EN BRAZOS DE LA ETERNIDAD.
Hace dos años por esta época me crucé con el ex presidente de Colombia
Álvaro Uribe en el aeropuerto de Rionegro, él acababa de entregar su puesto y
yo sólo tenía a mi madre en mente quien estaba en franca lucha con la muerte,
fue por la llegada del ex presidente a su tierra natal que tuve que esperar
cerca de tres horas en Medellín para que me enviaran en un Focker a Cali. A mi
llegada ahí estaba yo reunida otra vez con esa misma sensación tantas veces
experimentada, ser el único soporte emocional y material de mi madre, aquella noche
era otra vez aquella niña solitaria que tantas veces esperó asustada en salas
de espera por una nueva cirugía de su madre, la misma que no tenía más compañía
que la de un Dios en el que siempre ha confiado ciegamente, y que tantas veces
se le ha perdido, la misma niña que se hizo adulta prematuramente, más no
mujer, que aprendió a temprana edad a lidiar con las oficinas oficiales, con
trámites burocráticos, buscando firmas y ordenes de exámenes cuyo significado desconocía,
la misma niña que desarrolló una fortaleza e inteligencia emocional enorme a
fuerza de ganarle algunas batallas a la adversidad.
Mirarla a los ojos y ver el NO de la vida a la que ella le suplicaba por un
SI para conocer a su bisnieta. Fue la noche más larga que pasé a su lado,
tratando de ser fuerte para ella y ella tratando de serlo para mí, pero vencida
por los dolores y por el malestar del que era presa, aún así esa sonrisa forzada
salía a mi encuentro para quedarse por siempre en mi memoria, siempre que la
recuerdo la veo así, esgrimiendo la sonrisa que se negaba a darme cuando estaba
saludable y que quería derrochar en aquellas circunstancias como si esa fuera
su única manera de convocar que quería seguir viviendo.
Cuando uno ha estado a cargo de la madre desde temprana edad, y los roles
han sido tan paralelos que se pierden en
una fina línea de responsabilidades compartidas, se crea un vínculo muy fuerte
con la madre. La enfermedad de mi madre era la mía, podía verme a mi misma en
mi vejez pasando por lo mismo con la incertidumbre de quien estará a mi lado
cuando eso pase. Mi madre siempre supo que sin importar donde yo me encontrara
al final estaría a su lado sosteniendo su mano para entregarla a la eternidad,
y yo también lo supe, cumplimos esa cita con una puntualidad magistral y sin
importar que tanto se llevó de mi, yo decidí ver sólo lo que me quedé de ella,
que ha sido mucho, pero por más que racionalmente sepa que todo se acaba y que
todos nos vamos a ir de este mundo, sigo sintiendo ese precipicio enorme en mi
pecho cuando pienso en que el vientre que me acunó y el vehículo a través del
cual llegué a este mundo ha desaparecido físicamente; y a pesar de que no soy apegada y no sufro por su ausencia, quizá
el hecho de que se marchó en contra de su voluntad y que resistió
el hecho de tener que marcharse hace que en estos días me cueste encontrar los
colores para pintarme mis propios paraísos.
Donde quiera que estés no me cansaré de celebrar nuestro reencuentro en
esta encarnación.
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