LA CHICA CHIC.

Conocí a la abuela de mi esposo cuando estaba pisando el noveno piso, y de alguna manera me vi reflejada en ella, era una mujer irreverente que se daba permiso de decir lo que pensaba y de ser ella misma sin el más mínimo asomo de temor a ser rechazada o desaprobada por la gente. Recuerdo aquella primera tarde que la vi por primera vez y nos fuimos a caminar por la playa, yo tenía mis temores por su edad y me sentía llevando a una niña pequeña a su primer paseo, lejos estaba yo de imaginar que era ella quien me estaba llevando de paseo a mí, porque aquella mujer que yo pensaba que se acercaba al final de su vida era tan vital e independiente como yo, de hecho había cruzado el océano viajando durante 12 horas en avión para ver a su Rose Marie, su entrañable hija por quien ella sentía una veneración sobrenatural.


En la playa me narró con lujo de detalles y con su encantador acento español anécdotas de su juventud con los pretendientes con quienes solía internarse a nadar mar adentro sin temor alguno, me llevó de la mano de su imaginación, mientras se remontaba a su pasado y fue como si recuperara de nuevo su juventud ya lejana, entonces clavó su bastón en la arena y puso sus pies en posición de baile, uno de ellos casi flotando en el aire y empezó a cantar “yo soy una chica chic, yo soy una chica chic”. Ese día me enamoré de la vejez mientras vivenciaba la alegría con que ella vivía su vejez y se burlaba de su juventud.


Emilia, la abuela de mi esposo, la chica chic

Después de eso y durante mi cumpleaños, cuando alguien criticó una falda corta que llevaba puesta, recuerdo que ella dijo “dejadla en paz, después de todo esta chica se pasea por la playa con una tira metida en el fundillo que más da si ahora le vemos el trasero de nuevo”. Así era ella, sin pelos en la lengua y sin temor a decir lo que pensaba, no solía envolver sus palabras en lenguajes adecuados y eso era justamente lo que la hacía “tan ella misma”. Pero la sorpresa más grande que me dio Emilia, fue cuando decidió escribirle en el 2003 una carta a George Bush el presidente de los Estados Unidos, no pidiéndole, sino exigiéndole que le regresara su visa de residente que le había sido arrebatada por un oficial negligente de inmigración, por el único motivo de que ella no pasaba mucho tiempo en América, en su carta exhibía con nitidez y con lujo de detalles las razones por las cuales ella se veía obligada a estar viajando entre Europa y América. La carta fue escrita a mano, en español y por ella misma, con una ortografía y una caligrafía envidiable, me pidió que le buscara la dirección de la casa blanca y que fuéramos juntas al correo a ponerla por certificado y con certificado de recibido. Durante el tiempo que Emilia estuvo en Estados Unidos visitándonos que no creo que hayan sido más de dos meses, ella buscó cada día en el buzón de correo la respuesta del presidente que nunca llegó, a lo mejor porque no era Obama, o porque pensó que Emilia estaba loca, ignorando que ella tenía más cordura de la que él tuvo para gobernar este país. Cuando he querido hacer algo que exige poca fe y valor, pienso en Emilia y en aquella carta, que me ha inspirado para hacer las cosas en las que creo por locas que le parezcan a los demás. Emilia nunca se sintió tentada por el temor al que dirán, ni por la posible reacción del presidente al recibir aquella carta, ella sintió que tenía que escribirla y eso fue lo que hizo. A menudo pienso en aquella carta y en cuanto me gustaría saber cual fue su destino final.

Todos estos y muchos más recuerdos desfilaron por mi memoria el pasado fin de semana cuando celebramos el primer aniversario de su partida de este mundo, apenas unos pocos años antes de cumplir sus cien años, aunque ella era una mujer con un carácter fuerte todos hemos coincidido en que ella era una guerrera, el arquetipo de la mujer salvaje que jamás se dejo domesticar por cultura, sociedad ni por religión alguna, ella ha sido la única mujer de edad madura que he conocido que no creía en Dios, y quizá por eso mismo no tenía tantos miedos como los tenemos el común de las personas.

Mi suegra la revivió en compañía de toda la familia por una tarde, en que todos sentimos que ella estuvo más viva que nunca porque su peculiar manera de ser, se sigue imponiendo a pesar del tiempo y de la ausencia de su cuerpo físico en este planeta.

La chica chic y la chica de la falda corta.

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