A PURO CUENTO.


A mi nieta le gusta que le leamos cuentos antes de ir a dormir, cuando soy yo quien la lleva a la cama, no se los leo, se los narro, con sonidos, con música y usualmente se los actúo. Los invento con una facilidad que a mi misma me asombra, empiezo con una idea que haya tenido que ver con algo que vivimos durante el día y el cuento se escribe a través de mi imaginación de manera magistral, mientras ella yace en su cama completamente atenta a cada una de mis palabras y mis movimientos. Tengo que confesar que ningún adulto es tan buen escucha de mis narraciones como mi pequeña Samantha, lo cual hace que mi corazón se infle cada día de más amor por ella.

La narración oral ha formado parte fundamental de mi educación y de mi vida, siendo una niña mi madre solía contarme historias de su vida de juventud ( mi madre me tuvo en su edad madura) que yo le pedía que me contara, como no conocí a mis abuelos maternos y a mis tíos maternos, solía pedir que se me contara acerca de ellos y de la infancia de mi madre, así supe que su infancia fue precaria, mucho más de lo que fue la mía.

Recuerdo cuando visitábamos  a mis tías Epifania y Virgelina que vivían juntas en la casa que dejaran mis abuelos, en Yolombó, una población anclada en el nordeste antioqueño donde el frío nos obligaba a juntarnos alrededor del fogón de leña a tomar agua de panela caliente, y éramos presas de la poderosa imaginación de ellas, sobre todo de la de mi tía Epifania. Para ahorrar sólo se encendía la luz del costurero de mi tía Epifania y el resto de la casa lo alumbrábamos con velas, de ese entonces me quedó la pasión por las velas y esa penumbra que nunca he podido definir si es siniestra o romántica. La luna y un tendido de estrellas nos miraban desde lo alto y a eso de las nueve de la noche mi tía Epifania que era la reina de la creatividad oral, empezaba sus narraciones, usualmente de espantos que nos daba un miedo terrible, pero que por algún masoquista motivo buscábamos sentir, quizá porque no conocíamos el miedo todavía y era una manera de entrenarnos para sentirlo, o quizá porque era un buen pretexto para dormir acompañados.

No teníamos ninguna comodidad, pero recuerdo esas épocas como las mejores de mi infancia, el placer de escuchar a los adultos contarnos sus historias no se parecía a nada, sabíamos que estaban teñidas por su imaginación y que tenían su dosis y hasta sobredosis de embustes, pero nos abrían paso a un mundo desconocido al que solo teníamos acceso a través de aquellas historias.

Por eso ahora cuando miro los enormes ojos de mi nieta cambiar de expresiones con mis narraciones, sé de que manera estoy impactando en su vida, posiblemente ella no recuerde todos los juguetes que le han comprado durante su infancia cuando sea una adulta, pero los cuentos que su abuela se inventa por obra y gracia del amor que le tiene, esos, estoy segura que los recordará por el resto de su vida, y quien sabe a lo mejor esos cuentos que yo invento ahora sean los mismos que me den vida cuando ya no esté más aquí y me haya convertido en recuerdo, de la misma manera que mi madre y mi  tía Epifania sobreviven en mi memoria con sus historias.

Mi nieta Samantha.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
la narracion oral escenica que es lo que estas practicando con tu nieta es una aventura mucho mas intensa que el mismo cine. Te felicito por el inmenso compromiso de abuela que tenes.

Roberto

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