LA VIDA EN BORRADOR.


Aquel día mis amigos estaban en el andén de la casa de enfrente y yo quería atravesar la calle para estar con ellos, fue cuando miré a ambos lados de la calle y vi aquel perro enorme que parecía un ternero, y al que tanto le temía, lo vi bajar corriendo por aquella calle inclinada, en cámara lenta, como en las películas que veía en la televisión de mi prima Zoe cuando viajaba a Medellín, porque nosotros no teníamos televisión; y vi como yo quise atravesar la calle para llegar al otro lado antes de que el perro estuviera frente a mí, también empecé el recorrido en cámara lenta. A pocos pasos del andén y apenas pisando la calle, el perro y yo coincidimos en un cruce inevitable donde dos fuerzas se oponen y vence la más fuerte, la del perro que me lanzó contra el piso, sólo que una enorme roca que había cerca del andén, se interpuso entre mi cabeza y el piso, todo seguía en cámara lenta, todo se oscureció hasta que amaneció de nuevo y muchos rostros estaban sobre mí, de repente yo seguía en el mundo pero no dentro de él.

Toda esta escena fue visible para mí en menos de un minuto, y emergió de mi mente tomando forma para mí en un espacio indefinido que seguramente los adultos llamarían imaginación, pero la escena fue tan real que no tenía duda que sólo me había adelantado unos cuantos minutos a algo que sucedería en la realidad y que no había manera de evitar. Aún hoy 44 años más tarde me pregunto porque atravesé aquella calle si ya sabía lo que iba a pasar, pero la pasé y la escena nuevamente se recreó con una perfección impecable paso a paso hasta que yo estaba en ese limbo entre lo que la gente llama realidad y mi nueva realidad. Supe que estaba viva mientras me transportaban a Medellín porque me despertó el sonido inconfundible de la fricción entre el pecho de mi madre y mi oído derecho, ese sonido que siempre me brindaba tanta paz en tantos viajes obligados que hacíamos juntas y donde ella para protegerme del frío me acunaba entre sus brazos contra su pecho. Era posiblemente la situación en mi infancia que más seguridad me brindaba, tanta que tras escuchar ese sonido inconfundible volví a descansar en los brazos de una eternidad que me mantenía tan cómoda y que era la misma que enloquecía a mi madre quien no sabía si viviría para escribir esta historia, o si mi corta experiencia de vida había terminado allí.
 
 

No había sido la primera vez que había visto de manera tan nítida y anticipadamente lo que ocurriría en mi vida o en la vida de alguien, y no me había vuelto a ocurrir hasta hace poco. Cuando era una niña parecía una constante y me parecía tan normal que llegué a pensar que las cosas ocurrían dos veces, o como le dije alguna vez al cura que me interrogó al respecto “es que yo puedo ver las cosas en borrador y después en limpio” no sé porque intuyo que se día me salvé de algún exorcismo…

Todo esto viene al presente en este momento de mi vida en que no sólo se han repetido las experiencias sino que compartiendo con mi nieta intuyo que le está pasando lo mismo, ella no sólo conversa con unos monstruos a los que no les teme, sino que reciben ordenes de ella y a quienes responsabiliza porque le tumban los juguetes, sino que el otro día invocó a una persona con quien su madre estaba molesta, y ese mismo día mi hija se reconcilió con esa persona, a veces invoca personas con quienes no hemos hablado en mucho tiempo, para luego darnos cuenta que están llegando a casa, o se anticipa a hechos como aquel domingo en que la llevaríamos a la misa de aniversario de mi madre y su madre le anunció que debía bañarse para ir a la misa y ella corrigió diciendo “no, vamos a bañarme para ir al médico” durante el baño se accidentó y se rompió la cabeza en efecto a los pocos minutos estábamos en emergencias con ella. Ella tiene la fortuna de que todo esto es reforzado positivamente en casa, que no es etiquetada de mentirosa por decir cosas que aparentemente no tienen sentido. Yo tampoco me puedo quejar, tuve la suficiente astucia para no seguir hablando de ello, cuando me di cuenta de lo mucho que incomodaba a los adultos y tuve la fortuna de pensar que la vida se desenvolvía primero en borrador y después en limpio, aunque ese borrador nunca fuera corregido y  saliera con todos los “errores” gramaticales que le vemos a nuestra existencia demandando que sea perfecta, lo cual con frecuencia me lleva a pensar en el destino y en nuestra prepotencia cuando pensamos que podemos transformarlo dramáticamente manipulando nuestras circunstancias, cuando todo lo que hacemos es cambiarle de forma aplazando nuestros mas temidos encuentros con lo inevitable.

 

 

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Puedo claramente identificarme con tu articulo, parece que yo tambien he experimentado esos borradores, sol que hasta ahora, al leer tu articulo, caigo en cuenta que lo he vivido.

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