DE VENCIDA A VENCEDORA.
Durante este año decidí enfrentar muchos temores
y los he diluido gracias a la imagen
inspiradora de mi nieta quien a menudo reta sus temores y los supera, como su irracional temor
a los guantes, que superó el día que me pidió que le pusiera unos guantes de
lana, no hacía frío y estábamos en el patio, y ella jugó todo el tiempo usando
unos guantes de lana mientras descubría que eran lo más inofensivo del mundo y
que hasta podían llegar a ser divertidos, un par de meses después se aventuró a
ayudarme a trapear superando así el temor que siempre había sentido por los
trapeadores.
Mi gran desafío fue el examen de ciudadanía
siempre he sentido más que pánico, física fobia a ser evaluada, recuerdo que el
día de la entrevista hubiera agradecido
que alguien estuviera conduciendo por mí, porque físicamente estaba a punto de
colapsar. Me di cuenta que estaba teniendo una especie de ataque de pánico, y
me dije a mi misma que me daba permiso para perder el examen, y que pasara lo
que pasara todo sería para bien, pero aun así mi pánico era absoluto, cuando
traté de racionalizar mi temor y de recordar en qué momento había sentido este
mismo miedo tan paralizante, solo podía recordar cuando siendo una niña padecía
el mismo temor antes de un examen en la escuela, y que siempre me sentía como
cuando uno está caminando por el pasillo de la muerte, posiblemente el temor
más espantoso e insoportable que he experimentado en toda mi vida.
Samantha con el enemigo conquistado en la palma de su mano. |
Ahí estaba yo en la I-95, en medio de un tráfico
terrible, reviviendo una etapa que pensé que se había quedado atrapada en el
tiempo y que jamás podría alcanzarme, así que me entregué a sentir todo ese
miedo como venía, ya no lo quise resistir más y me dejé atrapar por él, hasta
donde él me quisiera llevar, lloré, temblé y me autocompadecí, hasta que la cabeza me dolió y sentí mi cuerpo golpeado por un verdugo invisible
que me dejó absolutamente cansada de todo aquel terremoto de emociones que ya
no pude controlar más.
Me pareció asombroso como en la medida en que dejé
de luchar contra el miedo que estaba sintiendo y me entregué a él, este se fue
diluyendo para darle paso a una serenidad exquisita. Ese día adquirí la
comprensión que sólo se consigue con la experiencia de que el temor es en
efecto el asesino silencioso que activa el sistema reactivo de uno y
literalmente nos pone a enfrentar falsas luchas y guerras internas estériles.
Vencedora. |
Por eso cuando al mes de haber superado este desafío
mi amigo Juan me ofreció darme un paseo en un kayak me sorprendí reaccionando
de acuerdo con mis viejos temores, pero de inmediato recordé que esos temores
estaban replanteados en mi vida y que en la lista de mis miedos ya había
descartado tantos que bien me podría dar el lujo de descartar uno más. Juan me
inspiró confianza, porque la información que tengo acerca de él, es muy
asertiva, así que pensé que era un buen momento para salir de otro temor más.
Me subí con él al kayak, al principio
con recelo, mientras él me explicaba como usar el remo. Nos adentramos en el corazón
de un espectacular lago mientras la tarde se desnudaba para que la noche la
hiciera suya, una danza lesbica apenas soportable para mis sentidos. No había
pasado mucho tiempo antes de que el placer del que gozaban mis sentidos en
aquel kayak venciera a mis temores y la imagen de mi pequeña Samantha luciendo
aquellos guantes en el patio de la casa emergiera en mi memoria, sonreí con la
convicción que no había nada de que
temer, porque finalmente lo peor que pudiera pasar que es que me ahogara en
aquel lago, solo sería el final de un ciclo que de todas maneras alguna día tiene
que pasar, y si llega mientras estoy adentrándome en las fauces del temor y desenmascarándolo,
habrá valido la pena. Posiblemente Juan no se imagina que ese día
mientras hacía algo que para él no representa mayor riesgo ni temor y que disfruta
tanto, estaba haciendo conmigo una labor que muchos terapeutas no pudieron hacer
conmigo antes.
Mis pantalones de Jean estaban completamente húmedos
con el agua que destilaba del remo mientras yo me preguntaba si no estaba
remando bien, Juan me explicó que era parte del paseo y mientras mirábamos las
enormes casas con sus puertos bordeando el lago nos sentimos millonarios sin
serlo materialmente hablando, porque momentos como esos son un lujo que sólo
los sentidos pueden convertir en riqueza.
El paseo terminó poco antes de oscurecer mientras
un temor más se había diluido en el agua de aquel lago cuya superficie serena
no da muestras de todo lo que pasa en sus fauces, tal y como sucede con
nosotros que a veces no damos muestra de la turbulencia que generan nuestros
temores y de que manera nos impiden vivir la vida.
Con Juan poco antes de que el temor desapareciera. |
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