DE PRÍNCIPE AZUL A VIEJO VERDE.
Alguna vez, hace muchos años le otorgué la posibilidad de ser
mi príncipe azul, me perdí en sus ojos en una conversación donde todos los
elementos distractores de su lujoso apartamento pasaron a segundo plano porque
él sabía qué y cómo decir las cosas. Aunque no era en lo absoluto guapo, yo lo empecé
a ver como el más guapo del planeta en la medida en que hablaba y de esa manera
lo convertí en mi amor platónico, porque el hombre jamás se percató del influjo
y el encanto que había ejercido sobre mí, y si lo hizo no le importó, muchos años
después tendría la respuesta a mis porqués.
¿Porqué no se fijaba en mí, si yo era tan brillante como él,
si yo sólo era veinte años más joven que él, si ambos estábamos disponibles, si
trabajamos en el mismo lugar, si teníamos tantas cosas en común, si cuando hablábamos
parecíamos el uno hablando en la voz del otro,? ¿Porqué si una larga lista de etcéteras
nos unían?
Pero Facebook que es el removedor de pasados más eficiente
que conozco nos reunió de nuevo, así que cuando llegó su pedido de amistad,
algo se removió en mi interior, y la pregunta obligada emergió “¿Y que tal que
ahora si le guste?” lo acepté gustosa y me fui a mirar sus fotos, el tiempo había
hecho con él, casi lo mismo que el huracán Vilma con la Florida, pero aún así
quedaban esos recuerdos de su poderoso intelecto que era lo que más me excitaba
de aquel hombre. Luego de aceptarlo se abrió la ventanita del chat, su saludo
fue directo y al grano “¿quien es la belleza que te acompaña en una de tus
fotos?” preguntó, como tengo tantas fotos con tantas bellezas tuve que pedirle
que me orientara mejor acerca del álbum y el número de foto de la que hablaba,
para darme cuenta que hablaba de mi hija.
De inmediato me di cuenta que mi príncipe azul se había
convertido en viejo verde, y que la mirada rosa con que lo había estado mirando
todo este tiempo, era producto de unos lentes, que la experiencia y mi actual
nivel de conciencia me acababan de quitar. De nada sirvió que le dijera que mi
hija estaba casada y que tenía dos hijos, porque él seguía empeñado en que al
menos debía conocerla “¿Quién quita?” dijo. ¿Como que, quién quita? Pensé, y
con mi compulsiva necesidad de averiguar bien las cosas en vez de suponerlas le
pregunté a que se refería con ese “Quién quita” si pensaba conquistarla,
separarla de su esposo; y cargar con sus dos hijos, pensando que si no había
sido yo, sino mi hija, de igual forma el ex semental quedaría en la familia; y
eso ya era algo. Pero él se refería a “¿Quién quita que ella se
divierta conmigo una noche de estas?” a lo cual le dije que conociendo a mi
hija y sus gustos masculinos, estaba absolutamente segura que en este caso el único
que se divertiría sería él.
Así que mi ex príncipe azul, quien acababa de mutar su color
y a quien sus setenta años le están pisando los talones solo quería satisfacer
sus antiguos deseos de jugar a las muñecas porque seguramente de niño le
dijeron que eso era de amanerados, o a lo mejor no tenía mucho más con que sentirse
feliz consigo mismo y sólo necesitaba algo externo con que validar su
masculinidad.
Y es que mi mayor argumento para que aquellos que no tienen
perfil en Facebook se animen a tenerlo, es
que si tuvieron amores del pasado fallidos que les dejó el sinsabor de no haber
sido lo suficientemente atractivos para llamar la atención del postor, Facebook
se los trae de regreso con la inclemencia del tiempo, y con la razón real y
verdadera de que fue lo que sucedió en ese entonces, y más aún, uno verifica
finalmente que no fue que la vida le negó la oportunidad de conquistar al sujeto,
sino que la vida lo salvó a uno de encartarse con un sapo aspirante a príncipe
cuya maldición no tiene cura, y que fue mejor que el personaje no se fijara en
uno, porque personalmente no me veo a mis cincuenta lidiando con un hombre de
setenta persiguiendo veinte añeras para sentirse mejor consigo mismo o para
reafirmar que sigue siendo atractivo.
Ahí es cuando uno suspira aliviado y dice “¿Y este era él que
yo pensaba que era mi príncipe azul?” y termina comprendiendo que todos estamos
aquí pisando este planeta gracias al poder de la idealización de alguna princesa
encantada que se ilusionó con un príncipe azul, y sobre todo gracias a que no
sabía que ese príncipe cambiaria de color y un día sería un verdadero sapo
verde saltando de piedra en piedra persiguiendo jóvenes y bellas ranas
plataneras.
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