LA BELLEZA FEMENINA DICTADA DESDE LA CAVERNA
"El hombre grita que tiene a Dios, mientras la mujer calla porque sabe que tiene el cielo"
Chela de Xochimilco
En la memoria arcaica de nuestra especie quedaron grabadas muchas de las razones que hicieron al hombre prehistórico considerar a una mujer más deseable que otra. Son las que hoy incitan a la mayor parte de la población masculina a preferir a las jóvenes de senos grandes, sin imaginar que su gusto está siendo determinado por el antepasado paleolítico que sobrevive en las profundidades de la mente del hombre contemporáneo y que también mueve a la mujer a embellecerse según los cánones de la caverna.
Para elegir mujer el hombre primitivo empezó guiándose no por conceptos de belleza, de los que sin duda carecía, sino por principios prácticos que con el tiempo determinarían la estética del erotismo. Estos principios se los dictaba la experiencia. El cazador buscó con particular empeño la mujer de sonrisa y mirada suave que le inspirara confianza para acercarse e intimar, los senos grandes por la garantía que éstos le ofrecían de que sus crías no padecerían hambre, en consecuencia de escasez o interrupción temprana de la leche materna, ya que esto representaba una sentencia de muerte para el hijo y una temible pérdida de tiempo y esfuerzo en una época en que la reproducción era la única esperanza de ayuda para la supervivencia. Esto indujo a las chicas ansiosas de hallar pareja (también se les iba la vida en ello) a idear artificios que dieran, siquiera en apariencia turgencia a su busto.
Así mismo la amplitud de caderas que no le representara dificultades en el parto y las piernas largas que simbolizaban la fuerza y resistencia para emprender las largas caminatas sobre todo con sus crías a cuestas, hicieron que las chicas prehistóricas idearan la forma de elevar sus calzados para aparentar mayor longitud a sus piernas.
La promesa de fertilidad sigue siendo la herramienta de conquista en épocas en que la mujer ya no está muy interesada en concebir, por eso muchas mujeres han empezado a elevar su verdadero grito de independencia negándose a pactar con los cánones de la caverna. Son las mujeres que no son elegidas, sino que eligen a su compañero(a).
Aunque una triste mayoría siguen cayendo en las redes del bisturí, también hay una importante cifra de mujeres que se sustraen a la exigencia social y cultural que la sociedad demanda sobre la figura femenina, porque ya se percataron que estos referentes de belleza actuales no sólo son falsos, sino que son la manera sofisticada que ha adoptado el apaleamiento a la mujer. Hasta hace apenas unas décadas, las mujeres salían a la calle con sus golpes en la cara y eran golpeadas socialmente si se separaban, si tenían relaciones extramaritales, incluso si su preferencia sexual se salía de los esquemas establecidos, poco a poco la sociedad se fue quedando sin herramientas para abusarnos, ahora nos encontramos con otro tipo de maltrato social, y lo que lo hace peor un apaleamiento consentido. Ya no exhibimos las magulladuras en nuestro rostro, ni en los brazos o las piernas, las magulladuras del nuevo siglo las cargamos en el alma, en una autoestima representada en el cupo de crédito que ya no da aguante con tanta cirugía. Sin importar lo bellas que lucimos por fuera (a Dios gracias no se nos puede ver el alma) la inseguridad y la desazón por no encajar en el sistema arcaico de valores masculinos parece que nos corroe y nos hace dudar entre nuestras responsabilidades económicas y familiares o salir a ponernos en manos del mejor cirujano. Muchas sucumben, otras no, lo verdaderamente triste de la situación es que ahora el maltrato social es una presión constante que nos hace creer que sólo valemos por un par de senos bien levantados y voluptuosos, por una cola grande y de una sospechosa e irreal redondez, por la cantidad de arrugas que consigamos borrar de nuestro rostro, o por la cantidad de botox que coleccionemos, a cambio podríamos hacernos dignas de un compañero promisorio, un buen partido que llaman. En éstas condiciones existen muchas mujeres inseguras de si mismas esperando el milagro o el milagroso que les canjee placer por un par de buenos senos y una liposucción; y desde éste punto de vista sólo somos mendigas de amor, comprando con la moneda más antigua del mundo, dosis pequeñas de aprobación y aceptación gracias a una apariencia cuyos orígenes datan de una distancia de miles y miles de años por un cazador salvaje que con sus rudas exigencias ha determinando los refinados gustos eróticos masculinos del hombre de la era espacial
Chela de Xochimilco
En la memoria arcaica de nuestra especie quedaron grabadas muchas de las razones que hicieron al hombre prehistórico considerar a una mujer más deseable que otra. Son las que hoy incitan a la mayor parte de la población masculina a preferir a las jóvenes de senos grandes, sin imaginar que su gusto está siendo determinado por el antepasado paleolítico que sobrevive en las profundidades de la mente del hombre contemporáneo y que también mueve a la mujer a embellecerse según los cánones de la caverna.
