EL ABURRIMIENTO CREATIVO

 Ésta convalecencia, me ha conectado de nuevo con esa quietud tan satanizada en éstos tiempos. Y digo de nuevo, porque así fue mi infancia, cargada de quietud, soledad y tedio. Pasaba demasiado tiempo a solas, como hija única de profesora, que siendo madre casada fungía como soltera. Mi refugio en aquella infancia era la lectura y la escritura.


En el hospital pasé toda la noche despierta haciendo respiraciones, escuchando mi cuerpo y conectada al suero, a una maquina de oxígeno, a una maquina compresora de botas para activar la circulación de la sangre, a una sonda de orina, a dos bolsas de drenaje y a una máquina de morfina con un control remoto que estaba a mi lado y que yo podía activar a mi conveniencia si sentía dolor. Pero los opiáceos no se llevan bien conmigo, en realidad el médico quería experimentar mi reacción a la morfina para tener algo de que echar mano en caso de dolor intenso, pero no quise correr el riesgo, nunca la usé.

Conviví amigablemente con el dolor durante toda la noche mientras observaba mis pensamientos, y me percataba del funcionamiento idóneo de cada maquina, gracias a eso supe que las botas compresoras estaban fallando y llamé a la enfermera para que me las cambiara. Nunca perdí la calma, me había programado previamente para enfrentar tanto el dolor como las incomodidades propias de un pos quirúrgico como el mío, además estaba muy agradecida porque todo había salido mejor de lo esperado, clinicamente hablando, esa gratitud predominaba sobre todo lo demás. Además reconocía en aquella noche la oportunidad de poner en práctica mi silencio interior, y todo lo que he aprendido sobre el dominio emocional, una especie de graduación del conocimiento adquirido.

Durante más de dos horas escuchamos (mi hija trataba de descansar a mi lado en un mueble bastante incómodo) un mantra de sanación, que ayudó bastante. A la madrugada me quedé dormida y desperté de repente a las 6:15 de la mañana y a manera de recompensa por haber sabido vivir una larga noche,  la enorme ventana del cuarto  estaba engalanada por los bellos colores naranja de un amanecer hermoso. Al mismo tiempo mi hija, que se despertaba hasta cuando yo parpadeaba, se levantó y tomó fotos para mí.

Durante éstas noches ya en casa de mi hija. A veces me despierto sabiendo que no podré dormir más porque algunas incomodidades propias de mi condición me asaltan de repente, entonces me enfrento a ese aburrimiento que nos impulsa a buscar estímulos externos a toda costa. Por algún motivo, que le atribuyo a mi disciplinada práctica de meditación y otras técnicas afines, el aburrimiento no constituye una amenaza para mí, al contrario sé que es la puerta a lo desconocido en mí. A través de ese silencio exterior e interior obligado, accedo a aspectos de mí misma que en otras condiciones no consigo alcanzar, entonces se despierta en mí un morboso gozo con algo tan demonizado como el tedio. En esos momentos se han escrito en mi mente tantas cosas que he publicado y que se van cocinando a fuego lento antes de mi encuentro con el teclado. En ese silencio, surgen niveles de comprensión respecto a situaciones que en condiciones normales, juzgo, crítico y condeno, porque las pongo en esa balanza del bien y el mal que nos resulta tan cómoda para gestionar nuestra frustración. En ese tedio silencioso consigo escuchar mejor mi respiración y mis ritmos emocionales, conectar con mi cuerpo y detectar que parte no está armónica en ese momento.

Pero lo más luminoso que me sucede en los momentos de aburrimiento, es la placidez y la comodidad que consigo en él, encontrar mi lugar en él,  sentirme aliada del tiempo, valorarlo como ese regalo que no necesariamente tengo que gastarme en el hacer, sino saber usarlo en SER mientras estoy lista para HACER.  Es cuando pienso que todo tiempo aburrido es el mejor, porque es la semilla de todo lo grandioso que me sucede.



Comentarios

El Diario de las Américas ha dicho que…
Una mente inquieta jamás se aburre.
A mi me dieron morfina para calmar un dolor tenaz y vivo agradecido por la experiencia. Me sentí como un pez multicolor viendo el mundo que pasaba en cámara lenta delante de mí en el pasillo del hospital. Mientras en mi pecera todo era una calma coloreada por acuarelas naturales, afuera, a pesar de los movimientos lentos de los apresurados personajes vestidos de verde, negro y blanco, se adivinaba una presión constante y agotadora que se reflejaba en sus caras... Entendí entonces lo que Amer, mi gran amigo de muchos años e innumerables batallas me dijo una vez: “Migue no oigas el ruido de afuera. Escucha la música que llevas dentro”.
Me late que tu música interna es una sonata de Vivaldi y tu mundo es un Van Goh infinito como lo son sus noches.
Te leo, te entiendo y admiro más cada vez la inquietud calmante de tu mente.

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