EL SÍNDROME DEL TAXISTA.
Muchas mujeres que tienen hijos varones en el rango de edad entre los 30 y los 40 años no saben que hacer con ellos para que trabajen, muchos de ellos son brillantes, guapos y profesionales, algunos con una colección envidiable de títulos universitarios.
A la generación mía nos tocó más difícil, la universidad era para los ricos, o para los alumnos aventajados académicamente, quienes generalmente conseguían entrar a una universidad pública cuando no era que salían del bachillerato directamente becados, el resto tenían que salir a conseguir empleo para ayudarse con algunos estudios profesionales que les aseguraran un futuro laboral prometedor, así que a nosotros nos tocó empezar a trabajar casi desde que terminábamos el bachillerato, luego llegó la generación en mención a quienes les tocó en suerte aquellos padres que habían tenido que trabajar arduo para pagar sus estudios y no querían que sus hijos corrieran con su misma suerte (tenemos una patológica inclinación a evitarle a los demás lo que nos tocó a nosotros, no entiendo aun porque) así que se dedicaron a trabajar arduamente, en lenguaje paterno-materno se dedicaron a “sacrificarse” para que sus hijos tuvieran acceso a la educación superior con facilidad y así pudieran salir directamente a trabajar en lo que ellos querían y en lo que eran buenos. Sólo que una penosa mayoría fueron a la universidad por razones muy distintas a las que los padres los enviaron. Muchos de ellos atemorizados por la idea de que no serían alguien sin una carrera, bajo presión y con la pesada carga de expectativas que sus padres han puesto sobre sus hombros, lo cual los hizo asegurarse de que no terminarán jamás sus estudios. Son los eternos estudiantes, los que tienen el síndrome del taxista, se la pasan de carrera en carrera, de diplomado en diplomado, de licenciatura en licenciatura, aunque su verdadera especialidad es estudiar lo que sea con tal de no salir a trabajar.
Pero no nos hemos sentado a pensar que estos chicos han tenido que lidiar no sólo con esa pesada carga de expectativas familiar sino con la presión social, que cada día crece más y que hace que cualquiera se paralice del susto. Máxime si tenemos en cuenta que en las aulas no se fortalece la asertividad de la personalidad ni la autoestima, la cual queda a merced de la aprobación familiar y social. Estos chicos no saben si cuando salgan a trabajar van a poder responder con esa expectativa, si conseguirán empleos de su talla profesional con que “pagar” los sacrificios de los padres.
Uno de estos chicos eternos estudiantes me decía alguna vez que el podía conseguir empleo en lo que fuera, pero que temía que su madre se defraudara de él, porque el esfuerzo de ella había sido muy grande para terminar cobrando en una caseta de peajes o de mesero en un restaurante. Desde que le quitamos la dignificación al trabajo, clasificándolo en trabajos bien vistos y mal vistos, dignos e indignos de la educación que se recibió, aportamos un grano de arena no sólo al desempleo sino a la situación que se vive con los eternos estudiantes.
Pero el panorama no es muy consolador porque la generación siguiente no dista mucho de esta, en su libro Manning up (Volverse hombre) de Kay Hymowitz ella habla de los eternos adolescentes que son tipos en edades entre los 25 y los 35 años que se divierten en las noches con sus amigos jugando play station, que van al trabajo en bicicleta y que no quieren comprometerse sentimentalmente porque están casados con sus carreras y que están siendo aventajados por las mujeres en el ámbito laboral y profesional, pero sobre todo en madurez.
La liberación femenina se ha apropiado de muchos campos de liderazgo masculino, poco parece importar si seguimos siendo menos remuneradas en comparación con ellos, en ese sentido le facilitamos las cosas a las empresas que nos contratan para hacer el mismo trabajo que haría un hombre y a veces incluso con más creatividad, pero por menos sueldo del que lo harían ellos.
Tanto los eternos estudiantes como los eternos adolescentes son el producto de la nueva mujer que se impone en esta sociedad, la mujer moderna, liberada, independiente que por rescatar su energía masculina ha terminado anulando el rol masculino. Pero tarde o temprano nos encontraremos con nuestros errores, sea que salgamos al mundo laboral o sea que tengamos que solventar económicamente a nuestros hijos eternamente, porque el mensaje que ellos están traduciendo es que las mujeres ya no los necesitamos, como dice Kay Hymowitz “para que madurar si nadie los necesita”.
