimiento afectivo sino que en su desesperación se asegura de que en efecto así sea.
Me quedé pensando en que el sentido de no merecimiento en líneas generales nos hace esta mala jugada, si no tengo sentido de merecimiento con el dinero, me aseguraré la forma de no conseguirlo, pasa lo mismo con el afecto, con la atención, con el empleo, etc.
Creo que mi prima vino a enseñarme esta gran lección, y que su presencia por intensa que me haya parecido fue determinante para demostrarme como operan de articuladamente nuestros más grandes temores para boicotearnos nuestros procesos y como nos cuesta ver que el verdadero responsable de lo que no obtenemos somos nosotros mismos, por más que luzca que son los demás.
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