LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS

Los cuentos de hadas terminan con una frase que las mujeres en especial hemos memorizado muy bien “y fueron felices y comieron perdices” más que memorizarla, la hemos convertido en una consigna que se nos tiene que cumplir a riesgo de quedarnos solteronas si es que el galán no llega en traje de rey y no nos promete felicidad representada en bienes terrenales, que es lo que tenemos asociado con felicidad.

Sólo que ni somos princesas ni hay muchos príncipes encarnados en esta época, así que nos toca conformarnos con hombres de carne hueso que trabajan incansablemente para ganarse la vida, ya que la historia de amor de nosotros es distinta de la de los cuentos de hadas, porque en estos cuentos las pobres princesas tenían que pasar una serie de penurias e inconvenientes para poder llegar a los brazos de su príncipe, al mismo tiempo que el príncipe tenía que luchar contra miles de obstáculos para poder alcanzar a la princesa. Que no es otra cosa que las guerras que tendríamos que librarle a nuestro ego (fieras internas) y a nuestras expectativas antes de llegar a una relación. Habiendo sufrido como lo hicieron los protagonistas de los cuentos de hadas antes del matrimonio es apenas justo que cuando contraigan matrimonio se merezcan la felicidad eterna y coman perdices.

Pero nuestra historia es otra, nosotros escribimos nuestro libreto al revés, nosotros somos felices y comemos perdices antes del matrimonio. Cuando conocemos al príncipe, él nos ve como la princesa que jamás volveremos a ser cuando nos casemos, nos traerá flores, se endeudara hasta los cojones para comprarnos joyas, perfumes, trajes suntuosos, autos, y todo lo que su cupo de crédito le permita, nos llevara de viaje, y será capaz de darnos la encerrona de tres días a punta del más exquisito sexo. Nos llevan a cine, a restaurantes costosos, nos llaman por teléfono ocho veces al día a decirnos que nos extraña, nos envía mensajes de texto, de email y nos escribe cosas hermosas en el muro de facebook, se asegura que todos los demás hombres sobre la faz de la tierra sepan que ya tienes propietario, es decir marcan su territorio, cuando todo eso está dado, decidimos asumir el reto de hacer de tanta belleza algo duradero, sólo que fallamos en el intento, porque todo se transforma. El sexo le cede espacio a la rutina, la convivencia empieza a minar el respeto y la admiración; y el amor queda reducido a cumplir con unos votos que se dieron al calor de tanto brillo inicial (con el que nos dejamos cegar) todo por el bien de los hijos, ambos empiezan a consumirse en una relación que ninguno de los dos sabe a donde apunta y cuanto la podrán resistir. Los más afortunados desarrollan una dependencia emocional y una necesidad mutua a la que llaman amor, es cuando comprenden que eran felices y comían perdices y que el matrimonio es el equivalente a la lucha con los dragones, las brujas y las madrastras de nuestros héroes de los cuentos de hadas, sólo que a diferencia de ellos, nosotros por comernos antes las perdices y la miel, ahora no tenemos la promesa de la recompensa y no tenemos muchos incentivos para luchar contra el dragón de la rutina, la bruja de la inapetencia sexual, y la madrastra de la intolerancia, por lo que muchos deciden mejor cambiar de cuento, de reino y de princesa y seguir por el resto de sus vidas libando la flor antes de casarse; y repetir incansablemente el ciclo esperando que algún día lleguen los auténticos príncipes y princesas que les hagan vivir el sueño de la infancia que llevan tatuado en la memoria.



Siempre que escucho a las mujeres lamentándose de sus relaciones de pareja y haciéndome preguntas sobre mi matrimonio con la esperanza dibujada en sus rostros de que yo también me solidarice con sus quejas, pienso que compramos una imagen social del matrimonio que como todo producto ha sido muy bien decorado para que esté al servicio de la productividad de la sociedad, aunque para cada individuo ese producto no funcione del todo bien. Nos casamos pensando que el romanticismo, y la atracción sexual serán eternas, pero a lo mejor sólo nos aseguramos de encontrar un nuevo nicho, con un nuevo padre y una nueva madre respectivamente porque cuando somos adultos ya nuestros padres no podrán cuidar de nosotros. La pareja con el tiempo se convierte en alguien de la familia cercano, cumpliendo con roles que a veces son materno paternales, que a veces son protectores otras veces sólo son amigos, compañeros, hermanos, cómplices etc. Quizá por eso los sicólogos hacen tanto énfasis en que debemos sanar primero la relación con nuestros padres antes de establecernos en pareja, quizá la pareja sólo sea la segunda oportunidad que nos da la vida de sanar las heridas que siempre recogemos en nuestra familia base. De ahí la importancia de construir una relación más fuerte que la conexión sexual y romántica, de ahí la importancia del respeto, el compañerismo, la amistad, la complicidad y la camaradería. Sólo un par de camaradas podrán juntarse en las crisis y diseñar estrategias contra la apatía sexual, buscando alternativas que mantengan la intimidad a salvo donde ambos puedan ser mutuamente satisfechos. Indudablemente cuando en una pareja cada uno está abogando por defender su derecho egoísta y personal, son como dos países en guerra, y dos países en guerra sólo están buscando vencer, no convivir.

Dicen los entendidos que uno debe tener la habilidad de detectar cuando el matrimonio está irremediablemente perdido para hacer la retirada antes de que se consuman en una guerra de egos, para ello están las pistas que llaman los cuatro jinetes del Apocalipsis.

El primer jinete es la crítica, si nos sorprendemos criticando mucho a nuestra pareja y no somos capaces de detectar que lo estamos haciendo, pasamos con facilidad al segundo jinete que es la generalización, es decir que la crítica por un evento puntual pasa de repente a ser algo que el otro SIEMPRE hace, lo cual nos llevara a despreciar al otro que es el tercer jinete y sin darnos cuenta estamos atrapados en el cuarto jinete que es ofender al otro anulándolo como persona. Pasamos por los cuatro jinetes del Apocalipsis en las discusiones cotidianas minando de esta manera la autoestima del otro, lo hacemos básicamente porque no tenemos la habilidad de conectar nuestra lengua ni con el cerebro ni con el corazón antes de hablar, porque el ego se apodera de nosotros en nombre de la justicia queriendo tener la razón. Es por eso que pienso que conservar una relación de pareja es un fino arte de autoaprendizaje, es la oportunidad que se nos da para crecer como personas, si sólo estamos atentos a observar que tan buenos seres humanos somos capaces de ser cada día con el otro, en vez de estar esperando y juzgando que tan buen ser humano está siendo el otro con nosotros.

He diseñado un ejemplo de discusión en donde uno atraviesa por los cuatro jinetes del Apocalipsis a manera de ilustración para quienes estén interesados en el tema: Eres un holgazán (crítica) que siempre estas sólo mirando la televisión y la computadora (generalizar) es que yo no sé porque me casé con un bueno para nada como tú (desprecio) si ya me decía mi madre y todo el mundo que eres un completo fracasado (ofender al otro anulándolo).

Espero con este artículo haber traído luz a la vida matrimonial de muchos en vez de oscuridad, aunque estoy consciente que a veces para poder ver la luz hay que pasar por la oscuridad.

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