A la generación mía nos tocó más difícil, la universidad era para los ricos, o para los alumnos aventajados académicamente, quienes generalmente conseguían entrar a una universidad pública cuando no era que salían del bachillerato directamente becados, el resto tenían que salir a conseguir empleo para ayudarse con algunos estudios profesionales que les aseguraran un futuro laboral prometedor, así que a nosotros nos tocó empezar a trabajar casi desde que terminábamos el bachillerato, luego llegó la generación en mención a quienes les tocó en suerte aquellos padres que habían tenido que trabajar arduo para pagar sus estudios y no querían que sus hijos corrieran con su misma suerte (tenemos una patológica inclinación a evitarle a los demás lo que nos tocó a nosotros, no entiendo aun porque) así que se dedicaron a trabajar arduamente, en lenguaje paterno-materno se dedicaron a “sacrificarse” para que sus hijos tuvieran acceso a la educación superior con facilidad y así pudieran salir directamente a trabajar en lo que ellos querían y en lo que eran buenos. Sólo que una penosa mayoría fueron a la universidad por razones muy distintas a las que los padres los enviaron. Muchos de ellos atemorizados por la idea de que no serían alguien sin una carrera, bajo presión y con la pesada carga de expectativas que sus padres han puesto sobre sus hombros, lo cual los hizo asegurarse de que no terminarán jamás sus estudios. Son los eternos estudiantes, los que tienen el síndrome del taxista, se la pasan de carrera en carrera, de diplomado en diplomado, de licenciatura en licenciatura, aunque su verdadera especialidad es estudiar lo que sea con tal de no salir a trabajar.
Pero no nos hemos sentado a pensar que estos chicos han tenido que lidiar no sólo con esa pesada carga de expectativas familiar sino con la presión social, que cada día crece más y que hace que cualquiera se paralice del susto. Máxime si tenemos en cuenta que en las aulas no se fortalece la asertividad de la personalidad ni la autoestima, la cual queda a merced de la aprobación familiar y social. Estos chicos no saben si cuando salgan a trabajar van a poder responder con esa expectativa, si conseguirán empleos de su talla profesional con que “pagar” los sacrificios de los padres.
Uno de estos chicos eternos estudiantes me decía alguna vez que el podía conseguir empleo en lo que fuera, pero que temía que su madre se defraudara de él, porque el esfuerzo de ella había sido muy grande para terminar cobrando en una caseta de peajes o de mesero en un restaurante. Desde que le quitamos la dignificación al trabajo, clasificándolo en trabajos bien vistos y mal vistos, dignos e indignos de la educación que se recibió, aportamos un grano de arena no sólo al desempleo sino a la situación que se vive con los eternos estudiantes.
Pero el panorama no es muy consolador porque la generación siguiente no dista mucho de esta, en su libro Manning up (Volverse hombre) de Kay Hymowitz ella habla de los eternos adolescentes que son tipos en edades entre los 25 y los 35 años que se divierten en las noches con sus amigos jugando play station, que van al trabajo en bicicleta y que no quieren comprometerse sentimentalmente porque están casados con sus carreras y que están siendo aventajados por las mujeres en el ámbito laboral y profesional, pero sobre todo en madurez.
La liberación femenina se ha apropiado de muchos campos de liderazgo masculino, poco parece importar si seguimos siendo menos remuneradas en comparación con ellos, en ese sentido le facilitamos las cosas a las empresas que nos contratan para hacer el mismo trabajo que haría un hombre y a veces incluso con más creatividad, pero por menos sueldo del que lo harían ellos.
Tanto los eternos estudiantes como los eternos adolescentes son el producto de la nueva mujer que se impone en esta sociedad, la mujer moderna, liberada, independiente que por rescatar su energía masculina ha terminado anulando el rol masculino. Pero tarde o temprano nos encontraremos con nuestros errores, sea que salgamos al mundo laboral o sea que tengamos que solventar económicamente a nuestros hijos eternamente, porque el mensaje que ellos están traduciendo es que las mujeres ya no los necesitamos, como dice Kay Hymowitz “para que madurar si nadie los necesita”.
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