EL MEJOR AMIGO
Hasta hace algunos años yo también tenía mi mejor amigo, pero eso cambió cuando el desistió de seguir estando en mi vida y todas las promesas que nos hicimos respecto al amor que sentíamos el uno por el otro fueron puestas a duras pruebas, él era demasiado joven para pasar ese tipo de pruebas; y yo respetuosa de su libre albedrío lo vi desaparecer de mi destino. Desde entonces me prometí a mi misma que no tendría nunca más mejores amigos, entre otras cosas porque siempre hay alguien en mi vida que se aproxima a ese ideal de amigo con el que todos soñamos con lo que me parece injusto otorgarle un título a uno, lo cual de alguna manera deja por fuera a los demás.
Durante las últimas semanas en que invertí buen tiempo en mi país natal, Colombia, he meditado mucho respecto a la amistad, siempre estoy leyendo las frases hermosas e idealistas en las que la gente busca capturar la definición de amigos, pero en la práctica muchas de estas filosofías de la amistad fracasan rotundamente dejándonos con el sinsabor de que quienes no encajan en esas bellas frases no supieron ser amigos o no nos dieron la talla.
A veces tengo la sensación que la amistad es como un bus en constante viaje, a veces se bajan algunos de ese bus y quedan los asientos vacíos para ser llenados por nuevos amigos que nos reportan nuevas experiencias. De la misma manera que en un bus, el que se baja, no es extrañado, ni necesitado, debemos estar conscientes que hay amigos que estuvieron un tiempo sentados en el asiento de nuestra amistad y que cuando cumplieron su ciclo se marcharon porque tenían que dejarle el asiento libre a otros pasajeros que tienen nuevos aprendizajes para compartirnos.
En este viaje me di cuenta que habían muchos asientos vacíos en el bus de mi vida social en Colombia, los amigos de antaño con quienes compartí momentos maravillosos, desaparecieron de mi panorama sin explicación alguna, muchos de ellos alfombrándome de falsas promesas y de frases como “nos vemos un día de estos” “me llamas” “ahí nos vamos hablando” etc. Percibía el deterioro de la relación en las llamadas telefónicas o en los lacónicos mensajes vía email, y sucumbí al cambio, que finalmente es lo único seguro que tenemos. Como una de mis mayores fortunas es el desapego, entonces me limité a ver subir nuevos pasajeros a mi bus y disfruté de ellos intensamente.
Así que disfrute del único viejo pasajero que con el paso del tiempo no se ha bajado de mi bus y que no parece querer hacerlo, Fredy, quien trabajó arduamente para poner en escena el monólogo “Llanto a mi misma” en compañía de nuevos pasajeros de mi bus que aunque eran perfectos desconocidos para mí, me trataron como si me conocieran de toda la vida.
Disfruté también de amigos que conocí vía Facebook y que no conocía en persona, quienes me demostraron que las relaciones cibernéticas también pueden florecer sobre todo si las has regado y abonado a diario, disfruté de viejas y fallidas amistades que se renovaron también a través de Facebook, eso me pasó con una mujer a quien conocí en persona hace unos años aquí en USA y quien no disfrutaba de mucha simpatía por mí, cuando ella decidió interactuar conmigo a través de Facebook, se abrió a la posibilidad de re-conocerme y ahora es pasajera de mi bus. Disfruté de una amiga con quien sólo he interactuado una vez en la vida, que no ha conseguido olvidar algo que yo hice por ella; pero que curiosamente yo ya había olvidado.
No tuve tiempo de llorar por los pasajeros que se habían bajado de mi bus, pero a mi regreso pensé en ellos y en que seguramente están subidos en otros buses de otros a quienes llaman amigos, con la esperanza de que ellos encajen primero en el modelo de amigos ya que ellos posiblemente nunca lo harán.
A mi regreso en el aeropuerto mi esposo y yo nos despedimos a nuestra singular manera, sin lágrimas, sin dolor y sin apego, nosotros no conocemos el significado de la palabra distancia porque nos sentimos demasiado cerca, porque nuestros corazones vibran en la misma frecuencia y sabemos que la distancia más larga que existe entre dos personas es la indiferencia y la ingratitud, y los dos estamos demasiado agradecidos de haber coincidido en este mundo para ser indiferentes el uno con el otro. Pero durante la fila para entrar en emigración me lloré las despedidas de todos los que lloran desconsoladamente en los aeropuertos porque tienen que decir adiós, podía sentir el dolor que sienten porque temen perder al otro, temen que el otro se pierda en el laberinto de la distancia y el tiempo y ya no lo puedan recuperar más. Y entonces llegué a la temporal conclusión que a lo mejor buscamos que los amigos sean incondicionales, porque no sabemos serlo, y que por más que en teoría sepamos que la amistad ideal es aquella que no espera nada a cambio, la realidad es que ese lazo es el más condicional de todos, de alguna manera estamos más interesados en la experiencia que tendremos con el otro, que en el otro, que aquellos que no gozan de interés real por el otro, se les dificulta tener amigos, no porque los amigos no existan, sino porque para tenerlos hay que saber serlo.
