Y FUIMOS FELICES Y COMIMOS LO QUE NOS DIO LA GANA.


En estos días estaba organizando mi material poético y me encontré con un archivo de poemas inspirados en una suerte de amor platónico que alguna vez tuve, al menos en aquella época lo pensaba así, porque ahora que he leído de nuevo esos poemas tan llenos de lubricidad literaria, me doy cuenta que lo único que pasaba era que estaba invadida por el deseo que ese hombre me despertaba, porque socialmente hemos sido obligados a validar el deseo sexual por alguien con la palabra amor.

Y es que estuve en estos días en el lanzamiento de un libro de poemas y la autora hablaba de esa necesidad que ella tenía de mantener al mundo a salvo de sus demonios, para lo cual, cuando estos se desataban ella simplemente escribía, o la emprendía con el papel, en sus propias palabras.

Yo lo hago sobre todo con mi energía sexual, materializo mis encuentros sexuales platónicos en el papel, condeno al papel y al lápiz a un coito obligado, donde el orgasmo es inmortal porque toma vida cada que leo el poema de nuevo.

Me acordé mucho de éste hombre, con quien por cierto sigo manteniendo contacto; y no será nada raro que esté leyendo éste artículo y se esté encontrando a si mismo en ésta anécdota, me acordé de él, porque ha sido de los pocos hombres que me ha perturbado sensualmente con tanta intensidad,  veinticuatro horas al día por siete días a la semana. Trabajábamos juntos, y el horario laboral me condenaba a su presencia las ocho horas laborales de rigor y a veces mucho más que eso, el resto del tiempo, seguía invadida por su aroma traspasando así mi espacio personal para invadir todos mis espacios restantes. Su mezcla exquisita entre rudeza y sensualidad hacían que cada vez que pasaba por mi lado me diera una ducha de testosterona, e intuyo que él sabía el influjo que su energía sexual ocasionaba en mí, por lo que se acercaba a mi muchas veces tentadoramente, y dejándome sumida en la incertidumbre de si había una sola posibilidad de beber del elixir de sus caricias y su cuerpo.



Cierta vez, los dos posamos desnudos para un fotógrafo canadiense quien tomaba fotos para un proyecto fotográfico en su país, y creo que ese día llegué a mi límite, mis sentidos estaban más vivos que nunca contemplando aquella piel hermosa y bronceada que esculpía unos músculos bien definidos  y finos, me las vi duras no sólo con mi respiración, sino también  para hacer mi parte del trabajo sin cometer alguna locura de esas que uno termina arrepintiéndose un minuto después, pero que si hubiera cometido en aquel entonces, en éste momento no habría arrepentimiento alguno, sino un profundo agradecimiento.

Ese día decidí que necesitaba confrontarlo, porque empecé a sospechar que la tensión sexual era bilateral, y aproveché un viaje que hicimos juntos por trabajo para confrontarlo al mejor estilo Luz Dary. Nunca sabré si su rechazo fue porque lo asusté con mis métodos, o porque me equivoqué y la tensión sexual sólo era unilateral. Una cosa si pasó, yo descansé, porque simplemente puse mis deseos por él, en el lugar que les correspondía, algo que ejercité gracias a esa experiencia, verifiqué que el dolor que un rechazo afectivo (en este caso sexual) pudiera ocasionarme le pertenecía a mi ego, y en todo caso el ego no esta muy interesado en el amor, sino en la importancia personal y en satisfacerse a si mismo, el ego demanda castigar al otro y condenarlo a la indiferencia de por vida por no darle lo que él pide, mientras que el amor es otra cosa. Por eso esta historia tuvo un final feliz, fuimos buenos amigos felices y comimos lo que nos dio la gana.

Que sería de los poetas sin aquellos amantes platónicos e imaginarios que nos hacen inmensamente felices en el plano de la fantasía, y cuyo mejor regalo siempre será el darnos la oportunidad de confrontarnos con nuestro enorme equipaje de expectativas, porque la incertidumbre siempre ha sido y será un ingrediente básico del romanticismo.


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