ATRAPADAS.


Aquella escuela quedaba muy retirada del pueblo, había poca posibilidad de acceder a ella sin un auto, como si quedar retirada fuera poco había sido construida sobre una colina a la que había que acceder subiendo una enorme escalera de caracol empotrada en la tierra que iba dejando al desnudo la vista de un frondoso bosque nutrido de pinos que perfumaban el ambiente y que hacían de ese recorrido un deleite para los sentidos, el clima de unos 50 grados Fahrenheit se hacía cómplice de la correría que se convertía en ejercicio físico para todos los estudiantes.

La profesora que tenía a cargo segundo de primaria vivía allí con su pequeña hija, tenían una vida misteriosa y sin muchas pertenencias, la paternidad de su hija era un absoluto misterio que ella protegía a toda costa, habían llegado un día cualquiera al pueblo con un par de maletas pequeñas y sin más posesión que su ropa, la escuela les facilitó una pequeña habitación para vivir. La profesora y su hija, de quien nunca se separaba se marchaban religiosamente cada viernes a la capital y regresaban el domingo en la noche, pero aquel fin de semana curiosamente no viajaron, se quedaron en aquella habitación de la escuela, que se cerraba con una llave que se operaba de ambos lados pero que era imposible abrir manualmente, la profesora nunca supo explicar de que manera se quedaron las llaves en la parte de afuera de la habitación y la puerta se cerró con ellas dos dentro, sin poder usar el baño y sin nada para comer ya que el baño y la pequeña cocina improvisada en una vieja aula de clases que había sido clausurada, estaba fuera de la alcoba cuyo único acceso al exterior era una claraboya en la parte alta de la pared que daba al este de la escuela y que era de difícil acceso por su altura, después de tratar infructuosamente de forzar la puerta pudieron acceder la claraboya  montando un par de sillas sobre la cama y de esa manera gritaban para pedir ayuda, algo poco probable porque los fines de semana nadie caminaba por aquel sector completamente apartado del pueblo. Debieron no obstante pasar una noche y un día comiendo galletitas que la profesora tenía en un bolso como único alimento y hacer sus necesidades en bolsas y en la bacinilla que por suerte tenían debajo de la cama. No me alcanzo a imaginar la desesperación de la profesora y su pequeña hija atrapadas en una habitación conviviendo con sus heces, que para entonces se les antojaba una tumba que habían ocupado antes de morir de hambre o de deshidratación.
 
 

Yo que siempre he sentido veneración por los bosques y las regiones solitarias, caminaba por allí y así fue como escuché los gritos desesperados de una niña que clamaba por ayuda, aunque no podía estar segura de donde provenían los gritos subí la colina instintivamente y los gritos se acercaban conforme la distancia entre la escuela y yo se hacía más pequeña. parada frente a la claraboya solo podía ver sus ojos cafés profundos y hermosos que me resultaban familiares, estaba llorando, y en medio de su llanto me explicó lo que les había pasado y me dijo donde estaban las llaves, entré por la parte delantera de la escuela al aula clausurada gracias a una ventana rota; y encontré las llaves en la mesita donde tenían el fogón y una cocineta improvisada; y abrí la puerta, la profesora pasó a mi lado como si no me hubiera visto ignorando por completo mi presencia en un acto que pensé desesperado por verificar que habían sido liberadas, mientras ella, la pequeña de los ojos cafés profundos se quedó en el mismo sitio donde la encontré mirándome fijamente, como si hubiera visto un fantasma, era pequeñita pero tan grande, a pesar de que su rostro lucía cansado y vencido por el llanto tenía la fuerza de quien la vida la ha querido sacar del camino, pero ella no lo ha permitido, supe que yo también le resultaba familiar, sólo que quizá ella me reconoció primero a mí de lo que yo la reconocí a ella, entonces sentí el impulso de abrazarla porque me acudió la certeza de que la vería de nuevo en circunstancias menos favorables, y cuando la tuve en mi brazos y la abracé con todo el amor que había en mi corazón, recordé ese brillo en su mirada en alguna fotografía y comprendí que aunque para aquella niña corría el año 1969 en el salto de Guadalupe departamento de Antioquia en Colombia, para mi transcurría el año 2012 en un país a miles de kilómetros de allí.
 
 

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