Durante las últimas semanas en que invertí buen tiempo en mi país natal, Colombia, he meditado mucho respecto a la amistad, siempre estoy leyendo las frases hermosas e idealistas en las que la gente busca capturar la definición de amigos, pero en la práctica muchas de estas filosofías de la amistad fracasan rotundamente dejándonos con el sinsabor de que quienes no encajan en esas bellas frases no supieron ser amigos o no nos dieron la talla.
A veces tengo la sensación que la amistad es como un bus en constante viaje, a veces se bajan algunos de ese bus y quedan los asientos vacíos para ser llenados por nuevos amigos que nos reportan nuevas experiencias. De la misma manera que en un bus, el que se baja, no es extrañado, ni necesitado, debemos estar conscientes que hay amigos que estuvieron un tiempo sentados en el asiento de nuestra amistad y que cuando cumplieron su ciclo se marcharon porque tenían que dejarle el asiento libre a otros pasajeros que tienen nuevos aprendizajes para compartirnos.
En este viaje me di cuenta que habían muchos asientos vacíos en el bus de mi vida social en Colombia, los amigos de antaño con quienes compartí momentos maravillosos, desaparecieron de mi panorama sin explicación alguna, muchos de ellos alfombrándome de falsas promesas y de frases como “nos vemos un día de estos” “me llamas” “ahí nos vamos hablando” etc. Percibía el deterioro de la relación en las llamadas telefónicas o en los lacónicos mensajes vía email, y sucumbí al cambio, que finalmente es lo único seguro que tenemos. Como una de mis mayores fortunas es el desapego, entonces me limité a ver subir nuevos pasajeros a mi bus y disfruté de ellos intensamente.
Así que disfrute del único viejo pasajero que con el paso del tiempo no se ha bajado de mi bus y que no parece querer hacerlo, Fredy, quien trabajó arduamente para poner en escena el monólogo “Llanto a mi misma” en compañía de nuevos pasajeros de mi bus que aunque eran perfectos desconocidos para mí, me trataron como si me conocieran de toda la vida.
Disfruté también de amigos que conocí vía Facebook y que no conocía en persona, quienes me demostraron que las relaciones cibernéticas también pueden florecer sobre todo si las has regado y abonado a diario, disfruté de viejas y fallidas amistades que se renovaron también a través de Facebook, eso me pasó con una mujer a quien conocí en persona hace unos años aquí en USA y quien no disfrutaba de mucha simpatía por mí, cuando ella decidió interactuar conmigo a través de Facebook, se abrió a la posibilidad de re-conocerme y ahora es pasajera de mi bus. Disfruté de una amiga con quien sólo he interactuado una vez en la vida, que no ha conseguido olvidar algo que yo hice por ella; pero que curiosamente yo ya había olvidado.
No tuve tiempo de llorar por los pasajeros que se habían bajado de mi bus, pero a mi regreso pensé en ellos y en que seguramente están subidos en otros buses de otros a quienes llaman amigos, con la esperanza de que ellos encajen primero en el modelo de amigos ya que ellos posiblemente nunca lo harán.
A mi regreso en el aeropuerto mi esposo y yo nos despedimos a nuestra singular manera, sin lágrimas, sin dolor y sin apego, nosotros no conocemos el significado de la palabra distancia porque nos sentimos demasiado cerca, porque nuestros corazones vibran en la misma frecuencia y sabemos que la distancia más larga que existe entre dos personas es la indiferencia y la ingratitud, y los dos estamos demasiado agradecidos de haber coincidido en este mundo para ser indiferentes el uno con el otro. Pero durante la fila para entrar en emigración me lloré las despedidas de todos los que lloran desconsoladamente en los aeropuertos porque tienen que decir adiós, podía sentir el dolor que sienten porque temen perder al otro, temen que el otro se pierda en el laberinto de la distancia y el tiempo y ya no lo puedan recuperar más. Y entonces llegué a la temporal conclusión que a lo mejor buscamos que los amigos sean incondicionales, porque no sabemos serlo, y que por más que en teoría sepamos que la amistad ideal es aquella que no espera nada a cambio, la realidad es que ese lazo es el más condicional de todos, de alguna manera estamos más interesados en la experiencia que tendremos con el otro, que en el otro, que aquellos que no gozan de interés real por el otro, se les dificulta tener amigos, no porque los amigos no existan, sino porque para tenerlos hay que saber serlo.
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