CIRUGÍA PLÁSTICA
Todas mis grandes resistencias han sido doblegadas de manera dolorosa y a la fuerza. El cáncer ha producido la ruptura de esas rocas en que se habían convertido algunas de mis creencias, y eso fue lo que me pasó con la cirugía estética. Ni en mis peores pesadillas contemplé la posibilidad de que se modificara mi apariencia fisica, pero el universo tenía otros planes para mí.
Por eso cuando me llamaron del hospital para anunciarme que tenía cita con un cirujano plástico, lo primero que dije es que no lo necesitaba, que no estaba dispuesta a invertir un solo dólar en la reconstrucción de mi seno. La coordinadora quirúrgica me explicó que la parte estética formaba parte del tratamiento de cáncer y que todo estaba cubierto por mi seguro, pero que si tenía dudas era mejor que consultara con la sicóloga oncóloga antes de renunciar a la reconstrucción, en aras de no tomar una decisión de la que me pudiera arrepentir.
Acepté la cita con el cirujano plástico a regañadientes, en realidad quería decirle de frente que tener una sola teta no me afectaba y que meterme protesis no era una opción para mí. Ahí estaba yo, compartiendo sala de espera con mujeres motivadas por "mejorar" su apariencia fisica, mientras yo no conseguía encontrar mi propia motivación.
¿qué importancia puede seguir teniendo la apariencia de mis tetas a los 61 años cuando ya me gasté los mejores cartuchos sexuales y la líbido está menguando? ¿Para qué desearía yo volver a tener tetas nuevas, si ya sé que los orgasmos no dependen de la apariencia fisica? Para la playa nudista, me respondí, para los que se compadecieron de mí solo porque me quedaría sin tetas, en vez de preocuparse porque tenía cáncer, pero nada de eso me aportaba una razón de peso para hacerlo.
El cirujano, un gringo en plena madurez, con apariencia de macho beta pero con carácter de macho Alfa, de apariencia serena, pero ligeramente explosivo y de proceder lento pero seguro, fue interrumpido por mí antes de ofrecerme su menú artificial. Pero él, determinado, me hizo desnudar y empezó a hacer cálculos con las proporciones de mi cuerpo y a buscar los depósitos de grasa como si estuviera en un supermercado buscando materia prima para armar una muñeca. Me presentó un proyecto que me deslumbró y rompió la rigidez mental con que había entrado a su consultorio. Lo que me ofreció era toda una obra de arte, una reconstrucción usando elementos sobrantes de mi propio cuerpo. Si ya estamos en quirófano eliminando una teta enferma, ¿porqué no reemplazarla con elementos de mi propio cuerpo? Y terminó diciendo, con un visible entusiasmo, que ésta es su cirugia favorita. No hacía falta pensar mucho para saber que éste tipo de reconstrucción le brinda la oportunidad de saberse un auténtico escultor corporal.
A pesar de haber sido sometida a una cirugía estética terapéutica sigo convencida que las cirugías estéticas no mejoran la autoestima, solo perpetuan el descontento que se tiene con el cuerpo, porque cada cirugía estética realizada, engendra la necesidad de la siguiente. Si yo padeciera de descontento crónico con mi cuerpo, habría encontrado (que las encontré) mil correcciones más que hacerle a mi cuerpo y me hubiera convertido en su cliente uno A. Por fortuna soy, o una conformista empedernida, o una prepotente consagrada que tengo una imagen dobrevalorada de mi cuerpo, lo que me facilita no sucumbir ante la "perfección".
Y aquí estoy con una nueva apariencia, haciéndole luto a lo que dejé ir y aceptando lo nuevo, pero sobre todo enfrentando los cambios psíquicos que ocurren tras una cirugía como la que tuve, y con los que nunca conté. A decir verdad pensé que era simple "carpinteria", quitar y poner, pero el cuerpo tiene su propia agenda y hay que trabajar con ella.
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