YO TAMBIÉN ESTUVE AHÍ.

A mi hija por poblar mi mundo.

Yo también estuve ahí, en la habitación, cuando la poesía rompió esquemas y se abrió paso en medio del caos, el dolor, el miedo y la alegría que es la llegada de un nuevo ser a este mundo. Esta era la pregunta que más rondaba mi mente aquel 26 de febrero del 2010 ¿Como puede un ser humano que congrega a tanta gente a su alrededor para su llegada y que crea semejante conmoción el día de su nacimiento, convertirse de repente en alguien indeseable para la sociedad? Pero eso es historia de otro cuento. Ahí estaba mi hija que en algún rincón de mi ser seguía siendo mi bebé, mi niña, mi adolescente, mi jovencita, todo, menos un río de sangre por donde se abría paso mi nieta, ahí estaba ella con el valor que ni yo misma tendría para parir en cuatro horas una bebé desde sus entrañas y donarla al mundo, pero sobre todo exponerla a todo el amor que yo le tenía reservado.

Quienes han tenido la maravillosa experiencia de ver a un nuevo ser abrirse paso por el túnel de la vida, saben de que les hablo y saben que las sensaciones que nos recorren son indescriptibles, y que es una experiencia que uno quisiera repetir una y otra vez, pero estamos en épocas donde las parejas ya no se aventuran con muchos hijos, lo cual hace de ese momento un lujo que quien sabe si repetiremos. Por eso cuando mi hija a las pocas semanas de haber dado a luz, me dijo que pensaba en tener un par de hijos más, me pareció inusual, aunque muy valiente de su parte, ya que su parto no fue largo, pero si fue difícil.

Durante la espera de la pequeña Samantha libré arduas batallas con el tiempo, ese aliado que de repente adopta forma de monstruo que nos quiere aplastar con su vertiginoso aumento de velocidad, que se hace más perceptible con la edad. De alguna manera la llegada de mi nieta puso en alerta roja mi reloj personal, como una especie de inicio del conteo regresivo. Cuando uno está joven uno piensa en la muerte eventualmente, con miedo, pero con la esperanza de que eso no nos va a pasar a nosotros, o que eso le pasara a los viejos y somos jóvenes que además jamás seremos viejos. Pero cuando la segunda generación nuestra se para frente a nosotros eso nos recuerda que ellos vienen a ocupar espacios que nosotros ya dejamos, que el tiempo ya no es un aliado sino un ser misterioso con el que no sabemos que hacer.

Ahora que celebramos la llegada de mi segundo nieto(a), el reloj sigue ahí con su tic tac, recordándome que ese segundo nieto tendrá hijos que posiblemente conoceré pero que no veré envejecer, que mis nietos un día serán mas viejos que lo que yo estoy ahora y no podré escuchar el crujir de sus huesos.

Esta historia empezó hace miles de años con alguien que nunca conocí, o mejor que conocí, pero que olvidé su rostro porque ha habido tantos en tantas encarnaciones que ya no sé quien empezó mi generación, mi esposo siempre dice que si buscáramos nuestro árbol genealógico completo descubriríamos que todos somos familia. Mi madre tenía un montón de familia, que se trataban con distancia porque aprendieron que demostrar afecto era debilidad, mi padre también tenía un montón de familia que también se trataban con distancia a cuenta de sus prejuicios. Así que de lo que recuerdo éramos mi madre, mi padre y yo, después fuimos mi madre mi hija y yo, ahora somos mi esposo, mi hija, su esposo y sus dos hijos; y pensar en esos términos no hace tan malo envejecer, somos más de los que habíamos cuando yo era niña, me agrada pensar en mí como la semilla que en este momento empieza a ver sus frutos, aunque muchos esperan ver sus frutos colgando de árboles empresariales en forma de dólares, los míos son árboles de carne y hueso colgando de la viga del tiempo y madurando para recordarme que valió la pena empezar este ciclo, transitar por esta encarnación y desempeñar este rol.

Es inevitable que piense en mis nietos como la futura familia que transformará mi panorama, veré otras habitaciones, otras salas, nuevos juguetes que no conocí siendo una niña. De alguna manera la nueva familia de mi hija me recuerda el movimiento al que estamos sujetos permanentemente, la impermanencia de las cosas, como el flujo de la vida se mueve aunque nos quedáramos sentados en una silla, y pensáramos que todo afuera se paralizaría porque estamos quietos. La vida es una semilla fértil que se agarra de cualquier circunstancia para germinar, para florecer, para sacarnos el sí, aunque estemos agotados y pensemos que lo único que tenemos es un rotundo NO.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me encanta la parte en donde todos somos familia... eso lo creo yo... si empezamos a armar ese arbol nos damos cuenta que el vecino con el que peliamos tiene tanto de familia... como cuando decimos hermano...
Mira que en unos años los hijos de sus hijos olvidaran sus raices y comenzaran a hacer las suyas... mas sin embargo hay una persona que comenzo todo, y atras de el otro... y asi...
Dios las bendiga primas lindas y esperamos la nueva criatura

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