EL TUNEL DE LA INMORTALIDAD.
Uno de los
trabajos que he realizado para ganarme la vida es despedir pacientes terminales
en el túnel de la inmortalidad, algo para lo que muchas familias de estos
pacientes no tienen tiempo y por lo tanto prefieren pagar a alguien para que lo
haga.
Cuando estoy en el
proceso de despedir a alguien, me encuentro con mi propia partida, me doy cuenta que lo que sé de la muerte
sigue estando en el ámbito de la teoría y me siento impotente para trasmitirlo
por cuanto no he obtenido la práctica. Cada vez que me reconozco ignorante en
el tema el paciente establece una relación estrecha y única conmigo que nos
embarca en un viaje del que ambos nos despedimos rápidamente sólo que con
rumbos diferentes.
Sin embargo, yo
siento que algo de mí penetra ese túnel de la inmortalidad, algo de mí conecta
con la inutilidad del apego exagerado y con la inutildad de tantas luchas
materiales y estériles que terminan por atarnos más a lo que inevitablemente
concluye.
Una de las
lecciones más grandes que recibí de paciente alguna la obtuve de Victoria,
quien como muestra de una devota entrega a su esposo, compañero amoroso durante
sus últimos sesenta años, suplicó a su Dios todo el tiempo dejarla partir
antes que a él. Cuando su Dios le dio el sí a su deseo largamente acariciado,
ella comprendió que con el apego no sólo tememos perder algo o a alguien, sino
que tememos que esa persona o ese algo nos pierda.
Durante la última
semana que Victoria estuvo encarnada dedicó su vida a ejercitar la
comprensión con sus enfermeras y aprendió
a amarlas, con ello las condujo de la apatía total al amor y a la servicialidad
incondicional. En ese proceso ella atravezó diferentes etapas: las maldecía, le
dolían y las odiaba para después rendirse ante la impotencia que otorga la
violencia, luego se le revelaba el gran secreto, ella me recibía con
reflexiones de comprensión, como si lo que cada una de ellas llevara dentro le
fuera revelado por arte de magia. Entonces Victoria obtenía de sus enfermeras
la palabra oportuna, la sonrisa en el momento de mayor dolor físico, y la
calidez de una mano pidiendo perdón y entregando amor. Mientras yo observaba
ese proceso milagroso comprendía que sólo estaba recorriendo el mismo camino para
entregar su cuerpo cuando a su alma ya no le fuera útil, no había diferencia
alguna, de hecho en la medida en que Victoria más enfermeras convertía al
"club de los angeles" como ella lo llamaba, el cerco que se cerraba y
la adentraba lentamente en el túnel de la inmortalidad, se hacía cada vez más
estrecho.
Victoria se marchó
de la forma que finalmente negoció con su Dios, de la mano de su esposo. Una
sonrisa estaba dibujada en su rostro, había librado las últimas batallas de la
vida desde la antesala de ese túnel al que todos llegamos y para el que nunca
nos preparamos.
Estar a unos pasos
del túnel nos brinda la oportunidad de ver la magnitud de la vida, la
intemporalidad de algunas etapas, la eterna duración del aquí y ahora, el goce total
de los sentidos. Esa cercanía nos contacta con los milagros, con la oportunidad
óptima de ver los rostros de la vida que nos negamos a ver antes, se nos brinda
la poderosa invitación a ser nosotros mismos, a no juzgar el pasado, y a dejar
fluir el espíritu en su incesante transitar por la eternidad.
Cuando ellos
finalmente deponen sus armas y se entregan, me gusta quedarme a solas con
ellos, observando la paz que hay en la palidez que los abarca, observo el
cascarón que somos cuando el alma se separa, la vaina que guardaba al guerrero
eterno que somos. He tocado una familia, he conocido su historia en unos pocos
días, pero al igual que la temporalidad del cuerpo, estas transitorias
circunstancias me recuerdan que no permanecemos mucho tiempo en el mismo sitio.
Comentarios
Dicen que uno no está nunca lo suficientemente preparado para cuando le llega ese momento. Los japoneses tienen un ritual especial para preparar a los muertos, con mucho respeto. Es un tema que no me asusta, por el contrario quiero ser puente para que todos lleguemos a ese momento con tranquilidad. Y pido a la divinidad que me permita, el día que me corresponda, dejar este mundo consciente y hacer el proceso de despedida. Tengo canciones escogidas para escuchar en esa partida y las he escuchado y compartido con amigos en misas "especiales" que he celebrado. Claro que lo esencial es actuar cada día "como si fuera el último" y no esperar a que nos sorprenda ese momento sin haber trabajado en lo que nos corresponde en esta encarnación. "Conoces a Joe Black" es una buena película que trata el tema, muy a lo Hollywod, pero cada cual que extraiga lo bueno del mensaje. Abrazos, Mirta