S.S
Una
de las metas que llevaba al crucero era pasar más tiempo en la zona de adultos
llamada “Serenity”, pero dado que estábamos allí por mi cumpleaños y había ido
gente para compartir conmigo, siempre surgieron compromisos que me alejaron de
esa posibilidad. Pero el último día decidí regalarme esa oportunidad y
separarme del grupo para disfrutarlo. Se me unió alguien por quien siento una
poderosa atracción física, alguien que remueve el suelo en el que estoy parada
cuando pisa la misma baldosa mía y que hace que las vellosidades de mi piel se
levanten y permanezcan en alerta.
Encontramos
un par de enormes sillones redondos apartados del resto de la gente, a nuestros
pies el mar imponente lucía infinito, como si nunca fuéramos a divisar tierra,
fue lo mismo cuando miramos a los lados y cuando miramos para atrás. Me inspiró
en especial la idea de saber que por más agua que existiera a nuestro alrededor
en algún momento en ese mismo horizonte emergerían los rostros y las sonrisas
de los que amamos, como si fueran pinturas hechas a mano a las que les damos
vida con nuestra presencia, aunque a lo mejor son ellos quienes nos dan vida
cuando nos miran. Lo cual me hizo pensar que lo mismo sucede cuando a nuestro
alrededor todo parece perdido, y la vida parece que nos tiene anclados en un
barco indeseado. Sin importar el tiempo que pase, siempre el escenario cambia,
todo se acaba, y algo nuevo comienza.
Decidí
conquistar el espacio entre el objeto de mi poderosa atracción y yo y me metí
en su sillón, verificando que se sentía confortable de que lo hiciera, le anexé
un par de audífonos extras a mi teléfono donde sonaba sólo una canción de Blank
& Jones que se llama Unknown Treasures (tesoros desconocidos) corriendo el
riesgo que no disfrutara tanto la canción como yo. Pero me pidió que la repitiera,
las veces que quisiera, y la canción se repetía a si misma mientras nosotros estábamos
perdidos en la música y la visión maravillosa de aquel mar que danzaba cada una
de aquellas notas.
serenity Area |
Pasamos
la tarde completa en un estado de trance entre la música un par de copas de ron
con hielo y aquella comodidad que no prometía final, cuando nos desconectamos
de la música hablamos de temas trascendentales, le di permiso a unas cuantas lágrimas
para que se pasearan por mi rostro y de nuevo nos conectamos con aquella canción
que ya había empezado a detonar un ambiente de sensualidad exquisito, esta vez sentí
su mano acariciando mi brazo derecho, reconocí en aquel momento sensaciones que
hace mucho no visitaban mi piel, de repente todas mis sensaciones corporales se
habían reunido en esa zona de mi cuerpo, como si sus manos las hubiera
convocado a una cita puntual. En ese momento fui una con esa mano, con mi piel,
con su perfume y con todo lo que había allí, supongo que obtuve una suerte de Epifanía
de esas en las que uno de verdad se apodera del momento presente. No había
tenido acceso a una sensación corporal tan viva desde que siendo una
adolescente mi novio deslizó por primera vez su mano por mi muslo derecho y mi
respiración se agitó de tal manera que me tocó tomar control de ella.
Ese día
tuve acceso a una nueva dimensión de la sexualidad, y comprendí que nunca
terminamos de aprenderlo todo, que uno debe estar con la mente abierta y con el
beneficio de la duda de que conoce poco de un tema para que el universo lo
sorprenda. Comprendí que la mayoría de las desavenencias entre personas que se
atraen tienen que ver con las expectativas y como las personas son poco dadas a
dejarse sorprender por lo que cada momento trae consigo. Estamos demasiado
ocupados planeando el momento siguiente para disfrutar las pequeñas-grandes
entregas, o estamos ocupados planeando la siguiente vez, cuando a veces ni
siquiera habrá una segunda vez. Si tan sólo renunciáramos a eso, el presente
sería el tesoro que realmente es, no obstante a los regalos también se les
llaman presentes.
Comentarios
¡Cuantas veces nos perdemos la dicha de las sensaciones del momento por el temor de quedar mal! por pretender "hacer bien la tarea" o mejorarla para esa segunda vez, que, como lo afirmas con sabiduría, de golpe nunca llegue. Gracias por compartir tus palabras, Luz Dary. Darío (El peatón)