Para elegir mujer el hombre primitivo empezó guiándose no por conceptos de belleza, de los que sin duda carecía, sino por principios prácticos que con el tiempo determinarían la estética del erotismo. Estos principios se los dictaba la experiencia. El cazador buscó con particular empeño la mujer de sonrisa y mirada suave que le inspirara confianza para acercarse e intimar, los senos grandes por la garantía que éstos le ofrecían de que sus crías no padecerían hambre, en consecuencia de escasez o interrupción temprana de la leche materna, ya que esto representaba una sentencia de muerte para el hijo y una temible pérdida de tiempo y esfuerzo en una época en que la reproducción era la única esperanza de ayuda para la supervivencia. Esto indujo a las chicas ansiosas de hallar pareja (también se les iba la vida en ello) a idear artificios que dieran, siquiera en apariencia turgencia a su busto.
Así mismo la amplitud de caderas que no le representara dificultades en el parto y las piernas largas que simbolizaban la fuerza y resistencia para emprender las largas caminatas sobre todo con sus crías a cuestas, hicieron que las chicas prehistóricas idearan la forma de elevar sus calzados para aparentar mayor longitud a sus piernas.
La promesa de fertilidad sigue siendo la herramienta de conquista en épocas en que la mujer ya no está muy interesada en concebir, por eso muchas mujeres han empezado a elevar su verdadero grito de independencia negándose a pactar con los cánones de la caverna. Son las mujeres que no son elegidas, sino que eligen a su compañero(a).
Aunque una triste mayoría siguen cayendo en las redes del bisturí, también hay una importante cifra de mujeres que se sustraen a la exigencia social y cultural que la sociedad demanda sobre la figura femenina, porque ya se percataron que estos referentes de belleza actuales no sólo son falsos, sino que son la manera sofisticada que ha adoptado el apaleamiento a la mujer. Hasta hace apenas unas décadas, las mujeres salían a la calle con sus golpes en la cara y eran golpeadas socialmente si se separaban, si tenían relaciones extramaritales, incluso si su preferencia sexual se salía de los esquemas establecidos, poco a poco la sociedad se fue quedando sin herramientas para abusarnos, ahora nos encontramos con otro tipo de maltrato social, y lo que lo hace peor un apaleamiento consentido. Ya no exhibimos las magulladuras en nuestro rostro, ni en los brazos o las piernas, las magulladuras del nuevo siglo las cargamos en el alma, en una autoestima representada en el cupo de crédito que ya no da aguante con tanta cirugía. Sin importar lo bellas que lucimos por fuera (a Dios gracias no se nos puede ver el alma) la inseguridad y la desazón por no encajar en el sistema arcaico de valores masculinos parece que nos corroe y nos hace dudar entre nuestras responsabilidades económicas y familiares o salir a ponernos en manos del mejor cirujano. Muchas sucumben, otras no, lo verdaderamente triste de la situación es que ahora el maltrato social es una presión constante que nos hace creer que sólo valemos por un par de senos bien levantados y voluptuosos, por una cola grande y de una sospechosa e irreal redondez, por la cantidad de arrugas que consigamos borrar de nuestro rostro, o por la cantidad de botox que coleccionemos, a cambio podríamos hacernos dignas de un compañero promisorio, un buen partido que llaman. En éstas condiciones existen muchas mujeres inseguras de si mismas esperando el milagro o el milagroso que les canjee placer por un par de buenos senos y una liposucción; y desde éste punto de vista sólo somos mendigas de amor, comprando con la moneda más antigua del mundo, dosis pequeñas de aprobación y aceptación gracias a una apariencia cuyos orígenes datan de una distancia de miles y miles de años por un cazador salvaje que con sus rudas exigencias ha determinando los refinados gustos eróticos masculinos del hombre de la era espacial
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Un abrazo... Te amo
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Sergio Gómez - Medellín / Colombia