BAÑERA PARA CUATRO.
Sandra se perdió en aquel firmamento cargado de estrellas y esa luna creciente que provocaba columpiarse sobre ella, su mano extendida calculó la distancia entre ella y su copa de vino, estaba en la bañera con la que siempre había soñado, anclada en un enorme patio rodeado de árboles dándose un baño de espuma y esperando por su príncipe azul que recién había desempacado del baúl de sus sueños de quinceañera.
Al elevar su mirada para enfocar de nuevo
aquel firmamento, el rostro de su príncipe pareció emerger de la luz de una de
aquellas estrellas y se fue acercando conforme ella le hacía espacio entre sus
piernas para mecerlo entre su monte de Venus y la espuma abundante y perfumada
que flotaba en la bañera. Él la miró con lascivia y apenas si le dio un beso en
la comisura de sus labios, le abrió las piernas y la penetró con la violencia
que ella le atribuyó a la impaciencia de un deseo no consumado, notó que cuando
él estaba a punto de tener su orgasmo, él, benevolente se retiró a tiempo para
esperar por el orgasmo de ella y se transformó en otro que lucía menos sediento,
más frío y calculador, que midió sus pezones con la punta de sus dedos y lamió
su cuello mientras introducía sus dedos en la vagina de ella, como calculando
el camino por el que nuevamente se abriría paso, después la penetró con
suavidad y ella que estaba casi a punto le suplicó que la dejara terminar
porque estaba cansada porque ya no podía más, y quería su trofeo en ese mismo
instante, pero él de nuevo se retiró a tiempo, poco antes de que ambos danzaran
al unísono en un orgasmo múltiple; y de nuevo cambió de rostro, por uno malévolo
que cual verdugo la tomó por el pelo y la puso boca abajo apoyándole la cara
contra el cojín de agua donde antes reposaba su cabeza; y sin pedir permiso la
penetró por el ano, la cabalgó como a una yegua de paso con el dominio de un jinete
experimentado en la materia, sintió que un dildo de proporciones enormes la
penetraba también por su vagina y gritó porque el placer le estaba cediendo
paso al dolor, le dijo que ya no era divertido, pero él no pareció escucharla,
porque siguió su ritmo, danzando dentro de ella como si quisiera encontrarse con
el dildo en la mitad del cuerpo de Sandra y bailar juntos para prescindir de
ella.
Sandra quiso forcejear, pero le faltaban
fuerzas, quizá había bebido de más, quizá Jorge se estaba propasando y la fantasía
había dejado de serlo para dibujarse como una cruel realidad. Sintió un hilo de
agua caliente que le salió de lo más profundo de sus entrañas y de inmediato el
agua se pintó de un rojo pasión que no reflejaba lo que ella estaba sintiendo, sintió
un dolor enorme en ese frágil puente entre el ano y su vagina y un estallido de
fiera le grito obscenidades a la luna, que asustada huyó debajo de una nube y dejó
todo en la más absoluta oscuridad.
Escuchó la voz de Jorge que ya no se parecía
a la de él, preguntarle si estaba bien, y ella sosteniendo su puente roto para que no se le salieran las entrañas, le dijo
que algo había salido mal, estaba temblando y el dolor le resultaba
insoportable. Jorge la sacó de la bañera y la puso en una sábana blanca que cambió
de colores con el cuerpo de Sandra encima. Un hombre fornido e imponente le apuntó con una linterna en la
cara y le preguntó su nombre, mientras ella presurosa se cubrió con lo que sobraba
de la sábana, para que no la viera desnuda, no comprendía a que horas este
hombre había entrado en escena, buscó con su mirada a Jorge y se encontró con
los tres rostros en que él se había convertido hacía apenas unos minutos, cada
uno con su propio cuerpo, cada uno completamente desnudo. Musitó el nombre de
Jorge aunque no hacía falta llamarlo, porque estaba de regreso de aquel viaje
donde Jorge era sólo un nombre en el que ella se había refugiado cuando se había
entregado a las fauces de aquella vieja bañera sin espuma y sin perfume, que
yacía en aquella casa abandonada para emprender un viaje de éxtasis y otras
drogas de itinerarios efímeros.
Mientras la subían a la ambulancia se encontró
con los ojos de los vecinos que la atravesaban con ojos de reproche, trató de
buscar las estrellas con las que se había cruzado en su imaginario firmamento
cuando su Jorge de tres rostros buscaba su trofeo orgásmico a manos de una
joven adicta que se había pintado en su imaginación un cielo de placer y de adicción.
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