EL HOMBRE DE MIS SUEÑOS.
Recuerdo cuando me presentaban postulantes a pareja y me recitaban todos sus logros materiales para hacerlo más atractivo a mis ojos: marca de auto, carrera, empresa donde trabajaba, premios recibidos, reconocimientos en algún deporte, club social al que pertenecía, y no se despertaba en mi ningún interés. A mi ese chip que muchas mujeres tienen y que responden con un enamoramiento automático a semejante conjunto de información, no me lo incluyeron en mi inventario genético.
En cambio ese mismo entusiasmo me lo generaban aquellos hombres que se salían del molde conceptual del éxito, aquellos que no tenían seguridad o estabilidad que garantizarme, curiosamente mientras más un hombre tenía la capacidad de bailar en la cuerda floja de la vida más seguridad me reportaba, aquella que se produce el saberse seguro en medio del movimiento y el cambio.
Los mochileros que se arrojaban con esa fe ciega a los brazos de un futuro incierto eran los que capturaban mi atención porque en ellos estaba concentrada toda la fuerza y el poder de esas dos fuentes de masculinidad que tanto me atraen, quizá porque no tenían más que ofrecerme que la inspiración y su ejemplo para apoderarme de ese mismo poder masculino.
Las mujeres hemos sido entrenadas para depender de los hombres de una u otra forma, bien sea que nos garanticen una estabilidad económica o una seguridad afectiva, de hecho muchas relaciones aparentemente sólidas fracasan cuando la seguridad financiera empieza a tambalear.
Una mujer me confesaba que se le facilitaba mas tener sexo con hombres que eran económicamente solventes que con los que no lo eran, porque eso la relajaba, como si uno necesitara una sesión de relajación previa para tener sexo, no sé ustedes, pero en lo que a mi respecta uno tiene o no tiene ganas de tener sexo. Mientras me lo decía me parecía escuchar a su madre y a todas las mujeres que la antecedieron generacionalmente y que seguro que le grabaron muy bien esa información; y que ella además no tuvo la osadía de cuestionar. Personalmente no me concibo poniendo a mi libido a depender de las finanzas de mi amante o de mi esposo, orgasmos monetizados y vendidos al mejor postor, se me antoja lo más parecido a una subasta sexual. Pero lo más curioso es que mientras más depende una mujer económicamente de un hombre con más dureza juzgara la prostitución, como si ésta le fuera exclusiva solamente a las vendedoras de sexo cama a cama, como si la prostitución no adoptara tantas formas y todas en algún momento no fuéramos susceptibles de practicarla.
La peor moneda para hacer transacciones afectivas es la fidelidad, no sólo me parece la menos inteligente, sino la más absurda, porque aunque ellos reciben nuestro cuerpo y alma cuando nos prometen fidelidad, las mujeres no nos percatamos que ellos nos pagan con un intangible. Es la transacción más desventajosa y no obstante la que la mujer concibe como la más exitosa. La fidelidad es algo que presumimos que el otro nos da porque creemos no en él, sino en lo que dice, pero en realidad nunca tenemos certeza absoluta de que se cumpla, además como se define fidelidad ¿Es fiel el que desea fervientemente a otra mujer y se encierra en el baño a masturbarse con su fotografía de Facebook? ¿Es fiel el que nos hace el amor, mientras visualiza a la que no puede tocar porque prometió fidelidad? ¿Es fiel el que tiene un revolcón ocasional furtivamente y guarda el secreto?
Una cosa si he aprendido y es que siempre estamos pagando un precio por lo que tenemos. El precio que pagan las mujeres que gustan de buenos prospectos de marido es que venden su libertad a cambio de una seguridad, una estabilidad y una intangible fidelidad, mientras que el precio que otras como yo pagamos por nuestra libertad es la inseguridad y la inestabilidad que produce el elegir a un compañero que voluntariamente nos elige a diario y que sabe moverse con nosotras en medio del movimiento y el cambio, ambos son precios igualmente altos, pero lo único importante es que ambas compras nos hagan felices.
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