ADRIANA E.


A mí las personas se me aparecen en la memoria por días, como recordándome su lugar en mi vida. Eso me ha pasado en estos días con  mi amiga Adriana.
Yo fui presa de su embrujo  la primera vez que me la encontré en el paradero del bus en el barrio los Andes en Cali. Me parecía una suerte de diosa terrenal escapada de algún Olimpo. Era alta, delgada con esa figura perfecta de los años 80, cuando lo más atrevido que hacían las caleñas para modificar su cuerpo era pagar una cifra importante a la mujer que le moldeada  el cuerpo a las reinas a punta de masaje con un rodillo, y abundante hielo.
Adriana además poseía una expresión facial angelical y una abundante y saludable cabellera de rizos sueltos y lubricados que parecían hechos con rulos calientes, pero que eran de ella, naturales, porque la naturaleza,  ya sabemos, favorece a unas y con otras se ensaña.
Pero lo más fascinante de Adriana era esa seguridad en si misma tan asombrosa de la que gozaba, se gustaba, se sabía hermosa y conseguía que la viéramos así. Esa  seguridad le permitía sonreír con todos los dientes,  incluidos los dos  que le faltaban en la parte de adelante y que la hacían la mueca más particular que he conocido. Recuerdo que maquillaba sus labios de un rojo sangre como desafiando la estética, como para demostrarnos que su sonrisa no era capaz de desencantar a los que vivíamos perturbados con su belleza. 
Yo quería robarle a ella esa seguridad en si misma. Porque seguro si la conseguía hasta podría robarle su apariencia, y no tener los dientes de adelante ya no sería algo indeseable sino un plus.
No recuerdo como nos hicimos amigas, lo que si recuerdo es lo mucho que disfrutaba de su amistad, tener una amiga a la que se admira es muy difícil y yo tuve esa suerte. Ella y yo resonabamos con nuestras respectivas formas de ver la vida, éramos una especie de dúo dinámico. Ella quizá nunca supo lo mucho que me inspiró para incrementar la seguridad en mí misma, su ejemplo alimentaba mi autoestima y aún ahora su sólo recuerdo lo hace.
En persona Adriana es tan hermosa por dentro como por fuera, es de las pocas personas que emite pocos juicios y que no hace mucho ejercicio de la critica. No es prejuiciosa por lo que prefiere hacerse su propia imagen de la gente antes que aceptar referencias de otros cargadas de subjetividad. Goza de una amorosa aceptación de lo que sucede, lo que la hace un ser del que uno se quiere hacer acompañar. Mi querida amiga Adriana deja de saber de mí por años, pero verla de nuevo es como si me hubiera despedido de ella ayer. Yo la sigo amando como cuando era mueca y a mí me importaba más que a ella.
 

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