ABRAZOTERAPIA

 En un país donde:

1- el contacto físico es más penalizado que las balas
2- los presos no pueden ser abrazados
3- los masajistas no pueden tocar ciertas partes inofensivas del cuerpo
4-  los hombres que hacen striptease no pueden quedar desnudos por completo durante su show (pero las mujeres si).
Que un empleado de la salud te abrace puede ser considerado desobediencia civil, incluso quien lo hace corre el riesgo de ser demandado.

Cuando uno ha vivido por tanto tiempo en Estados Unidos, aprende que tocar a alguien es un riesgo que nadie quiere correr. Durante mi primera cita con la oncóloga cirujana, luego de darme el diagnóstico, que yo ya había asimilado, ella me abrazó, me sentí tentada a resistirme, no por mí, sino por ella, ¿y si alguna cámara estaba apuntando a la escena y a alguien le diera por decir que era inapropiado?, además en 23 años de visitar médicos en éste país, eso jamás me había sucedido. Entonces, permití que el abrazo sucediera y así como el muñeco Lotso de mi nieta que automaticamente abraza cuando es abrazado, mis brazos se abrieron para contenerla y se cerraron alrededor de su cuerpo para sostener el abrazo tan oportuno y necesitado en aquel momento.

Cerré los ojos y comprendí que no era uno de esos abrazos de rutina que uno repartía sin temor antes de la pandemia, no, éste era un abrazo tipo "boa constrictor" que me llegó al alma y que ella sostuvo por muchos segundos, los suficientes para que el temor a meterla en problemas le dieran paso a la comodidad e incluso  generara en mi organismo sustancias químicas tranquilizadoras.

En adelante sus consultas se abrían y cerraban con abrazos de la misma magnitud que no sólo yo disfruté sino también mi hija a quien abrazaba con la misma calidez.
Hace la diferencia ese gesto proveniente de un profesional de la salud. Ella me brindó mucho más que confianza, una certeza de que estaría a salvo bajo su cuidado, eso lo constaté el día de la cirugía.

La entrada al quirófano fue muy dramática, sentí que desfallecía,  todo el valor del que había disfrutado las semanas que pasaron entre el diagnóstico y la cirugía, de repente se desplomó, un nudo enorme apretaba mi garganta. El lugar era gélido, un lugar para morir, pensé, la camilla de cirugía estaba vestida de azul y desde donde yo la podía ver se me antojaba una camilla para realizar autopsias, eso me aterrorizó más, y empecé a temblar de físico miedo.  Cuando me trasladaron a la camilla de cirugía, me di cuenta que me habían puesto un cojín de gel para proteger mi cuello. Empezaron a amarrarme del brazo derecho a una tabla que salia de la camilla, después me ataron del abdomen y al final me pusieron unos grilletes en los tobillos, entonces me sentí como en una camilla de ejecución y cuando estaba a punto de colapsar,
La vi a ella, mi cirujana, estaba vestida para la ocasión, tenía puesto todo su equipo de cirugía, tenía las manos levantadas con sus guantes puestos, estaba atada de manos para abrazarme, pero su presencia estaba cargada de tanta energía y potencia que no fue necesario, una máscara sobre mi nariz y la petición de que respirara profundo me sacó de ésta realidad.

Si hubiera muerto en aquel quirófano me habría llevado tatuado en mis ojos a dos amorosas personas: el valor de mi hija que me acababa de entregar y había quedado fuera del quirófano, y la imagen de la mujer que me inyectó tanta seguridad y que cuidó de mi proceso con el poder de su conocimiento y de sus abrazos.
Pero la muerte no fue y lo agradezco.


 

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